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El arbolito lloroso


Era diciembre del 2010 en el momento que recibí una circular del colegio de Pablo, de esas de ocho párrafos densos, sin puntos ni comas, supe que tendría que sacar las tijeras, las pinturas y ponerme en modo manualista.

Esta vez atacaría de inmediato, no estaba dispuesta a que me dijeran un: “esto es para hacerlo con tiempo” o “es para la próxima semana” o acabar en una frutería con un niño pintado de verde a las 9 de la noche.

La ventaja es que la Navidad no es un invento como la Fiesta de la Hoja, si no que todos tenemos el asunto más o menos claro. Pablo se hace un lío entre Santa Claus, los Reyes Magos y el niño Jesús, pero se lo iremos solventando de a poco, digo yo. Si es inteligente no preguntará mucho y se limitará a pedirle un regalo a cada uno.

Bueno, como era de esperarse, para la Navidad los niños debían ir disfrazados. Después del éxito arrollador con el disfraz de lluvia, había dejado el listón alto y ya no podía mandar al niño con unos cachos de reno, hechos con papel de aluminio y pegados a un cintillo viejo.

Me pasé una semana entera pensando de qué disfrazarlo y cómo hacerlo, ya tenía la experiencia anterior y sabía que no debía resolverlo a último minuto. Así que compré el fieltro y me fajé a hacer un disfraz de Árbol de Navidad

Me llevó un par de días, estuve cosiendo como los ratones del la Cenicienta, le hice hasta mangas! (una más larga que otra, claro). Un trabajo laborioso de esos que la mamá del castor y yo entendemos. El disfraz quedó…como dijéramos… de lujo!

El día D amaneció nublado y lloviendo, un poco tristón, así que le imprimí un poco de alegría navideña a la mañana. Pensé en irnos caminando al cole con el disfraz puesto, pero si normalmente tardamos unos 20 minutos, tardaríamos unos cuarenta y no era plan, así que decidí vestirlo, tomarle unas foticos en casa y luego llevar el trajecito en una bolsa y que se lo pongan allí.


Lo vestí frente al espejo para que le fuera dando ilusión, y aunque no le dio demasiada se dejó. Intenté ponerle el gorro (la punta del pino) y me dijo: - Noooo, mamá…– un poco con carita de -No te pases…- y la verdad es que ya le había encasquetado el traje, con lo que ponerle el gorro con una estrella más grande que él, era pasarse un poco. Esta vez el niño tenía razón.


Decidí ponérmelo yo y nos hacíamos la foto. Ahí la cosa cambió, después que me vio con mi gran estrella en la cabeza, recordó que el prota era él y me pidió que le pusiera el gorro.

Le dije que le iba a tomar una foto para la abuela Pili. Ese plan de las fotos sí que le gusta! Lo primero es que supone que las fotos llevan sonido, (es un niño del futuro) porque no para de repetir el nombre de la persona a la que va dirigida la foto. Mientras posaba repetía: pile, pile, pile…!.

Lo mejor es que tanto le gustó el plan que me dijo clarito: (clarito para mí, que le entiendo sus garabatos): -Toto Mane- o sea “Una foto para la tía Mari”, y se cambió de sitio, cambió la locación porque se siente un profesional.


Después se animó y ya siguió: -Toto Lale– para mi abuela, -Toto Tete- para mi suegra y hasta –Toto Pashubián– que son unos amigos queridos, Pachú y Fabián, que Pablo se sabe sus nombres (aunque los asuma como un único ente) y son parte de la familia.

Tras la sesión fotográfica nos fuimos caminando al colegio despacito, todo lo que sus piernas de 25 centímetros nos permiten. Pablo estaba muy entusiasmado con su traje de Árbol, lo llevó él por todo el camino en su bolsita y, seriamente comprometido con el tema, no la soltó y aunque arrastraba y llegó prácticamente desecha (porque era de papel y el suelo estaba mojado), él la llevó bajo su entera responsabilidad.

En el cole la cosa cambió.

