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Calculando el dolor ajeno

Todos nos enfermamos, unos más unos menos, pero todos caemos alguna vez.

Uno mismo sabe lo que siente, difícil es calcular el dolor que siente otro.

Cuando eres la mamá de alguien se supone que deberías tener idea de lo que siente tu retoño, pero la verdad es que no la tienes.

Hay una instrucción tácita que dice que los padres tenemos el deber de saber si nuestros hijos se sienten mal o bien! pero ¿quién redactó eso? ¿Dónde está el Manual de Procedimiento?

Hace poco mi hijito Andrés pasó dos noches y sus días en llanto, tres días sin comer más que líquidos, el pediatra lo revisaba y no veía nada raro ni en la boca ni en la garganta, no tenía fiebre, le apretaba aquí y allá, nada… No había manera de saber, la ciencia no tenía respuesta… y su mamá: menos. Se le pasó y no supimos que tenía. Se curó solo, sin más. La naturaleza que es sabia y no es madre.

Yo intento no abusar del pediatra, pero la mayoría de las veces vas porque necesitas que alguien te traduzca que está pasando, además te dé o no te dé respuesta, tú ya te sientes mejor.

Cada mamá va haciendo lo mejor que puede, pero hay que considerar cada elementa…

Algunas usan al pediatra de psicólogo y consejero espiritual, van por un estornudo del niño y terminan contándole lo penoso de vivir con su suegra. Hay otras que se meten en el rollo de lo natural y ni siquiera quieren poner vacunas, evitan hasta el yogurt por lo aditivos y ni se pasean por ponerle un antibiótico al niño para acabar con los mocos verdes de toda la clase.

En definitiva, sobre la reacción de los padres a las dolencias de los hijos, pasa como casi todo en esta vida: no hay ciencia exacta sobre el tema.

Ya he dicho antes que como mamá dejo bastante que desear, pero aquí les voy a contar como hija. Esto va de mi historia médica con mi mamá. No quiero dejarla por los suelos, ella es fuerte y se recupera, y si no lo hace, no se le nota nada.

Para entender como era mi vida, tengo que decir como es mi mamá.

Es una mujer tranquila, muuuy tranquila… emana paz. A todo le encuentra su ladito útil, todo tiene una explicación, nadie es malo del todo, nadie es muy feo, ni muy tonto, y todo tiene un motivo que no estamos viendo con claridad cuando nos enfadamos…

Una vez se compró un carro que habían reparado después de haber sufrido un choque denominado: “pérdida total”. Cuando llegó a casa orgullosa de haber comprado aquella carcacha nos dijo: -poco a poco se va a arreglar- ¿ah? ¡Qué es eso mamá!!! Los carros no van a mejor, solo a peor… ¡pero noooo!, ella no lo ve así. Trata al carro como a un perrito abandonado.

Te confieso que a mí me gusta como es, nunca he tenido esas rebeldías tan comunes de “no quiero ser como mi madre” todo lo contrario: muchas veces me descubro soltándole un discurso a cualquiera en plan “seguro que tiene una razón para haber dicho eso”… y eso que mil veces he discutido con mi madre diciéndole:
-Mamá yo lo único que quiero que digas es que Fulana es una puta despiadada!!! No que ella "tendrá sus motivos!" Que la defienda la que la parió!!!-

Aunque en secreto después reflexione sobre el proceder de cualquier puta despiadada. Pero en el calentón uno solamente quiere tener la razón.

A veces lo que buscas en una conversación es que la persona que te escucha sencillamente repita con otras palabras lo que tú le dices, que te reafirme y nada más. Pero esa no es mi mamá. Ella es de otra manera, no se altera con tus alteraciones, y cuando se altera (que pasa a veces) es jodido darte cuenta.

Esa personalidad tan especial tiene algunas desventajas. La primera es que, igual que a mí, cualquier puta despiadada tiende a joderla con bastante facilidad, y otra muy importante, y que intento firmemente no repetir, es en el campo de la medicina.

El relax de mi progenitora se traslada a cuándo cree ella que es oportuno ir al médico. Para rematar este detalle le salió una hija (la que escribe) que no le da un dolor de barriga sino que le brotan piedras en la vesícula que hay que operar de urgencia, no le duele la cabeza, sino que le da una migraña de estrellitas en la vista. Siempre de esa forma, me enfermo pocas veces pero lo hago con contundencia.

Mis padres prepararon un viaje de un mes a NY, estábamos todos locos porque aquella aventura, y esta hija que Dios les dio casi hace que el avión tenga que aterrizar de emergencia en Guatemala por encontrarse muy muy mal. Menos mal que con la tendencia de mi madre a quitarle hierro a las enfermedades, entre el Capitán del avión y ella me hicieron tomar botella y media de ginebra, y aguanté hasta el destino, borracha, pero sin dolor, anestesiada de cuello para abajo.

Otra vez empecé a sufrir del estómago, me quejaba hasta que a fuerza de repetición mi mamá me llevó al médico. Dimos con un genio de la gastroenterología que me diagnosticó parásitos, un mal común de vivir en el trópico. Me recetó un tratamiento que advirtió que era muy fuerte pero efectivo, tenía que tomarme cuatro pastillas de golpe y después estar tranquila ese día, ya que podría sentirme un poco mal, tener nauseas, etc.

Hice lo que el buen hombre me dijo y pasó lo que me dijo también. Me empecé a sentir un poco mal, más mal, muy mal, muy muy mal, cada vez peor. No paraba de vomitar… la cosa se agravaba por minutos.

