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De tropiezos y de oficios

Es archiconocido eso de que no hay que tropezarse dos veces con la misma piedra. Y quien dice dos, dice cincuenta. 

Solemos atribuirle este refrán popular al amor, pero que va, al final cuantas veces te enamoras de verdad? Algunas nada más (menos mal), te tropiezas con cinco o seis piedras a lo largo de tu vida como mucho y contando desde primaria, no es tanto si a ver vamos.
Malos son otro  tipo de  errores que no dejas de cometer y sigues y sigues y sigues…

Haces una cosa que no se te da bien, como hay tantas, Y qué pasa? Que sigues haciéndola… Por qué? Esto es lo que nos diferencia de los animales? Lo tercos?

Yo soy un ejemplo tan clásico de esa auto-terquedad que cuando me tomo un minuto para pensarlo, la verdad es que no lo comprendo.

En el colegio por ejemplo, me pasé el bachillerato entero, pero entero, copiándome de mi amigo Sebastián en los exámenes de inglés. Él claramente tenía oído musical para los idiomas, yo en cambio era como si esa parte del cerebro me la hubieran extirpado en alguna operación compleja. Era incapaz de aprenderme ni el to be. No retenía la información, no había forma, así que copié, copié, copié y finalmente salí de aquello medianamente airosa!

Cuando me dieron mi flamante diploma de bachiller, qué hice? Entré en la universidad a estudiar “Idiomas Modernos”!!! Yo! Que sólo decía los días de la semana con fluidez en español, iba a ser filóloga!

En aquella época recuerdo que encontré una explicación que justificaba mi proceder, pero hoy, aunque no me acuerdo cual era, aseguro que era fantasía pura, porque me gradué a duras penas y se me siguen dando fatal los idiomas! Con decirles que estudié cuatro semestres de alemán y no podría ni tomar un taxi en Berlín. Viví dos años en Paris y todavía me atraco si voy más allá del -Ça va…
Soy una pena idiomática.

Cuantas cosas uno no hace bien y las repite ad infinitum, a veeer si la próxima... Y no, la próxima  es igual a las anteriores.

Claro que no soy la única (y eso anima).

Mi hermana Candelaria se vino a pasar un verano para mi casa y descubrió que a Ricardo y a mí nos gustaba mucho la horchata (un jugo de un fruto seco llamado Chufa, que parece más o menos una avellana). Ella no la había probado nunca, la probó y le pareció horrenda! Pero qué pasaba? Que nos veía tan frescos tomándola y disfrutándola que se convenció que quizás ella, poco a poco... Y así se tiró los tres meses de verano intentando que ese jugo lechoso le pareciera bebible sin lograrlo, evidentemente. Todos los días decía, voy a probar a ver... - Asco! Es horrible! Cómo pueden tomarse eso?  Y vuelta a empezar.

Volviendo a mí, cosa similar me pasa con las manualidades. Con frecuencia se me ocurre hacer algo, lo visualizo cien veces, lo planifico y pongo manos a la obra para descubrir que en la visualización tenía dos manos derechas y en la vida tengo dos izquierdas.

Pero testaruda sigo y sigo, termino con quemaduras, cortes, corrientazos, jodo la mesa del comedor, hago a Ricardo buscarme cosas en internet y encima le grito porque no me sale... Un caos.

El primer punto es que sea cual sea el proyecto, yo lo termino. 

Algunas  veces me quedan bien y las más, una plasta, sólo que yo siempre le tomo foto a lo que me queda bien y así la gente cree que soy un as.

Los disfraces por ejemplo son un clásico. No tengo capacidad de actuar como casi todo el mundo y sencillamente bajar al chino, comprar un disfraz de payaso-mendigo y aprovechar mi tiempo en algo más productivo. No puedo, definitivamente.

Este año en Halloween, decidí hacerle un disfraz de brujo a Pablo, compré fieltro y otros enseres y me puse a cortar y a coser como los ratones de la cenicienta.

Ya antes había hecho con mi manitas un disfraz de arbolito que me llevo mucho trabajo y pocas alegrías, así me dije que nunca más, pero como no me hago caso a mí misma y si me hago lo olvido, ahí estaba yo, con mi disfraz de Halloween en mente.

Estuve dos semanas cosiendo a ratos (obviamente a mano) cortando trozos que me sobraban, haciendo dobladillos para equiparar los largos y otras chapuzas. Dentro de todo estaba haciendo sólo una batola negra, no podía ser tan jodido! Pero sí que era, una batola negra de fieltro que me llevó dos semanas.

Tarde tanto que un día antes de la fiesta tuve que pedir refuerzos a mi suegra y a Ricardo para que la cosa tuviera sentido.

Vinieron y se fajaron conmigo, yo todavía con mis ideas en la cabeza y emperrada en filtrarlas a mis manos. Y qué decir de mi incapacidad para explicarles a ellos qué hacer …

A trancas y barrancas fuimos avanzando, el resultado no fue malo, pero yo perdí dos dedos donde me cayó silicona caliente y no sé si saben que nunca, nunca cuando te cae silicona caliente debes intentar quitártelo porque te arrancas la piel.  Ya han oído eso?  Bueno, pues olvídenlo, porque cuando uno se quema, el cerebro olvida la instrucción fundamental y claro que te arrancas esa mierda sin pensarlo y allá va tu piel sangrante pegada a la bolita de pegamento.

Una vez en el colegio le pasó eso a mi amiga Daniella, lo recuerdo clarísimo porque se quitó el pegamento con furia y se arrancó literalmente un tajo, me impactó tanto que tendríamos trece años y lo tengo clarísimo en mi mente. Ahí pensé, si un día me pasa eso debo tomar nota mental: Jamás tocar el pegamento.   

Me pasó y me lo arranqué, no en un dedo si no en dos. Es de las cosas más dolorosas del universo e incluyo úlcera y piedras en la vesícula.