Apenas llegamos, las maestras que son muy escandalosas de naturaleza, como con alegría permanente incluso a esa hora de la mañana, nada más vernos sacaron el disfraz y empezaron a decir (en chillido alegre ese que tienen) que era muy chulo, monísimo, qué rico y cuanto sinónimo de bonito existe dentro de las fronteras de España.

Ahí fue que, me parece a mí, Pablo se cagó con el alboroto y contrario a lo que hace siempre, se dio media vuelta y vino hacia mí corriendo, con cara de susto, a agarrarse con fuerza de mi pierna, con mirada de clara súplica: -No me dejes aquí!

Imagínate que eres él, entras a tu clase y lo primero que tienes servido es que tu maestra verdadera está de vacaciones y hay otra a la que conoces un poco, de pasada, pero que tiene la firme pretensión, a punta de abrazos y apretujones, que la quieras mucho, tanto como quieres a la maestra original. Nada más entrar ya le dice: -Pablooo!!! a ver, un beso, un abrazo..., - ahí aparece la primera carita del niño, como diciendo: -A ti?- Después ve a sus amigos de todos los días y todos llevan o bien motas de algodón por todo el cuerpo, (alguno que no lleva ni motas, si no directamente discos desmaquillantes…) o bien cachos y narices rojas…

Estoy segura que si Pablo hablara, habría quedado mutis igual porque su cara lo decía todo. En estas condiciones, es normal que el niño se plantee la posibilidad de volverse a casa con su mamá, su bolsita y hasta el gorro si es necesario, pero no quedarse en ese manicomio.

El contraste entre ambiente festivo-incomprensible del cole con el ratico gris y tranquilo de nuestra mañana, fue demasiado. Para él y para mí.

Ahí tuve que dejar a mi arbolito lloroso… no creo que el disfraz sobreviva a los renos ni a las ovejas, porque estoy segura que estos niños ven los disfraces como una cosa de las de destruir. Pero le tomé las respectivas fotos para que quede el recuerdo de la ocasión.


El día siguió gris y mi corazón encogido. Pablo nunca ha llorado por quedarse en la guardería, y aunque conozco la teoría esa que dice que al darte la vuelta ellos se transforman en los niños mas felices del mundo, me quede todo el día deseando que el día pasara rápido para ir a rescatar a mi Arbolito de Navidad…



Un viaje a Canarias con cena de gala

I-. De cómo fuimos a dar allí.

Hoy en día mi abuela Lale tiene 86 años, cuando todo esto ocurrió tenía 84, es decir tiene esa edad en que puede hacer y decir lo que quiera y yo, su nieta mayor, estoy dispuesta a complacerla en todo lo que me pida. En todo he dicho, aunque a veces escuche una vocecita interior que me dice, -Ehhhh…

Desde que vine a vivir a Madrid, la abuela hizo un huequito para visitarme cada año en su apretada agenda vacacional, que incluye unos 40 días en su tierra, con sus seis hermanas, de allá para acá, y con un apretado menú de actividades: Bingo, paseo, más bingo, jugar a las cartas, comer juntas, bingo… y el plato fuerte, una muy nombrada Cena de Gala a la que asiste rigurosamente cada año.

Aprovechando su edad reniega durante todo el año de los pocos días que viene a Madrid. A veces se queja del frío, a veces del calor, de mí porque que trabajo y la dejo sola, y ojo, -siempre pido esos días de vacaciones, pero ella ya se hizo la idea y no hay quien la convenza de que nunca la he dejado sola-. Que si la atención en el avión es horrible, tan incómodo y otra sarta de cosas. Con todo eso y sigue viniendo puntualísima, por lo que me desvivo por su visita.

Todos los viajes es igual, ella me dice -ésta seguramente es la última vez que vengo, y lo peor, creo que me voy a morir sin conocer (por ejemplo) a Santiago de Compostela que fue mi sueño desde niña…-

Y cada año, a toda carrera, preparo un viaje para cumplir su deseo de la infancia. Así hemos recorrido todo el territorio nacional: Santiago con el Santo, Barcelona y la Sagrada Familia, Granada con La Alhambra, La Pilarica en Zaragoza, Sevilla y La Torre del Oro… Hemos llegado incluso al sueño mayor: ir a ver un juego del Real Madrid en el Santiago Bernabeu!

