I-. De cómo fuimos a dar allí.
Hoy en día mi abuela Lale tiene 86 años, cuando todo esto ocurrió tenía 84, es decir tiene esa edad en que puede hacer y decir lo que quiera y yo, su nieta mayor, estoy dispuesta a complacerla en todo lo que me pida. En todo he dicho, aunque a veces escuche una vocecita interior que me dice, -Ehhhh…
Desde que vine a vivir a Madrid, la abuela hizo un huequito para visitarme cada año en su apretada agenda vacacional, que incluye unos 40 días en su tierra, con sus seis hermanas, de allá para acá, y con un apretado menú de actividades: Bingo, paseo, más bingo, jugar a las cartas, comer juntas, bingo… y el plato fuerte, una muy nombrada Cena de Gala a la que asiste rigurosamente cada año.
Aprovechando su edad reniega durante todo el año de los pocos días que viene a Madrid. A veces se queja del frío, a veces del calor, de mí porque que trabajo y la dejo sola, y ojo, -siempre pido esos días de vacaciones, pero ella ya se hizo la idea y no hay quien la convenza de que nunca la he dejado sola-. Que si la atención en el avión es horrible, tan incómodo y otra sarta de cosas. Con todo eso y sigue viniendo puntualísima, por lo que me desvivo por su visita.
Todos los viajes es igual, ella me dice -ésta seguramente es la última vez que vengo, y lo peor, creo que me voy a morir sin conocer (por ejemplo) a Santiago de Compostela que fue mi sueño desde niña…-
Y cada año, a toda carrera, preparo un viaje para cumplir su deseo de la infancia. Así hemos recorrido todo el territorio nacional: Santiago con el Santo, Barcelona y la Sagrada Familia, Granada con La Alhambra, La Pilarica en Zaragoza, Sevilla y La Torre del Oro… Hemos llegado incluso al sueño mayor: ir a ver un juego del Real Madrid en el Santiago Bernabeu!
Este año no encontró sitios pendientes en el mapa (normal, no queda nada!) y me pidió que en lugar de venir, fuera yo a verla a Canarias, y así me podía enseñar todo lo que ella ama de su tierra. Ella partió a Venezuela a los veintitantos y tiene el síndrome del emigrante: cuando está en las Islas habla de Venezuela como si del Paraíso Terrenal se tratara y viceversa cuando llega a Caracas.
El caso es que hice las maletas y me aventuré allí, con mi bebito y mi hermana Candelaria, a la búsqueda de nuestros orígenes.
Íbamos conscientes que la abuela no es la mayor de sus hermanas, con lo cual, ni contando con Pablo bajaríamos mucho el promedio de edad del grupo. Nuestro viaje sería a ritmo de la cuarta edad larga, pero con la alegría de darle el gusto, que compensa todo.
Coincidiríamos con sus eventos anuales, entre ellos la “Cena de Gala Benéfica”. Ella nos invitaba, claro. Compraría nuestro puesto en la mesa y hasta el de Pablo, para presumir un poco de nietas y bisnieto. Eso sí, nos advirtió repetidamente que el asunto era “de gala”.
Nos preparamos para el evento como debe ser. Cande trajo de Paris todo lo que le pareció de gran fiesta y en Madrid ensayamos las combinaciones y aderezos para estar perfectas. Tacones, vestidos, maquillaje, peinados… Llevamos los atuendos en una mochila, de resto el jean que llevábamos puesto y una franela, las perchas de lujo nos ocupaban todo el bolso de nuestro viaje de low cost. Pero valía la pena. Hasta Pablo llevaba su primera camisa de botones.
La cena era el mismo día nuestra llegada y se sentía en el ambiente el estrés entre las tías “esta noche voy de tacón”, “sacaré el collar de perlas cul-ti-va-das”…
La Cena empezaba a las 8:30, y nos venía a buscar la recién conocida prima Carmita, encargada del carreteo de los extranjeros.
A las 8 en punto (y la puntualidad no es mi punto fuerte) estábamos más que listos. Pintas de infarto, Candelaria con una falda negra pegada, de seda, (el último grito) camisa blanca almidonada, yo con vestido negro a media pierna, taconazos, labios Rouge Chanel No. 1…, las dos como salidas de una revista. Pablo parecía el hijo Haakon de Noruega y Mette-Marit, camisa de botones, cinturón, todo un figurín.
Mi pobre hijo se moría de hambre, lloraba pidiendo su sopa como loco, pero yo me negué a dársela porque a la primera cucharada llegarían a buscarnos, y es mejor aguantarlo pidiendo sopa, que intentar quitársela una vez que se la está comiendo.