Cuando mi mamá llegó a casa traté de explicarle a duras penas que estaba fatal y ella en su normal proceder me dijo que me tranquilizara y me preparó una manzanilla. Cuando vi que intentaba calmar aquel dolor insoportable con una manzanilla supe que tenía que traicionarla (en pro de mi salud).

Y entonces llamé a mi papá por teléfono mientras ella me hacía una segunda manzanilla, (más fuertecita, con dos bolsitas) y le dije: -Creo que me está pasando algo grave…-

Mi papá que reacciona muy distinto a ella me dijo que la llamara, así que le pasé el teléfono y avergonzada de mi traición entendí su cara cuando mi padre le decía: -Nos vemos en diez minutos en Urgencias, yo voy directo.

Pobre madre, todavía hoy me siento mal por haberla entregado a la justicia de aquella manera.

La llegada a Urgencias, fue como en las películas, yo seguía vomitando sin parar, y allí me quedé junto a las otras víctimas de distintos males. Fracturas, desmayos, partos adelantados. Una escena conocida y deplorable.

Aquello se solucionó, yo no tenía parásitos si no una úlcera (difícil de diagnosticar a los veinte años, pero ahí estaba) y la medicina que me habían recetado para matar los bichitos casi me mata mí. Salimos de aquel bache, me recuperé a punta de los cuidados de mi madre arrepentida y ahora sí a fuerza de manzanillas y calditos reparadores.

Ahora la entiendo más, qué difícil es calcular el dolor ajeno!!! Es como calcular los millones de Rockefeller, no te da la cabeza para tantos ceros!

Y luego, que cada uno aguanta diferente! Hay gente que aguanta el dolor hasta los extremos y que no dice que está mal hasta que cae redondo al suelo.

Siguiendo con mi historia de madre apacible y tropiezos médicos de mi familia les cuento que un día ella misma, encaramada donde no debía, se cayó al suelo y se partió el brazo en dos lugares distintos.

¿Qué creen hizo? Fue al hospital!- Pues no!.

A ella le pareció mejor apoyar el brazo sobre una tabla de cortar verdura de la cocina y esperó a que mejorara poniéndose emplastos de árnica… (Igual que el carro, poco a poco…)

Dos días después mi primo, que es médico y que casualmente pasó por mi casa la vio y que se encontró? Una fractura a todas luces evidente, no hacía falta radiografía porque el brazo le hacía una “S”, ¿quién ha visto que el brazo te haga una S y no esté partido en pedazos?

La operaron, le pusieron clavos, tornillos y le hicieron todo tipo de reparaciones.
Yo me imagino en su lugar gritando de dolor y ella con su brazo en la tablita… es que es una desproporción...

Otro padre que reconozco que le ha tocado lo suyo es mi tío. Mi tío es médico, por lo tanto debería ser un buen calculador del dolor, ¿pero qué le pasó? Que tiene un hijo hipocondríaco perdido. Estos hijos agravan una situación de por sí grave ya: Adivinar dolencias

Mi tío debe tener miles de historias del cálculo del dolor, pero hay un cuento estupendo cuando un día mi primo lo llamó por teléfono, muy alarmado porque fue al baño y vio que sus deposiciones (caca en científico) eran negras, claro resultado de tener sangre en el estómago. Su padre, que se preocupa pero lo conoce, antes de tomar medidas le preguntó:
- ¿Qué comiste?
- Nada papá, nada!
- Y te duele?
- No… no sé, bueno sí, no sé (los nervios)
- ¿Estás seguro que no comiste algo: ¿remolacha, calamares, espinacas? ¿Bebiste mucho vino? ¿Estas tomando alguna medicina que tenga hierro? (que tiñe el tema también)
- Que no, que no... me desmayo, estoy mal, no respiro bien!!! me voy al hospital!

Allá que fue mi primo y detrás salió su padre, que claro que no iba a dejar a su hijo tirado desangrándose. Llega a Urgencias, fuera ropa, enseguida una vía, temperatura etc., y cuando se lo llevan para adentro, desde la camilla mira a su papá y sin que los otros médicos le puedan escuchar, le dice bajito: -Cuando me preguntaste por los calamares, ¿eran en su tinta?...

¡Imposible atinar! Ya no es cuestión de mi mamá y su personalidad calmada! Es que sencillamente no se sabe.

Mi hermana menor era gimnasta, pasaba la mitad del tiempo haciendo piruetas imposibles. Un día se cayó desde un muro de dos metros y se abrió la cabeza, no era para menos, pero como ella se moneaba continuamente y se caía tanto no era fácil calcular la gravedad, así que mi mamá agarró su maletín de primeros auxilios, y con su algodoncito y alcohol le limpió y le limpió la herida, tan limpita que a la pobre Cande le fallaron las fuerzas, se le bajo la tensión y se desmayó. Era un hueco en condiciones, digno de puntos, grapas u otra sujeción quirúrgica, hoy es una cicatriz importante! La verdad, era para correr al hospital, Pero en ese momento quien podía saberlo!

Yo hoy en día me enfrento a esto y encima no tengo cerca a mi mamá! Yo y mis hermanas sobrevivimos a aquella pasividad y cuando me siento enferma me gustaría tomarme una manzanilla hecha por ella (aunque eventualmente tenga que llamar al 112 para que me manden una ambulancia).

Intento no exagerar con mis hijos, pero qué difícil es medir! Además ahora tengo una mamá que, en su versión de abuela, cada vez que le digo por teléfono que uno de los niños tiene mocos ¿saben que dice?:

No me digas más! Vete al Hospital ahora mismo!!!