Este año no encontró sitios pendientes en el mapa (normal, no queda nada!) y me pidió que en lugar de venir, fuera yo a verla a Canarias, y así me podía enseñar todo lo que ella ama de su tierra. Ella partió a Venezuela a los veintitantos y tiene el síndrome del emigrante: cuando está en las Islas habla de Venezuela como si del Paraíso Terrenal se tratara y viceversa cuando llega a Caracas.

El caso es que hice las maletas y me aventuré allí, con mi bebito y mi hermana Candelaria, a la búsqueda de nuestros orígenes.



Íbamos conscientes que la abuela no es la mayor de sus hermanas, con lo cual, ni contando con Pablo bajaríamos mucho el promedio de edad del grupo. Nuestro viaje sería a ritmo de la cuarta edad larga, pero con la alegría de darle el gusto, que compensa todo.

Coincidiríamos con sus eventos anuales, entre ellos la “Cena de Gala Benéfica”. Ella nos invitaba, claro. Compraría nuestro puesto en la mesa y hasta el de Pablo, para presumir un poco de nietas y bisnieto. Eso sí, nos advirtió repetidamente que el asunto era “de gala”.

Nos preparamos para el evento como debe ser. Cande trajo de Paris todo lo que le pareció de gran fiesta y en Madrid ensayamos las combinaciones y aderezos para estar perfectas. Tacones, vestidos, maquillaje, peinados… Llevamos los atuendos en una mochila, de resto el jean que llevábamos puesto y una franela, las perchas de lujo nos ocupaban todo el bolso de nuestro viaje de low cost. Pero valía la pena. Hasta Pablo llevaba su primera camisa de botones.

La cena era el mismo día nuestra llegada y se sentía en el ambiente el estrés entre las tías “esta noche voy de tacón”, “sacaré el collar de perlas cul-ti-va-das”…

La Cena empezaba a las 8:30, y nos venía a buscar la recién conocida prima Carmita, encargada del carreteo de los extranjeros.

A las 8 en punto (y la puntualidad no es mi punto fuerte) estábamos más que listos. Pintas de infarto, Candelaria con una falda negra pegada, de seda, (el último grito) camisa blanca almidonada, yo con vestido negro a media pierna, taconazos, labios Rouge Chanel No. 1…, las dos como salidas de una revista. Pablo parecía el hijo Haakon de Noruega y Mette-Marit, camisa de botones, cinturón, todo un figurín.

Mi pobre hijo se moría de hambre, lloraba pidiendo su sopa como loco, pero yo me negué a dársela porque a la primera cucharada llegarían a buscarnos, y es mejor aguantarlo pidiendo sopa, que intentar quitársela una vez que se la está comiendo.

La verdad es que antes de irnos habían saltado algunas señales de alarma. Una era sobre la presunta “elegancia” de la cena, mi abuela me dio las valiosísimas invitaciones para estuvieran a buen recaudo y no pude evitar notar que más que una invitación, era un ticket de rifa genérico con un sellito de la Asociación patrocinadora. Raro no?, Pero oye, que no se gasten dinero en detalles que no valen para nada me parece razonable, es benéfica.

También vi como algunas de mis primas más jóvenes dieron excusas que se sostenían débilmente, gripes repentinas, compromisos ineludibles de no sé quien enfermo, una intoxicación invisible… hum…, no sé, algo pasaba, pero las abuelas estaban todas como locas y nosotras estábamos aquí para complacer a la nuestra, así que me olvidé de eso.

La prima Carmita apareció hora y media después, cuando ya a Pablo se le había estragado el estómago y ni me hablaba. Finalmente partimos a la esperada cena.



II-. La Gala.

Todas mis sospechas empezaron a cobrar sentido a medida que entrabamos a aquel lugar por una escalinata alfombrada, y no quiero entrar en detalles sobre la alfombra, pero es bueno recordar que nunca se debe poner este material recoge-pelos en lugares muy transitados.