Ahora le puedo decir a mi amiga, por si tenía la duda de haberse auto infringido un dolor innecesario, que no se preocupe, que en realidad es imposible no arrancárselo. No hay remedio, el cerebro no hace caso cuando una bola de plástico hirviendo te derrite la piel.

Por si fuera poco el caos que tenía montado con el dichoso disfraz, en plena elaboración del atuendo se me despertó un remordimiento feroz porque no le estaba haciendo nada a Andrés y Pablo reforzó el sentimiento preguntándome que cómo iba a ir vestido su hermanito, que seguro que yo le tenía una sorpresa… Ahhh! Qué infierno!  Si esto me salía mal con un hijo, calcula tú con dos!!!

Finalmente los dos niños quedaron lindos para la foto. Además de eso Pablo se ganó el premio del disfraz "más trabajado" (que nada tiene que ver con el mejor, el mas bonito o el preferido de los niños). Quieren saber si compensa? Pues no, absolutamente no. 

Las fotos están bien  pero los niños son tan bonitos de por sí, que de payaso-mendigo habrían quedado geniales también.

Los dedos se me iban a caer del dolor, me acosté a las dos de la madrugada, mi suegra y Ricardo estarían hablando mal de mí a mis espaldas (con razón) y preguntándose porque no puedo comprar un disfraz como todas las otras mamás.

En fin, no hay manera. Dígame el pobre Pablo que aspiraba a ir de Spider-Man como todos los demás.

Luego te dices que no vas a repetir lo que viviste con tu mamá. Pues que sepan que mi madre me organizó una multitudinaria fiesta de cumpleaños de disfraces (porque mi cumple cae a veces en carnaval) y saben que hizo? Me mando a hacer (ahí fue más lista que yo) un disfraz de arlequín horrible! Todos mis amigos iban de súper héroes, princesas, muñecas! Hasta una Cleopatra había! Y yo, la cumpleañera: de arlequín. Clásico disfraz que tienes que ir por ahí explicándole a cada uno de qué se trata y todos te miran con lástima. Una mierda.

Lo de los disfraces ha sido históricamente una piedra en el camino con la que me tropiezo una y otra vez aunque en eso mi mamá lleve parte de la carga.

Otra piedra con la que me fui de bruces fue la del oficio de repostera.

La cosa para afuera pinta de la siguiente manera: He aquí una repostera de lujo que hace unas tortas increíbles y unos postres espectaculares!  Puertas adentro, y lamento la confesión para los que les gusta esa faceta, soy un desastre inconmensurable.

He quemado incontables postres, se me han caído, me los he tirado encima, encima de otros y derramado por el piso sobretodo... Siempre me olvida algún ingrediente y tengo que improvisar, me equivoco en las cantidades (ley de oro de los reposteros, cantidades milimétricas) incumplo todo lo mandado, termino llorando y Ricardo comiendo postres quemados o recogidos del suelo y diciendo que no están tan malos.

Mis postres-desastre, fuera de toda lógica, empezaron a tener éxito y ahí la complicación creció exponencialmente, súbitamente me encargaban de aquí y de allá y el desastre aumentaba como una bola de nieve pavorosa.

Un día tuve que hacer  nueve postres diferentes. Pues ese día y nunca más. Por supuesto que lloré en plena crisis, me quemé, colapse de distintas formas y el compromiso era ineludible. Claro que me los pagaban, pero ni que cobrara en lingotes de oro puro se justificaba aquello.

Hice un pie de limón y cuando estaba listo, tenia que guardarlo y en la maniobra para ponerlo en el nivel más alto pegué el merengue del techo de la nevera, quedando pues la torta lindamente empotrada al electrodoméstico. Acto seguido empecé a llorar con sollozos sonoros sosteniendo inútilmente la base del pie en las manos.

Ricardo aparece siempre corriendo cuando escucha la perturbación y llega en plan solidario. Yo creo sinceramente que le da una rabia intensa que me meta en estos embolates sabiendo lo torpe que soy, pero claro me ve ahí desconsolada y se le arrugará el alma y empieza con aquello de que no me preocupe, que todo tiene arreglo, que casi no se nota, y por ahí…  Aunque le gustaría gritarme, le agradezco que resista. Aprovecho de escribirlo por si acaso piensa que no lo sé.

Es él quien se pone a desmontar el estropicio de la nevera y a limpiarla mientras yo bato suspiros nuevamente para hacer el decorado otra vez, que obviamente nunca quedará igual porque ahora hay un pegote importante sobre la tarta y bueno, así es como van fluyendo las cosas.

Me pasa con cada tarta, una por una, voy cagándola y remendando, cagándola y remendando.

Una de las hago tiene mucha fama, es un Alfajor que me enseñó a hacer mi cuñada Mele y que ya no sé si era como ella me dijo porque le he ido variando la receta infinitas veces, sobre todo porque me olvido de comprar cosas esenciales y tengo que inventar y sustituir. Este dulce exquisito lleva unas capitas fragilísimas que se hornean por separado y hay que pasarlas de un lado a otro con una delicadeza sublime, algo de lo que yo carezco.

Siempre que la hago parto una de las capitas en algún punto del proceso. No sólo las parto, con frecuencia las quemo también, así que si lleva cuatro capas yo suelo hacer masa para seis, pero como mis medidas no son tan milimétricas, la masa para seis puede ser para ocho o para trece,  nunca se sabe.

Cada vez que hago una tarta digo seguidamente: esta es la última vez. Por misterios de la vida, al poco tiempo estoy otra vez batiendo huevos y llorando.

Pero si te digo que lo peor de lo peor es que una vez sí que me puse firme con el tema medidas, tiempos e ingredientes  y fue cuando abrí mi propia cafetería. Ahí no había más remedio,  tenía que ser un poco más ordenada mentalmente.  