La verdad es que antes de irnos habían saltado algunas señales de alarma. Una era sobre la presunta “elegancia” de la cena, mi abuela me dio las valiosísimas invitaciones para estuvieran a buen recaudo y no pude evitar notar que más que una invitación, era un ticket de rifa genérico con un sellito de la Asociación patrocinadora. Raro no?, Pero oye, que no se gasten dinero en detalles que no valen para nada me parece razonable, es benéfica.
También vi como algunas de mis primas más jóvenes dieron excusas que se sostenían débilmente, gripes repentinas, compromisos ineludibles de no sé quien enfermo, una intoxicación invisible… hum…, no sé, algo pasaba, pero las abuelas estaban todas como locas y nosotras estábamos aquí para complacer a la nuestra, así que me olvidé de eso.
La prima Carmita apareció hora y media después, cuando ya a Pablo se le había estragado el estómago y ni me hablaba. Finalmente partimos a la esperada cena.
II-. La Gala.
Todas mis sospechas empezaron a cobrar sentido a medida que entrabamos a aquel lugar por una escalinata alfombrada, y no quiero entrar en detalles sobre la alfombra, pero es bueno recordar que nunca se debe poner este material recoge-pelos en lugares muy transitados.
Hicimos una entrada triunfal y enseguida nos dimos cuenta que Candelaria, Virginia y Pablo éramos realmente Carolina Grimaldi, Carlota Casiraghi y el hijo de la Mette Marit.
Nuestros atuendos desentonaban del todo. Parecía que estábamos en el matrimonio de los príncipes de Asturias, y decidimos darnos una vuelta por una fiesta patronal en el pueblo más cercano.
Una cosa no es mejor que otra, pero a cada sitio se va de una manera.
El magno evento se desarrollaba en un gran galpón o nave industrial, que de diario vale para guardar maquinaria pesada. Esto no es especulación, lo indicaba claramente el cartel de la entrada, sobre el que colgaba una pancarta, escrita a mano, que anunciaba la Cena.
Estaba iluminado por enormes lámparas horizontales de luz blanca, cegadora y reveladora de defectos. El Rouge Chanel trasmutado en Fucsia Max Factor sin número.
Paredes y techo verde pistacho y muchos, pero muchos kilómetros de cortinas de tela semi-plástica e inflamable, muy brillante y que imita el encaje delicado (pero en robusto) en cantidades industriales, con lo que el pliegue abundaba. Esto último entiendo que era un poco para vestir la nave industrial… o mal vestirla. Aunque por la pátina, no estoy segura de que las quiten de un año a otro. En un garaje de maquinaria de 3 mil metros, la mugre es mucho más resistente que el blanco, así que lo prudente era mantener distancia de las cortinas.
La comida era de ese tipo que pretende finura y resulta desastrosa. Platos con raciones escasas, toque francés, pero el contenido era de franca cesta básica de alimentos.
De primero un Vol-au-vent de hojaldre (detallazo) relleno de atún, tomate y mayonesa, ingredientes en orden ascendente de cantidad. Era un "plato frío", corta tú un hojaldre frío bañado de mayonesa para que veas.
En el centro (para compartir) platitos con croquetas, pescado rebozado y alguna otra fritura no identificada. Otro plato mayor con lechuga, tomate, atún y maíz (sin sal ni ningún aderezo posible, me imagino que por la incidencia de colesterol y diabetes en la edad promedio de los asistentes) todo muy escaso, lo bueno es que se perdió poco porque esta "ensalada" no la tocó nadie. Las croquetas fueron lo más exitoso de la noche por mucho, me arrepentí de no haber comido más.
Las entradas no tuvieron buena acogida y se notaba, pero todos esperaban con fe plato principal. Y ahí llegó un trozo (más que un trozo un "cacho") de carne con champiñones de lata por encima. No hablo de una salsa con champiñones de lata, no, eran champiñones de lata recién abierta puestos sobre la carne, que encima era la misma carne que le pone la abuela a la sopa, lagarto creo que se llama, esa que hay que darle fuego tres días para que ablande. Para acompañar esta exquisitez, papitas fritas “caseras”, lo digo por el corte irregular. Todo navegando en aceite. Escazas las papitas, abuntadante el aceite.
La bebida que no falte! Botella en mesa (y aquí piensas: qué bien) pero es que las botellas eran de Pepsi y Mirinda (una suerte de Fanta antediluviana que solo queda en Canarias). Si querías Seven-Up podías, pero pidiéndoselo al mesonero, si lo pescabas.
Comimos, escuchando los comentarios de las abuelas donde se hablaba de cómo este año la cena estaba infinitamente mejor que los años anteriores…
III-. La Espera o sobremesa.