Hicimos una entrada triunfal y enseguida nos dimos cuenta que Candelaria, Virginia y Pablo éramos realmente Carolina Grimaldi, Carlota Casiraghi y el hijo de la Mette Marit.

Nuestros atuendos desentonaban del todo. Parecía que estábamos en el matrimonio de los príncipes de Asturias, y decidimos darnos una vuelta por una fiesta patronal en el pueblo más cercano.

Una cosa no es mejor que otra, pero a cada sitio se va de una manera.

El magno evento se desarrollaba en un gran galpón o nave industrial, que de diario vale para guardar maquinaria pesada. Esto no es especulación, lo indicaba claramente el cartel de la entrada, sobre el que colgaba una pancarta, escrita a mano, que anunciaba la Cena.

Estaba iluminado por enormes lámparas horizontales de luz blanca, cegadora y reveladora de defectos. El Rouge Chanel trasmutado en Fucsia Max Factor sin número.

Paredes y techo verde pistacho y muchos, pero muchos kilómetros de cortinas de tela semi-plástica e inflamable, muy brillante y que imita el encaje delicado (pero en robusto) en cantidades industriales, con lo que el pliegue abundaba. Esto último entiendo que era un poco para vestir la nave industrial… o mal vestirla. Aunque por la pátina, no estoy segura de que las quiten de un año a otro. En un garaje de maquinaria de 3 mil metros, la mugre es mucho más resistente que el blanco, así que lo prudente era mantener distancia de las cortinas.

La comida era de ese tipo que pretende finura y resulta desastrosa. Platos con raciones escasas, toque francés, pero el contenido era de franca cesta básica de alimentos.

De primero un Vol-au-vent de hojaldre (detallazo) relleno de atún, tomate y mayonesa, ingredientes en orden ascendente de cantidad. Era un "plato frío", corta tú un hojaldre frío bañado de mayonesa para que veas.

En el centro (para compartir) platitos con croquetas, pescado rebozado y alguna otra fritura no identificada. Otro plato mayor con lechuga, tomate, atún y maíz (sin sal ni ningún aderezo posible, me imagino que por la incidencia de colesterol y diabetes en la edad promedio de los asistentes) todo muy escaso, lo bueno es que se perdió poco porque esta "ensalada" no la tocó nadie. Las croquetas fueron lo más exitoso de la noche por mucho, me arrepentí de no haber comido más.

Las entradas no tuvieron buena acogida y se notaba, pero todos esperaban con fe plato principal. Y ahí llegó un trozo (más que un trozo un "cacho") de carne con champiñones de lata por encima. No hablo de una salsa con champiñones de lata, no, eran champiñones de lata recién abierta puestos sobre la carne, que encima era la misma carne que le pone la abuela a la sopa, lagarto creo que se llama, esa que hay que darle fuego tres días para que ablande. Para acompañar esta exquisitez, papitas fritas “caseras”, lo digo por el corte irregular. Todo navegando en aceite. Escazas las papitas, abuntadante el aceite.

La bebida que no falte! Botella en mesa (y aquí piensas: qué bien) pero es que las botellas eran de Pepsi y Mirinda (una suerte de Fanta antediluviana que solo queda en Canarias). Si querías Seven-Up podías, pero pidiéndoselo al mesonero, si lo pescabas.

Comimos, escuchando los comentarios de las abuelas donde se hablaba de cómo este año la cena estaba infinitamente mejor que los años anteriores…



III-. La Espera o sobremesa.

(mientras recogen la cena y arman el tinglado)

Mi abuela me dijo que podíamos llevar a Pablo porque había muchos niños, en efecto eran muchos, la mayoría hijos de los miembros de la Asociación Benéfica del Síndrome de Down y sus hermanos y familiares. Había niños especialmente bellos y buenos y otros malos como Caín, nada en su condición los aleja de las variables del mundo real (gente mala y gente buena).

El caso es que Pablo era aún un bebé y que tiene cierto imán para los Caínes, con lo que corría permanente peligro.