Además ahora tenía todos los recursos, neveras con el techo alto, cajas con medida, todo! Y saben que pasó? Que los me encargaban antes me dijeron que ya no eran tan ricas y me dejaron de comprar. Y los que compraban por primera vez reaccionaban en plan: -Si, está buena… Así, sin más alegría que esa. 

Si el Chef Ramsay me viera, me gritaría hasta desgañitarse como es su estilo y me estaría bien empleado.

Me gustaría entender porque sigo tropezando una y otra vez con la misma piedra. O por lo menos quisiera que esto fuera solo materia de amores! Cambiaría un buen fracaso sentimental de esos de llanto, mocos y rancheras a todo volumen por un minuto de lucidez para comprar un disfraz en el chino o una tarta en la panadería y no perder las yemas dos dedos con un pegamento hirviente. 


La fiesta de la espuma

Pablo es un niño tranquilo, independiente, no es demasiado inventor, en fin, es un buen niño en general.

Eso no excluye que a veces quiera regalarlo! Eso es por la misma razón que me imagino que Caín era buen niño, no?  Pero tendría sus días, como todos, y al final:
-¿¡¿¡Caín que has hecho!?!?-
-Lo maté, sin culpa-

ajá, eso pasa...

El caso es ese día tuve una jornada larga y estaba muy cansada como de costumbre, deseando que se acabara el día para sentarme un rato en el sofá.

Habitualmente, al llegar a casa, estiro el último impulso de energía para darles de cenar y bañar a los peques al mismo tiempo, lo que me permite además no perder a ninguno de vista.

Pero hoy llegué sin el impulso, lo malgasté en no sé qué y sencillamente no podía más. 

He debido hacer lo de siempre: perseguir a Pablo para que se bañe mientras meto a  Andrés en el agua, monto las arepitas, hago el tetero, los visto a los dos, les pongo la cremita especial de la piel de cada uno, un pijama que le guste a Pablo y a Andrés uno que le sirva, él que es como un camionerito que crece por días y nada le entra.

He debido, la verdad, pero no lo hice.

Dejé la cena para el final y me metí a bañar a Andrés mientras dejé que Pablo jugara un rato. Una vez terminado el primero entonces ya me pondría con Pablo, todo poco a poco porque está una fatigada de tanto agite todos los días con la bañada, la cena, la ropa, todo para terminar rápido y poder pasar más rato disfrutando de estar cansada.

Esta vez me di un chance y me dije –tranquila, poco a poco, al final vas a hacer lo mismo, sólo que más lento…

Ya aquí se detecta que algo olía a error, ¿verdad? Como una musiquita de terror al fondo.

Mientras bañaba a Andrés, afuera pasó lo siguiente:

A Pablo le dio hambre, en casa la cosa es cena primero y después baño pero ese día yo invertí el orden de las cosas y en mi lento proceder no había llegado su turno de llenarse la barriga.

Como es un niño resolutivo (como Caín que mató al hermano y resolvió su problema) pues él buscó su banquito, abrió la nevera y sacó un litro leche. 

Agarró un vaso del lavaplatos (sucio, obviamente) y se sirvió. En el vaso echó veinte mililitros de leche, el resto del litro en el suelo.

No se amilanó.

Agarró el coleto, la mopa más bien porque en España para que sepan no hay coleto, ese de toda la vida, del haragán y trapo que todas las mujeres de servicio le abren un hueco, pues aquí no existe. Aquí solo hay mopa.

Bueno, pues con su mopa bien empapada "pasó coleto" por la cocina y por aprovechar la ocasión, se extendió en el área enchumbando todo el pasillo y parte de la sala.

Juzgó entonces que la cosa no estaba quedando bien así que agarró el lavaplatos, pero no el que está disuelto que uno usa a diario, no, buscó  el que está guardado que es híper concentrado. Ese que se anuncia en la tele como el más rendidor, “con una gota lavas cuatrocientos  veinte  platos”

Vació medio pote de lavaplatos sobre toda la zona que decidió tratar como área de acción.

Coleteó para allá y para acá hasta que mi casa parecía las discotecas de la fiesta de espuma, o cuando se jode la lavadora en las pelis y sale tanta espuma que el protagonista prácticamente se ahoga en ella mientras grita que no pasa nada.

Salí entonces muy relajada del baño de Andrés, coherente en mi plan de “hoy despacito”  y de vaina no me mato con el espumero.

-Pablo! Que pasó aquí!!!

-Se me botó la leche mamá, pero ya lo estoy arreglando.

Así mismo, con propiedad  y actitud de "déjalo en mis manos"

Las vértebras cervicales se me tensaron en segundos, a la mierda el relax, le puse a mi camionerito su pijama apretado y lo deje “a salvo” en su cuna para enfrentarme a la fiesta de la espuma.

Debo haber pasado la mopa veinte veces con agua clara intentando desempegostar el piso. (Todavía, una semana después,  cuando caminas suena güiki güiki…)

En una de las últimas coleteadas apareció Pablo y le grité al borde de la histeria:

- Pablooooo!  no pises que está mojado!

- Ay mamá, si… veldá que limpié.

Plop!

Reunión de Padres y el cole de Mayores

Pablo empieza su segundo nivel de colegio este año. Como ya soy una mamá “experta”, paso olímpicamente de la reunión de inicio de clases. Sin embargo el año pasado era nueva, no sabía a lo que nos enfrentábamos y sí que fui a la reunión. Ahora me alegro de haber recogido mis impresiones de aquel día:



Septiembre, 2012.

Sin esperarlo me saltó una alarma avisando: "Reunión de padres en el colegio". Menos mal que en algún momento de lucidez anoté eso, de no haber sido así, me habría aparecido el primer día de clases preguntando que dónde pongo a mi pequeño y poco más.

