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Todo el fin de semana para Pablo



Sin venir a cuento de nada, un fin de semana cualquiera me dio la vena de hacer un plan dedicado a Pablo. Yo no sé cómo funciona esto con las demás mamás, si algunas lo traen de nación o si sólo les da “de vez en cuando” como es mi caso. Para mí es excepcional. Me pueden criticar a su gusto, pero yo te digo que el fin de semana tiene dos días y en esta familia hay tres personas y una de ellas, la que no llega a un metro, no se puede llevar los dos días… no es equilibrado pues.

Pablo no es un niño exigente (todavía) en ese aspecto de planes de fin de semana. La verdad es que él está bien contento y entretenido jugando a sacar los envases plásticos de la cocina, “taper” en la península ibérica, y hacer torres con ellos.

Pero yo quería más! Sin reflexionar sobre mi decisión arbitraria comencé a planificar, que no es mi fuerte, porque con el invierno que tenemos, cualquier programa hay que hilarlo muy bien o te sale una cagada y pasas frío garantizado.

Para los que no leyeron el anterior, seguimos con la visita de la Ola Polar, que viene desde no sé donde barriendo el continente y dejando helado todo del polo pa’bajo. En Madrid casi no ha caído nieve (salvo que yo esté esperando un autobús), los días están sin una nube y mucho sol, pero el frío está ahí, acechándote sin que lo puedas ver por la ventana.

Mi plan se iniciaba temprano con el desayuno fuera de casa. A mi salir a desayunar tradicionalmente me chifla, y ahora a Pablo también por varias razones. La primera es que come pan con amate, que más que comer pan consiste en chuparse el tomate y pedir que le pongan más y más hasta que el pan se deshace de tanta baba. Hasta hace poco le dábamos del nuestro, ahora le pedimos un pan aparte porque él no da tregua y nosotros quedamos hambreados. También, y como novedad desde hace poco, toma: bugu de naranja. Estamos muy avanzados con el tema de los sabores.

La segunda razón de su alegría del desayuno outdoor es que vemos a Pachú y Fabián, nuestros amigos, que Pablo asocia directamente con esta actividad porque desde que nos encaminamos a la cafetería, empieza a gritar: PasshuuuuuBiaaaaan... Pablo cree (o sabe) que ellos son amigos de él, cualquier día que nosotros no podamos bajar a la cafetería él puede bajar con sus amigos particulares.

De ahí vamos a toda carrera a la natación sabatina.

Llevar a un niño a la piscina con este frío (aunque las instalaciones estén “preparadas”) es de los sacrificios más rudos que me han tocado como mamá. No se trata sólo de llevarlo sino de meterse con él, ponerse traje de baño, gorro (que afea hasta a Cindy Crawford) y lo peor: "perder el cabello" es decir, joderse el secado profesional que tanto trabajo me cuesta.

Pero yo en mi papel de madre sacrificada, meto mi barriga y le echo bola. Si tengo otro hijo no sé si tendrá tanta suerte.

La piscina suele estar “bien” de temperatura, pero mi termostato tropical siempre la detecta fría y Pablo aunque nació aquí, heredó el termostato. Te puedes meter poco a poco por la escalera, claro que para mi niño el primer escalón implica los pies y el segundo, inmersión total... pobre... Yo le cuento los escalones pero imagino que le agarrará manía al segundo, porque entre bajar ese escalón y tirarse de bomba no hay diferencia.

La media hora que nos echamos ahí arrugándonos, consiste para Pablo en ir buscando los "pato" que están por toda la piscina y que son cualquier cosa que flote. Localiza uno y grita: -pato allá!!! y se embala en esa dirección chapoteando frenético con su floti. Yo lo medio suelto, pero en lo que se da cuenta: -mamáaaaamanoooo!!!- y más vale que se la des rápido porque le entran los ahogos nerviosos.

El agua le llega (floti incluido) justo por debajo de la boca, con lo que el cloro es un componente más de su dieta porque traga toda y más.

Sinceramente te digo que esto de la natación no es que sea su plan favorito, yo lo hago porque se supone que es bueno, y no analizo mucho. Los otros niños gozan, se suben al túnel, se van con la maestra etc. Pablo se dedica a la búsqueda y organización de los pato en la orilla y ya. Se lo toma como un trabajo.

Cuando salimos de la piscina corremos a unas duchas de las que sale agua hirviendo, no sé cómo no se nos pela la piel. Al niño le cae el agua y dice de inmediato: lente, lente- porque el mundo ahora para él se divide entre caliente o frío.

Desde que aprendió a diferenciar, está cazando algo que tocar para opinar si está lente o fío. Toca el horno: lente, la ventana fío, el radiador lente, y así va pasando por delante de todos los objetos inanimados de su vida.

Date cuenta que no es ni mediodía del sábado y yo ya estoy para tomarme el resto del fin de semana libre… lo peor es que tengo otras iniciativas en proceso.

Después de la piscina el niño queda como si corrió la media maratón, si se duerme en casa la siesta dura como 4 horas y se jode el sábado, así que el camino de regreso hay que cantar; saltar, gritar. Llegar corriendo y darle su conocida opa y su papamur (mezcla de “plátano y Cambur”, como su vida misma).