Con su buen carácter hizo varias amistades sin notar el riesgo. Había un niño que se dedicaba a quitarle su muñeco de Bob Esponja y tirarlo como un pitcher de grandes ligas a kilómetros de distancia. Pablo veía esto como un juego, lo malo es que lo tiraba tan lejos que tenía que ir yo detrás para no perderlo (a Pablo, porque el Bob Esponja me daba lo mismo a estas alturas).

Otra amistad interesante que hizo, fue un niño de 7 u 8 años, que le sonreía y se le fue acercando poquito a poco, Pablo lo veía para arriba con curiosidad y una sonrisa hasta que el niño le dio un rodillazo en el pecho que lo proyectó dos metros más atrás y lo sentó de culo literalmente. No lloró, estaba impactado casi tanto como yo, que le fui a recoger frustradísima porque a ver qué le dices al niño desgraciado que le dio ese rodillazo a tu bebé si tiene Síndrome de Down y después del patadón te sonríe?

Intenté mantenerlo a salvo, pero no era fácil.

Un niña, con cara de buena lo convenció de subirse a la tarima, Pablo no es valiente así sin más y le costó hacerlo, y una vez que estaba arriba... ¿Adivinan ya? El juego de los otros niños consistía en empujarlo hacia abajo. Candelaria lo atrapó ágilmente antes de que tocara el suelo. Por su bien, le obligamos a quedarse en su cochecito, amarradito hasta que se durmió.

En este punto yo pensé que la estábamos superando la Cena de Gala (y sobreviviendo), pero estaba lejos de la realidad, faltaba "La Rifa".


IV-. La Rifa.

Para poder recaudar más dinero rifan 300 premios provenientes de las más diversas donaciones.

Empezó la venta de números y todos emocionados comprando y haciendo distintos órdenes y reordenes de los papelitos sobre la mesa para poder mirar sus números cuando cantaran. Pensé que iba a ser divertido, no pintaba mal. Era como un Bingo, un pelín más caótico, porque los números eran del 0001 al 6000 y cada uno en un ticket distinto donde había un sello de algo y el número era microscópico, con lo que las abuelas no se aclaraban y necesitaban ayuda para ver. En promedio tenías que ver unos 50 números cada vez que cantaban.

Empezaron por hacer una prueba de sonido que nos hizo sangrar los oídos, y lo peor es que quedó así, yo decidí ponerle a Pablo un suéter tapándole una oreja y Bob Esponja en la otra preservando su audición para el futuro.

Una mujer decía el premio y un hombre decía el número. Velocidad: lento, y como ya comenté eran trescientos premios, tres-cien-tos. Y lo más grave era que capaz y te ganabas uno!

Los premios eran lo más peculiar de la velada: se llamaban “Premios Combinados”, como eran donaciones variopintas los agrupaban para que no fueran demasiados. Las combinaciones era del tipo:
  • cesta de frutas y paraguas contra Rayos UV.
  • Libro + mantel de cocina.
  • bolso de similicuir + candelabro de madera.

También habían algunos premios únicos como:
  • Medio cochino
  • caja de 58 potes de miel de palma
  • caja de 20 kilos de pechugas de pollo (limpias).

Candelaria ya había pensado que si nos sacábamos el medio cochino tendríamos que comprar otro pasaje en la Low Cost y lo llevábamos en el asiento del avión.

Había también botellas de vino, un par de piernas de jamón, y un bendito que donó una T.V. de Plasma.

Los premios nos fueron generando micro ataques de risa. Al principio intentábamos disimular, y hasta nos alegrábamos, pero es que era para reírse y mucho.

La tía Hilda se sacó un reloj despertador, bonito, un pelín grande, no era un combinado sino "único" porque era lo único que te cabía en la mesa de noche. Después la prima Fela se sacó un libro llamado: “El Vino y la Música” (tú me dirás), acompañado de un collar, que no solo era feo, si no que tardamos en descubrir que era un collar.

Mi abuela se ganó un mantel de plástico morado y un libro de unos tres kilos llamado: “La Medicina y la Literatura” -Vaya p´al carajo…-(expresión literal de la abuela).