Pablo dejo atrás su época de maternal, ahora es todo un niño de tres años que ya le toca entrar en el cole de mayores. Siento que ya está adolescente, es horrible.

Así que aquí estoy, embutida en mi sillita tamaño culito infantil junto a otros tantos papás como yo. Todos tenemos claro que nuestro hijo es el más destacado del grupo. Es jodido respirar ese sentimiento y saber que por encima de todas las cosas el mejor es el tuyo.

El tema de los colegios es infinito, ahora me doy cuenta por todo lo que he escrito y ni que decir de lo que no! Y eso que sólo fueron tres años de maternal, y ahora que estoy aquí, en este aula tan solemne, me doy cuenta que mi hijo (el mejor de estos 30) ya es grande, qué vaina!

Primero hay que confesarse y admitir que podíamos perfectamente haber metido a Pablo en un colegio público, este es un país desarrollado, pero uno no deja de ser venezolano así sin más, siempre arrastras tu poquito de comederita de mierda, de esa tan autóctona que nos lleva a tener un Iphone 5 primero que nadie. Al final, después de reflexionar sobre lo que somos y lo que debemos hacer, metimos a Pablo en un colegio concertado, es decir un término medio, un privado con ayuda del gobierno que es básicamente lo que podemos pagar, incluso es un poco más de lo que podemos, la verdad. Pero yo aquí, muy tiesa, con mi dignidad y mi cara de que no lo meto en uno privado porque no me queda de camino entre mi casa y el trabajo.

Nada más empezar a hablar la profesora ya te va creando estrés. Lo primero que te suelta es: -váyanse conociendo papis y mamis (que es una manera muy cursi de dirigirse a nosotros, pero ya me he acostumbrado, porque es un clásico por estos lares) tienen que hacerse amigos porque sus hijos van a seguir juntos durante mucho tiempo…- una pretensión absurda, claro está. Tú que estabas ahí, descosiendo a todo el mundo con tus pensamientos urticantes, te encuentras con que tienes que compartir con esta gente más de lo que hubieras deseado nunca. A cuenta de qué, vamos a ver.

Yo además ahora que voy cumpliendo más años he descubierto que a pesar de que me toman por simpática, soy bastante antisocial. No soy de estar sacándome amigos de la manga, me cuesta bastante de hecho. Hace más de seis años que vivo en el mismo edificio y sólo conozco a la que estaciona a mi lado porque todos los días me disculpo por darle con mi puerta a su carro (y viceversa) y a mi vecina de enfrente, que la conozco de hola y poco más, tendría que confirmar su nombre en el buzón.

Así que esta maestra chiquitina y muy simpática (seguramente más sociable que yo) está ahí como si nada, generándome un estrés importante.

A medida que la reunión se desarrolla empiezas a ver aquello de que cada familia es un mundo… escuchas las distintas preocupaciones de los padres y son tan diversas que te hacen pensar, desde: -¿Cómo coño se dio cuenta de eso?- para las más inútiles, hasta: -¡Por Dios, no lo había pensado!- para las importantes, del tipo: -¿hay que traer útiles?-

Los padres en general no hilamos fino cuando se trata de nuestros hijos, perdemos un poquito el norte, nos distraemos de lo importante, el amor nos ciega, nos pone tontos perdidos.

Un papá serísimo, encorbatado y con cara de director financiero de una trasnacional, estaba bastante preocupado porque el pantalón del uniforme (que es un simple mono de deporte o chándal azul) había cambiado del año pasado a este en un milimétrico ribetico blanco por un lado y él tenía unos uniformes heredados (lo cual no parecía hacerle gracia) y su niña sería la única “diferente” de la clase.

Yo no soy más sensata que él, pero la verdad es que justo ese detalle me importa bastante poco. Tomando en cuenta que el pantaloncito con su sweater cuesta módicos 65€ habría dado oro por tener esa herencia, con o sin el ribetico blanco.

Otro papá estaba ofendido porque para la natación, la profesora propuso que todos, niños y niñas, llevaran el bañador pequeño, es decir, el clásico de natación sin la parte de arriba, ya que tomando en cuenta que se tenían que vestir y desvestir ellos solos, podría convertirse en un gran problema para las niñas quitarse y ponerse un traje entero con rapidez. Pues ahí estaba el buen hombre descompuesto, imaginándose a su princesa con las tetas al aire al lado de sus compañeros masculinos, y casi que se le iban los tiempos de pensarlo.

Estaba claro que esa niña, de la hora de natación aprovecharía poco, ocupada entre quitarse y ponerse el bañador escondida en un rincón. A nadar no sé si aprenderá pero las tetas no se las van a ver fácilmente.

Por otra esquina de la reunión, otro grupito de padres empezaron a dudar de la capacidad de la profesora para tratar niños de 3 años cuando esta soltó el desafortunado comentario sobre su experiencia en el colegio, diciendo que los años anteriores sus alumnos eran de 5 años.

Lo que estaba claro es que allí había treinta padres nada dispuestos a que sus hijos crezcan. Los entiendo y los apoyo, pero a mí me hace ilusión que esta mujer me ayude a que Pablo supere ciertas cojeras infantiles que trae puestas, como el tema de la caca que no logramos controlar o de embarruzarse cuando come como si se tratara de un cerdito en el barro.

Yo tampoco quiero que crezca la verdad, pero como no creo que pueda parar el proceso, voy a intentar darle la vuelta al tema.

Una parte importante de la reunión fue el clásico “auto bombo del cole”: la buena decisión que tomaste metiéndole aquí, lo sofisticados que son, lo modernos, el inglés, la pantalla táctil, el pizarrón digital, bla bla bla... No entiendo esta manía de venderte lo que ya compraste. Deberían estar por ahí hablando con gente que va a tener hijos o con los que están a punto de dejar las guarderías, no se con quién, pero conmigo, que ya compré el conjuntico de 65€, desde luego que no, porque si ya me dejé joder por ahí es porque estoy más que convencida.

