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De tropiezos y de oficios

Es archiconocido eso de que no hay que tropezarse dos veces con la misma piedra. Y quien dice dos, dice cincuenta. 

Solemos atribuirle este refrán popular al amor, pero que va, al final cuantas veces te enamoras de verdad? Algunas nada más (menos mal), te tropiezas con cinco o seis piedras a lo largo de tu vida como mucho y contando desde primaria, no es tanto si a ver vamos.
Malos son otro  tipo de  errores que no dejas de cometer y sigues y sigues y sigues…

Haces una cosa que no se te da bien, como hay tantas, Y qué pasa? Que sigues haciéndola… Por qué? Esto es lo que nos diferencia de los animales? Lo tercos?

Yo soy un ejemplo tan clásico de esa auto-terquedad que cuando me tomo un minuto para pensarlo, la verdad es que no lo comprendo.

En el colegio por ejemplo, me pasé el bachillerato entero, pero entero, copiándome de mi amigo Sebastián en los exámenes de inglés. Él claramente tenía oído musical para los idiomas, yo en cambio era como si esa parte del cerebro me la hubieran extirpado en alguna operación compleja. Era incapaz de aprenderme ni el to be. No retenía la información, no había forma, así que copié, copié, copié y finalmente salí de aquello medianamente airosa!

Cuando me dieron mi flamante diploma de bachiller, qué hice? Entré en la universidad a estudiar “Idiomas Modernos”!!! Yo! Que sólo decía los días de la semana con fluidez en español, iba a ser filóloga!

En aquella época recuerdo que encontré una explicación que justificaba mi proceder, pero hoy, aunque no me acuerdo cual era, aseguro que era fantasía pura, porque me gradué a duras penas y se me siguen dando fatal los idiomas! Con decirles que estudié cuatro semestres de alemán y no podría ni tomar un taxi en Berlín. Viví dos años en Paris y todavía me atraco si voy más allá del -Ça va…
Soy una pena idiomática.

Cuantas cosas uno no hace bien y las repite ad infinitum, a veeer si la próxima... Y no, la próxima  es igual a las anteriores.

Claro que no soy la única (y eso anima).

Mi hermana Candelaria se vino a pasar un verano para mi casa y descubrió que a Ricardo y a mí nos gustaba mucho la horchata (un jugo de un fruto seco llamado Chufa, que parece más o menos una avellana). Ella no la había probado nunca, la probó y le pareció horrenda! Pero qué pasaba? Que nos veía tan frescos tomándola y disfrutándola que se convenció que quizás ella, poco a poco... Y así se tiró los tres meses de verano intentando que ese jugo lechoso le pareciera bebible sin lograrlo, evidentemente. Todos los días decía, voy a probar a ver... - Asco! Es horrible! Cómo pueden tomarse eso?  Y vuelta a empezar.

Volviendo a mí, cosa similar me pasa con las manualidades. Con frecuencia se me ocurre hacer algo, lo visualizo cien veces, lo planifico y pongo manos a la obra para descubrir que en la visualización tenía dos manos derechas y en la vida tengo dos izquierdas.

Pero testaruda sigo y sigo, termino con quemaduras, cortes, corrientazos, jodo la mesa del comedor, hago a Ricardo buscarme cosas en internet y encima le grito porque no me sale... Un caos.

El primer punto es que sea cual sea el proyecto, yo lo termino. 

Algunas  veces me quedan bien y las más, una plasta, sólo que yo siempre le tomo foto a lo que me queda bien y así la gente cree que soy un as.

Los disfraces por ejemplo son un clásico. No tengo capacidad de actuar como casi todo el mundo y sencillamente bajar al chino, comprar un disfraz de payaso-mendigo y aprovechar mi tiempo en algo más productivo. No puedo, definitivamente.

Este año en Halloween, decidí hacerle un disfraz de brujo a Pablo, compré fieltro y otros enseres y me puse a cortar y a coser como los ratones de la cenicienta.

Ya antes había hecho con mi manitas un disfraz de arbolito que me llevo mucho trabajo y pocas alegrías, así me dije que nunca más, pero como no me hago caso a mí misma y si me hago lo olvido, ahí estaba yo, con mi disfraz de Halloween en mente.