El momento culminante de la noche, fue cuando una de las tías abuelas (que no se caracteriza por su buen humor) se ganó una estatua de Buda y un creyón de ojos azul eléctrico (en el mismo combinado). No tengo palabras para describir su expresión. Cande y yo nos vimos y ahí ya empezamos a reírnos sin parar. Fue increíble. Mi abuela le agregó además: -Chicha, esta noche cuando llegues a casa le pones una vela al Budha…-

Cuando se acabó la interminable rifa de los 300 premios, hicieron una repesca con 14 premios que se habían quedado sin dueño, incluído el medio cochino, por cierto. Alguien de la mesa comentó que el medio cochino por lo menos estaba muerto porque el año pasado parece que lo rifaron completo y vivo.


V-. Fin (o al Fin).

Como los mesoneros eran voluntarios y tan escasos como la comida, terminaron de servir a las 12:00 de la noche más o menos. Gracias a Dios nosotros habíamos llegado tarde con la prima Carmita; cuando llegamos apenas estaban colocando las botellas de Mirinda en la mesa. Cuando terminó la rifa eran las 3:00 am.

Fue un día intenso para mi hermana para mí y que te digo para el pobre Pablo, que de la rifa no le tocó nada, pero a casa se llevó, rasguños, morados, y tirones de pelo.

Caímos los tres como plomos en la cama.

Mi abuela nos despertó antes de las 8:00am porque se sabe que los abuelos no duermen hasta tarde ni que trasnochen y nos fuimos a desayunar con las tías. Tomamos cafecito con leche y pan con mantequilla remojado, lo máximo

Después de la cena de gala, todos nos parecía un lujo… Lale nos dijo que el año que viene, si queremos, ella nos vuelve a invitar.

Y saben que es lo peor? Que volveríamos a ir...




La mamá moderna Vs. El Centro Educativo




Si para entrar al colegio el abordaje es caótico, una vez dentro… no te quiero contar.

Pablo ya es un tipo de año y medio y va caminando a su guardería, lento pero caminando y yo intento mantenerme a duras penas en mi papel de madre moderna, aunque les digo, esto da más trabajo que satisfacción.

Pones tu mejor voluntad pero los colegios no ponen de su parte y prefieren a la otra mamá, la de antes, esa tan guapa que tenía el delantal integrado a ella, como la que sale en los paquetes sopas Maggi, esa que hace guisos para almorzar desde las 9:30 de la mañana y después de comer se dedica a hacer la cena, que hace caldo con pollo, no con cubitos, que no va al súper si no a la carnicería, a la frutería, etc, que no guarda comida en tupperwares, porque cocina a diario y todo fresco.

Esa mamá es un hit, no lo niego pero partamos de la base que las mamás trabajadoras no son ninguna novedad a la que hay que acoplarse con prisas. Ya hace mucho que los colegios tenían que haberse adaptado a este nuevo formato maternal. Yo soy hija y nieta de mamá trabajadora, así que ustedes ya me dirán donde está la primicia, y mi abuela tiene 86 años...

El caso es que esta semana me enviaron varias circulares del colegio de Pablo, no una, varias. De entrada, por el motivo que sea, las circulares tienen unos 8 párrafos promedio (interlineado simple, encima) y nunca dicen de qué se trata así, sin más.

Sin excepción se inician con un rollo de la adecuada educación de los niños y un cuentajo alrededor del tema que sobra porque debería ser tácito! es decir, si el colegio me tiene que "vender" que va a educar a mis hijos, mal vamos.

En la circular de esta semana, después de hacer una lectura rápida diagonal, fui sacando conclusiones por partes.

Una de ellas, que van a hacer "La Fiesta de la Hoja" para suplantar Halloween que no se celebrará porque no es una fiesta tradicional. Todo esto explicado como si la de la Hoja si que lo fuera, ¿quién no se acuerda? Qué bonita estampa la de esos días en que todos íbamos vestidos de hojas por ahí...¿¿??