Lo peor es notar que a ella le da tanto fastidio como a ti “venderte la moto” como dicen aquí. La mujer tiene que saber que buena parte de lo que cuenta es una verdad relativa… Que incomodidad, sobre todo porque ella es profesora y no vendedora de carros usados o banquera, que si saben mucho del bla bla este que digo yo.

Los padres siguieron haciendo tanto preguntas irrelevantes como cosas que francamente no sé cómo no pensé antes! Una mamá, de las que agradecí que preguntara, quiso saber por qué había que traer cinco baberos limpios cada lunes para recibirlos todos sucios el viernes, con los pegotes endurecidos de toda la semana, en lugar de llevar y traer un babero cada día evitando la cochinada de acumular 5 baberos sucios por 30 niños (con lo que queda acumulado ahí, alimentas fácil a los animales del Zoo de Madrid, Osos incluidos). Un silencio súbito dio la razón a la madre inquieta...


Aquí lo bueno es que yo no dudo de lo perfecto que es mi hijo, pero sí que tengo dudas de mi como mamá, así que no me acompleja nada esto de “ay! cómo no lo pensé” para eso confío en otras mamás más capaces que yo, con agenda, memoria, organización mental, etc.

La reunión se acababa con el recordatorio de la amistad temible e inevitable con algunas de aquellas personas. Al menos sus preguntas te daban pistas sobre quienes tienen intereses muy distintos a ti y quienes son madres modelos… yo seguramente tendré tendencia a los que no abrieron la boca como yo y nada nos pareció ni demasiado grave ni demasiado relevante ni nada de nada… sólo cumplimos nuestro papel de buenos papás y fuimos a nuestra primera reunión, pero realmente ya depositamos la confianza en ellos que sabrán lo que hacen, porque si no, a cuenta de que íbamos a traer a nuestros soles a este sitio y dejarlos aquí desde las nueve de la mañana hasta la cinco de la tarde?

Si yo por confiar, les confío hasta la alimentación, porque con su menú planificado y balanceado en calorías, preparado por un estudioso de la nutrición, con carbohidratos, grasas y todo eso en su justa medida, me dan la libertad de ir a Mc Donalds con Pablo sin remordimiento de ninguna clase.

No tengo ni idea cual será la frecuencia de las reuniones de padres, pero espero que no sean muchas, porque si bien me gusta conocer el sitio y a la profesora, me aburre sobremanera una discusión sobre unos ribetes blancos que no he notado.

Yo creo que Pablo va a estar bien incluso si creemos que somos unos papas raros, los niños son encantadores, y está visto que los pequeños sobreviven a todo, incluso a sus padres.

Espero que no le toque en la clase el clásico niño maldito que pegue, porque Pablo no es de defenderse demasiado, que le toque alguno que lo espabile no está mal, pero el criminal de turno confío que caiga en alguna otra clase, no quiero que nadie le pegue a Pablo porque no respondo de mi reacción, yo tengo bien afianzada mi latinoamericana explosiva para reaccionar en estos casos.

Seguramente la niña del bañador acabara lanzándose desnuda a la piscina para no seguir perdiendo el tiempo y la del ribetico no se enterará que no lo tiene ni cuando vea las fotos de mayor.

Son cosas de los padres… los niños son normales.


Al final no me moría, parecía, pero no.

Al Creador se le escaparon detalles, se sabe. Nos marean desde niños con que la Naturaleza es exacta, el hombre es la máquina perfecta, todo Obra Divina, pero te voy a decir, hay mucho detalle suelto en la faena de El Señor. No vamos a cebarnos con el buen hombre, faltaría más, sólo quería recalcar que en nuestra naturaleza hay fallos.

Mi cuento aquí va de que un buen día yo, la súper-mamá (bastante venida a menos desde que soy mamá por partida doble) aterricé en el hospital con un dolor de estómago de los que te doblan y no hay quien te enderece.

Traté de superarlo durante unos minutos, me levanté de la mesa, caminé un poco, hice respiraciones profundas, técnicas de concentración según la enseñanza paterna, me puse de rodillas, de cuatro patas, me tomé un Eno, un Almax, Atroverán, cuyo mal sabor hace que olvides el dolor… aquello no cedía con nada. Intenté mejorarme, pero llegó el momento de mirar a los ojos a mi marido y darle la mala noticia: tengo que ir al hospital, esto no es de atacar con bicarbonato.

A partir de esa afirmación, todo fue un revés tras otro que en lugar de vivirlo, me habría gustado observar desde el palco para contarlo mejor.

El primer desbarajuste comenzó con la urgencia en sí misma, me dolía que aullaba literalmente y aún así -obligatorio recordarlo- tenemos un niño pequeño y un bebé a quienes hay que resolver primero aunque te estés desangrando. Es increíble, te das cuenta que tu lugar no es ni de lejos el primero ni el segundo. Si te duele mucho, mucho, te peleas por el tercero.

"Colocamos" a Pablo con los abuelos y nos llevamos a Andrés. Apañamos más o menos y al hospital a toda carrera.

El problema con las urgencias, sobre todo las de doler, es que no dejas de pensar que te mueres y claro, piensas en ti y en pobre tú, y los míos sin estar yo y lo poco que he vivido, lo joven que soy, mis niños chiquitos creciendo sin mamá, o peor… con otra lagarta que no soy yo. Nadie es imprescindible, eso lo sabemos en teoría, pero a la hora de la verdad juras con propiedad que sí lo eres.

También es fatal para "el otro" porque él también va pensando en que te mueres y se queda solo, con dos niños pequeños, viudo joven, y quién va a hacer las tareas del colegio que vienen en las circulares de 8 párrafos y la sopa por las noches… ¿los niños podrán comer macarrones con tomate hasta la adolescencia sin consecuencias adversas?