Estuve dos semanas cosiendo a ratos (obviamente a mano) cortando trozos que me sobraban, haciendo dobladillos para equiparar los largos y otras chapuzas. Dentro de todo estaba haciendo sólo una batola negra, no podía ser tan jodido! Pero sí que era, una batola negra de fieltro que me llevó dos semanas.

Tarde tanto que un día antes de la fiesta tuve que pedir refuerzos a mi suegra y a Ricardo para que la cosa tuviera sentido.

Vinieron y se fajaron conmigo, yo todavía con mis ideas en la cabeza y emperrada en filtrarlas a mis manos. Y qué decir de mi incapacidad para explicarles a ellos qué hacer …

A trancas y barrancas fuimos avanzando, el resultado no fue malo, pero yo perdí dos dedos donde me cayó silicona caliente y no sé si saben que nunca, nunca cuando te cae silicona caliente debes intentar quitártelo porque te arrancas la piel.  Ya han oído eso?  Bueno, pues olvídenlo, porque cuando uno se quema, el cerebro olvida la instrucción fundamental y claro que te arrancas esa mierda sin pensarlo y allá va tu piel sangrante pegada a la bolita de pegamento.

Una vez en el colegio le pasó eso a mi amiga Daniella, lo recuerdo clarísimo porque se quitó el pegamento con furia y se arrancó literalmente un tajo, me impactó tanto que tendríamos trece años y lo tengo clarísimo en mi mente. Ahí pensé, si un día me pasa eso debo tomar nota mental: Jamás tocar el pegamento.   

Me pasó y me lo arranqué, no en un dedo si no en dos. Es de las cosas más dolorosas del universo e incluyo úlcera y piedras en la vesícula.

Ahora le puedo decir a mi amiga, por si tenía la duda de haberse auto infringido un dolor innecesario, que no se preocupe, que en realidad es imposible no arrancárselo. No hay remedio, el cerebro no hace caso cuando una bola de plástico hirviendo te derrite la piel.

Por si fuera poco el caos que tenía montado con el dichoso disfraz, en plena elaboración del atuendo se me despertó un remordimiento feroz porque no le estaba haciendo nada a Andrés y Pablo reforzó el sentimiento preguntándome que cómo iba a ir vestido su hermanito, que seguro que yo le tenía una sorpresa… Ahhh! Qué infierno!  Si esto me salía mal con un hijo, calcula tú con dos!!!

Finalmente los dos niños quedaron lindos para la foto. Además de eso Pablo se ganó el premio del disfraz "más trabajado" (que nada tiene que ver con el mejor, el mas bonito o el preferido de los niños). Quieren saber si compensa? Pues no, absolutamente no. 

Las fotos están bien  pero los niños son tan bonitos de por sí, que de payaso-mendigo habrían quedado geniales también.

Los dedos se me iban a caer del dolor, me acosté a las dos de la madrugada, mi suegra y Ricardo estarían hablando mal de mí a mis espaldas (con razón) y preguntándose porque no puedo comprar un disfraz como todas las otras mamás.

En fin, no hay manera. Dígame el pobre Pablo que aspiraba a ir de Spider-Man como todos los demás.

Luego te dices que no vas a repetir lo que viviste con tu mamá. Pues que sepan que mi madre me organizó una multitudinaria fiesta de cumpleaños de disfraces (porque mi cumple cae a veces en carnaval) y saben que hizo? Me mando a hacer (ahí fue más lista que yo) un disfraz de arlequín horrible! Todos mis amigos iban de súper héroes, princesas, muñecas! Hasta una Cleopatra había! Y yo, la cumpleañera: de arlequín. Clásico disfraz que tienes que ir por ahí explicándole a cada uno de qué se trata y todos te miran con lástima. Una mierda.

Lo de los disfraces ha sido históricamente una piedra en el camino con la que me tropiezo una y otra vez aunque en eso mi mamá lleve parte de la carga.

Otra piedra con la que me fui de bruces fue la del oficio de repostera.

La cosa para afuera pinta de la siguiente manera: He aquí una repostera de lujo que hace unas tortas increíbles y unos postres espectaculares!  Puertas adentro, y lamento la confesión para los que les gusta esa faceta, soy un desastre inconmensurable.