En fin, que se inventaron una fiesta para suplantar otra y que nadie les diga yanquis de mierda. Es una idiotez soberana porque por lo menos la de los yanquis de mierda es tradición allá, todos sabemos de qué va y además es la típica costumbre de la que todos reniegan pero que ese día ves al personal entero envuelto en papel toilette haciendo de momia.

Este es mismo rollo de que nadie come en McDonald's y misteriosamente ponen uno en cada esquina…o un Starbucks… (ese café es malísimo! en el bar de abajo de mi casa si hacen café como dios manda). Un ejemplo más español? la Revista HOLA, resulta que según dicen no la lee nadie! porque nadie quiere saber nada de la vida de los famosos y sus casotas, sus bautizos... nada de eso. Ahora la revistica tiene altísima tirada y cuesta el triple que las demás. Misterios divinos.

Volviendo al tema, en el Centro de Educación este que escogí (o qué más bien me escogió a mi con su lista de espera), donde te venden que educan a tu hijo de la forma apropiada, decidieron inventarse una fiesta, y eso no está mal... el tema es que TÚ, la mamá moderna vas a pagar las consecuencias, no te quepa duda.

Descubres en tu lectura que tienes varias tareas para la fulana fiesta. En lugar de seguir leyendo para abajo, vas agilizando el tema, ¿qué es lo primero? "pintar una hoja con tu hijo" (que te han enviado anexa en el rollo de circulares).

Creo que ya lo comenté, pero Pablo tiene UN año y medio. Pintar le importa un pepino!!! eso lo primero y si hablamos de pintar algo específico como una hoja, ya sí que no cuentes con él. Agrégale a esto la hora, porque claro, ésta mamá moderna puede dedicarse a la pintura ya sobre las siete de la noche, cuando lo único que Pablo quiere es sopa, baño y tetero, punto final. Y tú, salvo el tetero, quieres lo mismo.

Pero no quieres quedar como madre despreocupada y que a tu hijo lo vean rarito por ser el único que no lleve lo que han pedido y ahí, contra tu voluntad, haces lo último que te apetece sobre la faz de la tierra: sacar las pinturas para decorar la puñetera hoja.

Armas el tinglado lo mejor que la hora y el ánimo te permiten. Como no tienes pincel -quién tiene pinceles en una casa con un bebé- agarras el de la cocina que es de esos de silicona que embarruzan más que pintan. Rebajas la pinturas con agua para que cuando pinte cubra más superficie de un golpe. Vas haciendo todo esto mientras mentalmente te repites que esto es lo que haría una mamá moderna y que es lo bueno, qué gusto!.

Durante el proceso de preparación Pablo va detrás de ti repitiendo sin parar: -opa, opa, opa, ya?... la opa?... ya?... - , el niño, evidentemente preocupado, temiendo que te hayas olvidado darle su sopa por estar de aquí para allá trasteando con pinturas, pinceles, agua y papeles.

Logras con falsa felicidad que se siente contigo a hacer esta fantástica actividad, tratando de impregnar la escena con una alegría que ni tú ni él se creen.

Ahora a ver, qué creen ustedes que le pueda interesar más a Pablo, el lado del pincel limpio o el que está lleno de pintura?. Confío en que todos entienden que lo único que le llamó la atención fue agarrar la parte del pincel llena de pintura, aunque su madre, con una sonrisa forzada, intentara convencerlo de que en esta estupenda actividad lo mejor y más divertido es agarrar el pincel por la parte limpia y poner la pintura verde en la hoja...

Finalmente te rindes. Pablo está lleno de pintura verde, (especialmente la parte de dentro de la manga, por donde corren siempre los chorritos). La hoja está húmeda y más que pintada está como sucia, pero es lo que hay. Dejas el tema, desmontas el tinglado mientras que el niño, con la pintura que le queda las manos, avanza en el manchado general.

En este punto estoy convencida que mi labor de madre moderna ha sido cumplida a la perfección y que puedo ponerme mi delantal de mamá Maggi y darle su sopa a mi niño, bañarlo y meterlo en su cuna.