Ahí había toda suerte de interrogantes correteando por el pensamiento a toda velocidad. Cada uno en lo suyo.

Esa historia de que cuando te estás muriendo arranca “la película de tu vida” a proyectarse frente tus ojos es absolutamente secundario. Lo angustioso es la película del futuro por venir sin ti. A ti por lo menos te duele y te distraes, pero al otro pobre no le duele nada y tiene todos los sentidos puestos en imaginarse la debacle que será si tú partes, eso mientras conduce a toda velocidad e intenta que no se le baje la tensión de un golpe.

Bueno, pero al final yo no me moría, parecía que sí, pero no, para nada. En ese punto no lo sabía pero lo que tenía era un cólico de no sé qué porque unas piedras están pasando por dónde no les toca y duele que es un infierno. Mientras te dicen que las piedras son microscópicas tú vas sintiendo al Peñón de Gibraltar arrasando tus entrañas. Ahí es donde te digo yo que lo de la máquina perfecta hecha por el Creador tiene sus bemoles, a mí que no me jodan.

Llegamos al hospital y entramos directo a "Urgencias" Me bajé como pude, porque cuando les digo que estaba doblada es literal. Me trajeron mi silla de ruedas e hice mi entrada a la odiada Sala de Espera.  Aquí los hospitales funcionan muy bien pero no es E.R. Si tú no llegas con un pedazo de tu cuerpo despegado del resto o sangrando profusamente y dejándolo todo perdido, nadie te salva de la Sala de Espera.

Ricardo siguió porque se tenía que estacionar antes que el vigilante se ensañara con él, porque ir de emergencia y dejar el carro donde puedas, no van de la mano. Fue nada más amagar con salir a ayudarme y ver venir al Vigilante en plan despeje violento, que quitáramos el coche por si viene alguna “urgencia” de verdad. Tú me dirás.

Logró estacionar un poco más lejos y vino corriendo a ver qué pasaba conmigo. Sudaba frío, el pobre sabe que yo me enfermo pocas veces pero cuando lo hago es con seriedad. Mis papás nunca me llevaron al médico con dolor de barriga, íbamos directamente con úlcera perforada. Mi papá no se fiaba y nada más verme un grano, presentía lo peor. Así soy yo desde chica, me dan puras cosas serias, es un detalle de mi personalidad extrema.

Cuando Llego Ricardo a mi sillita de ruedas, nos miramos un momento… miramos alrededor y había algo que no encajaba…¡¡¡Andrés!!! se nos quedó el chiquitín en el carro!!! Con el apuro de si me moría o si no, lo dejó olvidado y él se quedó allí, balbuceando en su sillita de bebé, muy tranquilito. Es un santo! Cuando nos dimos cuenta, cruzamos miradas culpables y creí que íbamos a tener que ingresar a Ricardo con un infarto. Se puso blanco y en tres zancadas llegó al coche a rescatar a la criatura abandonada a su suerte.

Si un día Andrés para en delincuente, llamará a su padre desde la cárcel para que pague la fianza hipotecando la casa y, tras recordarle -aquel día que me olvidaste en el carro- lo conseguirá.

Una vez rescatado el niño y más bajas las pulsaciones del padre, me pusieron medicinas y me "estabilizaron" hasta que llegó mi George Clooney de turno y soltó: -Te tienes que quedar ingresada cariño-.

No me lo esperaba pero me pareció prudente, porque además de estar partida de dolor se me disparó un brote alérgico que el muchacho que estaba al lado mío en la Sala de Espera se levantó muy discretamente y se rodó dos sillas más allá.  Normal, yo estaba mutando en algo hinchado y rojo.

Pero no es de mí que les quiero hablar si no del desbarajuste que se generó alrededor.

Esa noche nuestro entorno se puso en "Modo Emergencia". Unos amigos se llevaron a Pablo a su casa en plan "pijama party" para que no resintiera la novedad y mis suegros se quedaron con el bebé, dispuestos a levantarse de noche las veces que hiciera falta. Ricardo se fue a casa a preparar teteros, juguetes, bolsos para todos, incluido el de él que se quedaría conmigo en el sofacito del acompañante. Yo además prefería que se quedara esa noche por si le fallaba el corazón después del susto con el niño.

El día siguiente transcurrió con bastante tranquilidad pero claro, era domingo. Con la llegada de la semana laboral se avizoraban vientos de tormenta con su respectivo peo.

Esa noche decidimos que para que los niños no alteraran su rutina se fueran a casa con su padre. Yo me quedaría allí, a cargo de la enfermera de turno que te toma la tensión cada dos horas haciendo tan imposible tu descanso como el de ella.

Ricardo lo llevó todo bien, baños, cenas, recogida de juguetes, etc. Cuando me llamó sonaba cansado, pero nada más. Todo bien.

La mañana siempre es más ruda porque normalmente la repartición de trabajo mañanera consiste en que Ricardo se baña, se afeita, se viste, se arregla, se ajusta la corbata, revisa su maletín, abre el correo por algún detalle y mientras yo me arreglo (me baño la noche anterior o saldríamos a las 10), despierto a los dos peques, doy teteros, visto, limpio culos, saco gases, peleo por que "sí" hay que ir al colegio, peino nudos imposibles, reviso los morrales, el diario con la clásica nota: “traer 1 brick de leche vacío y limpio”, busco el uniforme que nunca dejo preparado la noche previa... Cuando están listos me voy al trabajo y Ricardo los lleva.

Esta vez todo eso fue lo pasó pero sin mí. Salvo los nudos, que Ricardo como no se peina, ni le cruza por la cabeza que sea un tema que haya que abordar, lo demás marchó y Pablo se fue al colegio con la cabeza enmarañada como un nido. Pero esto era una menudencia. Resumen al final de la jornada: cansancio, un poco de mala leche y sólo ha pasado un día. A mi seguían sin darme de alta y Ricardo comenzaba a tener síntomas de impaciencia.