He quemado incontables postres, se me han caído, me los he tirado encima, encima de otros y derramado por el piso sobretodo... Siempre me olvida algún ingrediente y tengo que improvisar, me equivoco en las cantidades (ley de oro de los reposteros, cantidades milimétricas) incumplo todo lo mandado, termino llorando y Ricardo comiendo postres quemados o recogidos del suelo y diciendo que no están tan malos.

Mis postres-desastre, fuera de toda lógica, empezaron a tener éxito y ahí la complicación creció exponencialmente, súbitamente me encargaban de aquí y de allá y el desastre aumentaba como una bola de nieve pavorosa.

Un día tuve que hacer  nueve postres diferentes. Pues ese día y nunca más. Por supuesto que lloré en plena crisis, me quemé, colapse de distintas formas y el compromiso era ineludible. Claro que me los pagaban, pero ni que cobrara en lingotes de oro puro se justificaba aquello.

Hice un pie de limón y cuando estaba listo, tenia que guardarlo y en la maniobra para ponerlo en el nivel más alto pegué el merengue del techo de la nevera, quedando pues la torta lindamente empotrada al electrodoméstico. Acto seguido empecé a llorar con sollozos sonoros sosteniendo inútilmente la base del pie en las manos.

Ricardo aparece siempre corriendo cuando escucha la perturbación y llega en plan solidario. Yo creo sinceramente que le da una rabia intensa que me meta en estos embolates sabiendo lo torpe que soy, pero claro me ve ahí desconsolada y se le arrugará el alma y empieza con aquello de que no me preocupe, que todo tiene arreglo, que casi no se nota, y por ahí…  Aunque le gustaría gritarme, le agradezco que resista. Aprovecho de escribirlo por si acaso piensa que no lo sé.

Es él quien se pone a desmontar el estropicio de la nevera y a limpiarla mientras yo bato suspiros nuevamente para hacer el decorado otra vez, que obviamente nunca quedará igual porque ahora hay un pegote importante sobre la tarta y bueno, así es como van fluyendo las cosas.

Me pasa con cada tarta, una por una, voy cagándola y remendando, cagándola y remendando.

Una de las hago tiene mucha fama, es un Alfajor que me enseñó a hacer mi cuñada Mele y que ya no sé si era como ella me dijo porque le he ido variando la receta infinitas veces, sobre todo porque me olvido de comprar cosas esenciales y tengo que inventar y sustituir. Este dulce exquisito lleva unas capitas fragilísimas que se hornean por separado y hay que pasarlas de un lado a otro con una delicadeza sublime, algo de lo que yo carezco.

Siempre que la hago parto una de las capitas en algún punto del proceso. No sólo las parto, con frecuencia las quemo también, así que si lleva cuatro capas yo suelo hacer masa para seis, pero como mis medidas no son tan milimétricas, la masa para seis puede ser para ocho o para trece,  nunca se sabe.

Cada vez que hago una tarta digo seguidamente: esta es la última vez. Por misterios de la vida, al poco tiempo estoy otra vez batiendo huevos y llorando.

Pero si te digo que lo peor de lo peor es que una vez sí que me puse firme con el tema medidas, tiempos e ingredientes  y fue cuando abrí mi propia cafetería. Ahí no había más remedio,  tenía que ser un poco más ordenada mentalmente.  

Además ahora tenía todos los recursos, neveras con el techo alto, cajas con medida, todo! Y saben que pasó? Que los me encargaban antes me dijeron que ya no eran tan ricas y me dejaron de comprar. Y los que compraban por primera vez reaccionaban en plan: -Si, está buena… Así, sin más alegría que esa. 

Si el Chef Ramsay me viera, me gritaría hasta desgañitarse como es su estilo y me estaría bien empleado.

Me gustaría entender porque sigo tropezando una y otra vez con la misma piedra. O por lo menos quisiera que esto fuera solo materia de amores! Cambiaría un buen fracaso sentimental de esos de llanto, mocos y rancheras a todo volumen por un minuto de lucidez para comprar un disfraz en el chino o una tarta en la panadería y no perder las yemas dos dedos con un pegamento hirviente.