Por no dejar hilos sueltos, repaso la circular, acordándome que paré la lectura en la primera actividad. Descubro con tristeza que no he terminado, hay más indicaciones y con temor encuentro una línea escrita a mano, esto siempre quiere decir que está dedicada a ti en exclusiva! O sea, que si no haces lo que dice ahí, todos, todos los niños se van a perjudicar!!! Qué agobio tan grande y tú que pensabas que lo de la hoja era lo peor!
Cito la circular,

-Haremos una degustación de frutas de otoño, para lo que su niño deberá traer: (dos puntos, rayita escrita a boli) “caqui”.

Primer pensamiento: ¡corre que cierran la frutería! Con el automático agarré a mi niño con trazas de verde por todo el cuerpo, le puse chaqueta, gorro y bufanda (todo en verde) y salí disparada.

Decidí sabiamente llevarme la circular porque tenía dudas si había leído bien... "traer una fruta Caqui". ¿Qué fruta es de color caqui y que forma tan rara de clasificar una fruta, no? por colores...?.

Ya en la frutería, con Pablo en brazos, bastante amargado porque no ha visto sopa todavía, me pongo a observar las frutas a ver qué color sirve, a lo mejor un kiwi marroncito clarito, no? o… nueces…¿las nueces serán frutas?, con caqui se referirán a la cáscara caqui o a la pulpa caqui?... Así estuve un buen rato hasta que le pregunté a una señora, que parecía más segura que yo en el manejo profesional de los víveres, si ella conocía alguna fruta caqui.

La doña, muy segura de sí, me dice, -Claro! Y me pone en la mano una especie de tomate enooorme y como anaranjado y me mira esperando las gracias. El cerebro no me da, me atasco ahí, con mi cara de extranjera sin entender qué quiere la señora y porqué me pone ese tomatón ese en la mano!. En un momento de lucidez localicé el letrero de donde viene la fruta y leo: “Kakis, 1.79 el kilo”.


Huuuuum…Te cagas en la madre de la maestra que escribió “Caqui” y no "Kaki", en el niño que se queja, en tu propia estupidez, es decir, te cagas en todo menos en la señora tan amable y sabionda. Reaccionas y le das infinitas gracias por haber impedido que llegaras mañana al cole con un kiwi o una nuez y quedar como una imbécil total.

A casa otra vez con el kaki, tan puñetero como la hoja.

A estas alturas la cosa va así:

•Centro Educativo: 2 •Mamá moderna: 0

Para evitar otro golpe bajo, dejé a Pablo berreando por su sopa y me senté a estudiar la circular una vez más. No parece haber peores noticias así que tomo entonces conciencia: cumpliendo las labores de mamá moderna he pasado de golpe a ser una mamá desalmada que por estar pintando y comprando frutas exóticas, tengo a un hijo pasando hambre.

Por fortuna al terminarse su ansiada sopa, Pablo ya me había perdonado. Además, durante el baño salpicamos, teñimos de verde el agua y nos olvidamos de la amarga experiencia recién vivida.

A la mañana siguiente me levanté pletórica de satisfacción. Mi niño va al colegio con todo hecho y además comió sopa, tetero y hasta se bañó. Todo son éxitos, un día más pude con todo.

Lo que pasó cuando llegué al colegio requiere fuerza para contarlo con detalle, así que lo haré por encima, porque mis ánimos pasaron de diez a cero y pasé el día no como la mamá moderna, si no como la mamá distraída e incapaz.

las cosas eran tal que así:

• La Fiesta de la Hoja es la próxima semana y además no vi otra circular que venía donde explica cómo debes hacerle el disfraz de hoja a tu hijo, con materiales teóricamente caseros (de la casa de ellos, en la mía no hay nada de lo que piden).

• La maestra criticó nuestra hoja semi verde y me dijo: -Esto era para hacerlo con tiempo...- Tierna forma de decir que el dibujo era una chapuza como un templo.

• Y por último me soltó que esperaba que el kaki no estuviera muy maduro, porque la degustación tampoco era para ese día.


Tanta complicación anunciaba un desastre como este… No soy una mamá moderna, soy una mamá novata! Pero bueno, mi consuelo fue que por lo menos no llego sin disfraz!