Cada vez que el médico entraba a la habitación Ricardo lo acosaba, le hablaba golpeado, le preguntaba que cómo iba yo pero en tono de indudable reclamo. El pobre hombre intentaba no venir. Pasaba de vez en cuando y muy de pasadita, de vaina se asomaba al umbral de la puerta: -Todo bien? Bueno, pues adiós!- Eso sin dejarme decir ni mu.  Un día que se asomó y me vio sola. Entró y te digo con franqueza, era otra persona, dulce, conversador, relajado...
 
Allí estuve cinco días, sin comer, sin dolor y sin saber el origen del dolor original, motivo que me haría volver al hospital tres veces más en los meses siguientes. El último día, el quinto, Ricardo ya tenía barba, ojeras y mucha pero que mucha mala leche. Venía cada día y trabajaba desde el hospital, obviamente dándole cacería al médico, no hablaba con nadie más que con los del trabajo, que lo llamaban por teléfono y no mucho, porque en su tono, farfullaba, se intuía que no era cuestión de socializar con él.

Fue ese día cuando mi Clooney entró en su ronda matutina me dijo que me iba a empezar a dar comida y que sí se quedaba todo en el estómago me podría ir al día siguiente. Para qué fue que dijo "día siguiente"... craso error delante de un padre al borde del marasmo.

Ricardo:    -Al día siguiente de qué? -Pero bueno, vamos a ver, si come y no vomita ya nos podemos ir, ¿no?
George:     -Bueeeno… lo mejor sería esperar a que...
Ricardo:    (sin dejarlo terminar) -Ajá! Ya lo dijo, esperar a que no vomite, está bien. Entonces, si come y se queda todo dentro, nos vamos, ¿no? Perfecto, pues fírmenos el alta, esperamos a que ella coma y si no lo devuelve, ya! Nos vamos!

Ricky lo atacó frontalmente. El hombre salió de ahí temblando, preguntándose si el juramento hipocrático no le permitiría mandar a la mierda a un marido desbordado de tareas hogareñas. Habrá pensado, mejor la dejo así y si se complica que vuelva y con suerte hasta la atiende otro.

Yo estaba bien, pero no había tomado ni agua en 5 días, no me daba mucha confianza esto de “empezar a comer”. Pero ni harta de vino le llevaba la contraria a Ricardo, su mirada decía claramente: -si te quedas me divorcio y te dejo los niños!- y el divorcio se supera, pero la maternidad en soledad, no estoy dispuesta.

En fin, les digo que para una madre enfermarse es pecado, morirse es peor claro, no hay que buscar salidas radicales. Pero de enfermarte, al hospital sólo si es muy grave si no, un Alka-Seltzer y a retomar tu vida, porque el mundo gira sin ti pero contigo está visto que lo hace mucho mejor.

La jornada Reducida

Este va del gran beneficio de las madres trabajadoras

España atraviesa una crisis. Hasta hace poco era la tierra del equilibrio social. Grandes ventajas y poco sacrificio. Esto no podía durar mucho y yo agarré el repele, aunque algo me cayó.

No hablo de política (aunque voto) ni critico tampoco y menos en patio ajeno, porque aunque tenga DNI (cédula española) ahí dice clarito que nací en Venezuela, así que sólo me atrevo a criticar lo propio y poquito porque criticar es un fastidio.

El caso es que entre los grandes beneficios de vivir en este país hay uno que se llama la "jornada reducida" cuyo objetivo principal va de intentar conciliar la vida familiar con el desarrollo profesional y toda esa filosofía tan buena y tan teórica, sobretodo tan teórica.

La jornada reducida consiste en que una mujer trabajadora y madre, tiene el derecho por ley de reducir su jornada, con la consiguiente reducción de sueldo, eso sí, hasta que el menor de sus vástagos tenga 8 años. Se supone que de esta manera las madres serán capaces de estar tanto en la casa como en el trabajo sin perder ninguno de sus roles.

Ahora yo me pregunto, esto está muy bien pensado, ¿pero cuándo en la vida se han podido hacer dos cosas bien al mismo tiempo? La gran teoría falla en los cimientos.

O eres buena madre y te pones tu delantal de Maggi o eres una ejecutiva agresiva con tus taconazos, maletín y dando zancadas para llegar a todas las reuniones. La mezcla no sólo es explosiva, es imposible.

Quedarse a medias como yo es de lo peor, porque no soy ni la madre Maggi ni la del maletín, lo que me hace sentir no solo mediocre, sino además un poco timada por todo este rollo del "beneficio social".

Mientras tuve sólo un hijo no quise utilizar esta "ventaja" de horarios por no tentar a la suerte, pero con dos no hubo más remedio.

La teoría dice entonces que yo, la mamá moderna de taconazos y delantal, va a trabajar por la mañana, termina todo porque optimiza su día (sin perder tiempo en nimiedades como comer o hacer pis) y sale temprano para recoger a sus retoños del colegio, darles todo el amor que necesitan y cubrir sus necesidades de cuerpo presente.

Pero si las teorías fueran tan ciertas y precisas, el marxismo sería otra cosa...

Mi cruda realidad es más o menos así:

Por la mañana vivo un momento de paz cuando consigo levantarme a la hora que es y no me quedo dormida aprovechando los últimos “cinco minutos” que después pago con sangre. Pero haciéndolo bien, tengo unos 15 minutos para darme un baño yo solita en sana paz. Ese es literalmente mi momento del día, mis 15 minutos de fama.

Al salir del baño el caos está cantado, Ricardo va preparando desayunos y teteros mientras yo entro en la lucha de la levantada, con no quiero ir al cole, con déjame un ratico más, a la vez que voy zanqueando uniformes, medias, zapatos, mochilas...