Salimos de la casa a toda carrera y una vez en el carro Pablo está frito en segundos, roncando y todo. Porque ronca, que eso en las fotos no se aprecia, tan rubito, tan angelical y ronca como un camionero.

Bueno, la segunda parte del plan sabatino era ir a una cosa que aquí se denomina “Los Recreativos” y que para mí es un sitio de “maquinitas”. En esta parte del plan se nos unieron nuestros amigos Mauricio y Liza, padres de Fía, Sofía para los grandes.

“Los Recreativos” resultaron un éxito. Las mamás tomamos café y hablamos tonterías, los papás subieron a Sofía y a Pablo en cuanto cacharro mecánico había. De vez en cuando venían a hacer una pausa, nos dejaban a los pequeños y corrían a jugar ellos una partida de Sega Rally. Tú me dirás qué hacen esos manganzones jugando a los carritos. A Ricardo le trastornan esos juegos es como una tara que trajo a la pareja y lo tomo con serenidad, pero lo peor es que convenció a Mauricio, que es un hombre serísimo, de meter su metro noventa de humanidad en un carrito de carreras diminuto.

Los pequeños la pasaron buenísimo. Había un carrito con Hello Kitty de copiloto, ahí plantada con su cabezota como un melón de catorce kilos. Los niños la miraban maravillados. Se subieron en todo lo que encontraron: carritos, helicóptero, silla espacial, tren, carrusel.

El domingo cuando me levanté, ya estaba rajada del plan de “fin de semana”. Me parecía que con un día dedicado al pequeño era más que suficiente para él y para mí.

Bajé a desayunar y me encontré a Pashú-Bian y les solté mi reflexión sobre el fin de semana infantil de un solo día, comenté que creía que me iba a dedicar el domingo a “estar”, así sin más. No contaba yo en ese momento con que el piloto de Sega Rally había repuesto energías y según se nos unió en el desayuno, soltó: ¿nos vamos a la Sierra a ver la nieve?

Me iba a caer de culo. Fabián y Pachú me miraron con un poco de lástima y solidarios se acoplaron al plan, y encima unieron al papá de Pachú que llegaba de Caracas ese día y según que así le ayudaban con el jet-lag.

Así que fuimos... nos pusimos varias capas de ropa, porque si en Madrid estaba a 0ºC, a 1800 metros no quería ni sacar la cuenta. Me llevé varias indumentarias de repuesto para Pablo y todo tipo de prevenciones que para mí nunca he tomado, pero con los chiquillos a uno se le brota el instinto.

Ricardo le quitó los guantes a Pablo para que tocara la nieve, clásico primer contacto. Pablo estaba entusiasmado pero claro, no mide el tema del congelamiento así que agarró la nieve tranquilamente un buen rato y de pronto empezó a llorar y a gritar fío mano, fíoooo!!..." desconsolado. Su padre casi se desmaya del remordimiento, le empezó a soplar las manos y a calentárselas todo lo rápido que podía, creo que de hecho lloró un poco también, no se dejaba ver pero lloró seguro.

Superado el momento, el padre animado quería continuar la juerga. Sugirió comprar un trineo para lanzarse con Pablo.

Les explico a los que no están familiarizados con el tema, que hay trineos de trineos, desde el de San Nicolás hasta el modelo "Tapa de tobo" o "Palita de basura". Todo el que haya visto un tobo de basura Manaplas de 80 litros con su tapa negra, ha visto un trineo. La tapa es un trineo, igualita, exacta, sólo que incluye dos asas para que no salgas despedido a la primera.

El segundo modelo es individual (porque en la tapa del tobo caben los que quieras) y es igualito a la palita de recoger la basura, solo que le inviertes el sentido, te sientas en la palita y dejas hacia adelante el palo al te agarras lo más fuerte que puedas para no salir volando y entonces, te lanzas cuesta abajo como un desquiciado.

El caso es que queríamos algo para completar la experiencia de la nieve. Comprar el trineo nos parecía un desperdicio de dinero, si lo hubiéramos sabido nos traemos una gavera de refresco que debe rodar en la nieve que da miedo, porque rueda bien en el asfalto ya me dirás tú en la nieve la velocidad que eso puede coger...

El problema de los trineos Manaplas es que son para niños, lo que no incluye a niños de 80 kilos como Ricardo. Pero claro, tirar a Pablo solito ladera abajo era un poco descabellado.

Teníamos un dilema porque además se veían trineos rotos por todos lados, evidentemente usados por niños de más 80 kilos. Al final a mi marido le salió una vena maracucha y agarró el parasol del carro y lo convirtió en trineo.

Se lanzaron horas con el parasol, superando en velocidad a la gavera, la tapa, la palita y a todo. La gente los veía con una mezcla de admiración y estupor.

Gozamos todos, hasta el pobre Ose, el padre de Pachú, que pasó de 30º a -8º en el mismo día. Lo bueno de los días dedicados al niño es que la gozadera de él es proporcional a la nuestra, verlo ya es divertido.

La verdad? el fin de semana pro Pablo fue estupendo. Nos dormimos todos cansados y contentos.