Las mañanas en que no hay camas con pis, pijamas con caca desbordada o vómitos de tos son raras y se agradecen un montón. Pero escasean, la verdad. Antes de salir de casa la cuota mínima es dejar un colchón al sol, la lavadora puesta y el lavavajillas andando que si no, por la noche no hay teteros.

Pablo sufre de lentitud mañanera y cuando se levanta le da por jugar, ver cuentos, se le ocurren cientos de ideas de cosas para hacer y ninguna de ellas es ponerse el uniforme.

En el colegio me atormentan con que se tiene que vestir solo, porque después en la natación pasa trabajo, pero la pelea para que esto suceda cada mañana me está restando momentos de felicidad considerables.

Andrés no se queja, lo despiertas, lo vistes y lo dejas ahí colocadito en su cuna. Pero claro, él será bueno pero tiene su manera de joder. Se levanta cagado hasta la nuca, lo que suele ser un estropicio de pijamas, sábanas, etc. Y tiene el detallazo además de dejar un poquito para cuando ya tiene puesto el pañal nuevo. Es su forma de hacerse notar.

Alguna vez lo he llevado tal cual y según lo dejo en su colegio le digo a la profe con cara de sorpresa: -Ay, se acaba de hacer, qué cosa!

Esta práctica la repito conmigo misma ya que no hay un solo día que no salga de mi casa manchada en alguna parte. Cuando me lo dicen pongo mi mejor cara de sorpresa y suelto la fórmula de siempre -¡Qué bárbaro, cómo no me di cuenta! Y sigo mi día como si nada.

Un día una compañera me señaló una mancha asquerosa de leche de tetero que me había hecho Andrés y que realmente me planteé limpiar (cambiarme de ropa jamás, tendría que ser muy grave) pero con el corre corre me olvidé. Cuando me lo dijo, vi la cochinada y dije: ¡¡¡ahh,… qué rabia! Siempre me pasa esto con la pasta de dientes… Mientras hablaba me di cuenta que olía a queso rancio.

Superada la etapa de la mañana, repartido el personal, llego a mi trabajo y en el ascensor, si voy sola intento ocultar rastros muy evidentes de la versión madre (babas, salpicaduras, etc.) y me transformo en la trabajadora.

Pero no crean que entro a la oficina como la ejecutiva de taconazos, noooo… para nada. Ahora yo formo parte de un colectivo de exiliadas laborales, soy de las que tienen "jornada" , y lo dicen así, disminuyéndonos a la mínima expresión, las de "jornada"... Es un status maldito en la oficina, los colegas te miran como una beneficiada y los superiores te ven como una “sirve pa’nada” Todo ventajas. Encima de eso, yo por debajo no tengo a nadie, es decir, si mi oficina fuera el océano, yo sería el plancton.

Así que, de ejecutiva , como comprenderán… Y aún es peor que esto, porque con el nuevo horario sacrificaste tu hora de comer, es decir el único rato ameno que pasas con tus compañeros escogidos, con los amigos de la oficina. Eso se acaba para siempre.

Hasta tomarte un puto café puede causar comentarios de superiores del tipo, -Te recomiendo que no tomes café... Decir “te recomiendo” siendo el jefe es igual que cuando tu madre te decía -Hazlo como tú quieras! Tú me dirás, a ver quién era el valiente en casa que hacía las cosas como quería realmente, o en el trabajo, quien es capaz de no seguir la recomendación del jefazo.

Lo más duro es oír la explicación, -Es que los demás toman café pero es que ellos están aquí hasta las 7 de la tarde trabajando.!

Ahhhh… bien, muy bien… Están ahí a las 7 de la noche pero a las 11 de la mañana todavía no ha llegado la mitad de ellos! Y yo ya llevo dos horas trabajando frente a la computadora. Más de una vez he deseado con fuerza que contabilizaran las pulsadas a las teclas que dan los empleados por cada jornada. A ver lo que salía de ahí, porque lo que se ve no es siempre lo que es.

Así que ahí estás tú, en la misma oficina de siempre, sin la parte del compartir unos minutos, con la misma cantidad de trabajo pero en menos horas, con sueldo más bajo, rechazada por superiores y envidiada por iguales, sin ninguna posibilidad de mejorar, todo porque tú has decidido ser parte de ese grupo privilegiado de las de “ jornada”.

Pero de qué te quejas? Has ganado tiempo! he ganado tiempo para correr al autobús, rezar para que no haya tráfico, hacer la cola y recoger a Pablo, ir de ahí a buscar a Andrés a casa de mi suegros y ya con los dos irme a mi casa, empujando el cochecito y jalupeando a Pablo que está cansado, con frío , con flojera de caminar, no como yo, que estoy fresca como una lechuga porque soy de las que tengo "jornada".

Llego a la casa y para aprovechar ese tiempo recién adquirido, hago la cena para Pablo, para los grandes, hago teteros, todo a la velocidad del vértigo. Después de eso el baño de los niños, que es poco más que mi segundo baño del día, sólo que este es con la ropa puesta y salpicada de jabón Nenuco... Ahogos, mocos, resbalones... Niños mojados, cremas varias, que Pablo dermatitis, que Andrés pañalitis… pijamas, pañales, nudos en el pelo.

Niños listos! Ahora la cena de los mayores...Como ahora tengo todo este tiempo libre, las tareas se han recolocado! Es una suerte. Después que la tormenta infantil ha pasado llega Ricardo, nos sentamos a cenar y veo tele... Ya da igual lo que pongan, no lo veo, me quiero acostar, estoy cansada de mi tiempo libre... Y aun me sobra, sólo son las 10 y apenas puedo mantener los ojos abiertos

Dios, esto rezuma hiel! Si con una piedra en los dientes tendría que darme.