(mientras recogen la cena y arman el tinglado)
Mi abuela me dijo que podíamos llevar a Pablo porque había muchos niños, en efecto eran muchos, la mayoría hijos de los miembros de la Asociación Benéfica del Síndrome de Down y sus hermanos y familiares. Había niños especialmente bellos y buenos y otros malos como Caín, nada en su condición los aleja de las variables del mundo real (gente mala y gente buena).
El caso es que Pablo era aún un bebé y que tiene cierto imán para los Caínes, con lo que corría permanente peligro.
Con su buen carácter hizo varias amistades sin notar el riesgo. Había un niño que se dedicaba a quitarle su muñeco de Bob Esponja y tirarlo como un pitcher de grandes ligas a kilómetros de distancia. Pablo veía esto como un juego, lo malo es que lo tiraba tan lejos que tenía que ir yo detrás para no perderlo (a Pablo, porque el Bob Esponja me daba lo mismo a estas alturas).
Otra amistad interesante que hizo, fue un niño de 7 u 8 años, que le sonreía y se le fue acercando poquito a poco, Pablo lo veía para arriba con curiosidad y una sonrisa hasta que el niño le dio un rodillazo en el pecho que lo proyectó dos metros más atrás y lo sentó de culo literalmente. No lloró, estaba impactado casi tanto como yo, que le fui a recoger frustradísima porque a ver qué le dices al niño desgraciado que le dio ese rodillazo a tu bebé si tiene Síndrome de Down y después del patadón te sonríe?
Intenté mantenerlo a salvo, pero no era fácil.
Un niña, con cara de buena lo convenció de subirse a la tarima, Pablo no es valiente así sin más y le costó hacerlo, y una vez que estaba arriba... ¿Adivinan ya? El juego de los otros niños consistía en empujarlo hacia abajo. Candelaria lo atrapó ágilmente antes de que tocara el suelo. Por su bien, le obligamos a quedarse en su cochecito, amarradito hasta que se durmió.
En este punto yo pensé que la estábamos superando la Cena de Gala (y sobreviviendo), pero estaba lejos de la realidad, faltaba "La Rifa".
IV-. La Rifa.
Para poder recaudar más dinero rifan 300 premios provenientes de las más diversas donaciones.
Empezó la venta de números y todos emocionados comprando y haciendo distintos órdenes y reordenes de los papelitos sobre la mesa para poder mirar sus números cuando cantaran. Pensé que iba a ser divertido, no pintaba mal. Era como un Bingo, un pelín más caótico, porque los números eran del 0001 al 6000 y cada uno en un ticket distinto donde había un sello de algo y el número era microscópico, con lo que las abuelas no se aclaraban y necesitaban ayuda para ver. En promedio tenías que ver unos 50 números cada vez que cantaban.
Empezaron por hacer una prueba de sonido que nos hizo sangrar los oídos, y lo peor es que quedó así, yo decidí ponerle a Pablo un suéter tapándole una oreja y Bob Esponja en la otra preservando su audición para el futuro.
Una mujer decía el premio y un hombre decía el número. Velocidad: lento, y como ya comenté eran trescientos premios, tres-cien-tos. Y lo más grave era que capaz y te ganabas uno!
Los premios eran lo más peculiar de la velada: se llamaban “Premios Combinados”, como eran donaciones variopintas los agrupaban para que no fueran demasiados. Las combinaciones era del tipo:
cesta de frutas y paraguas contra Rayos UV.
Libro + mantel de cocina.
bolso de similicuir + candelabro de madera.
También habían algunos premios únicos como:
Candelaria ya había pensado que si nos sacábamos el medio cochino tendríamos que comprar otro pasaje en la Low Cost y lo llevábamos en el asiento del avión.
Había también botellas de vino, un par de piernas de jamón, y un bendito que donó una T.V. de Plasma.
Los premios nos fueron generando micro ataques de risa. Al principio intentábamos disimular, y hasta nos alegrábamos, pero es que era para reírse y mucho.
La tía Hilda se sacó un reloj despertador, bonito, un pelín grande, no era un combinado sino "único" porque era lo único que te cabía en la mesa de noche. Después la prima Fela se sacó un libro llamado: “El Vino y la Música” (tú me dirás), acompañado de un collar, que no solo era feo, si no que tardamos en descubrir que era un collar.
Mi abuela se ganó un mantel de plástico morado y un libro de unos tres kilos llamado: “La Medicina y la Literatura” -Vaya p´al carajo…-(expresión literal de la abuela).
El momento culminante de la noche, fue cuando una de las tías abuelas (que no se caracteriza por su buen humor) se ganó una estatua de Buda y un creyón de ojos azul eléctrico (en el mismo combinado). No tengo palabras para describir su expresión. Cande y yo nos vimos y ahí ya empezamos a reírnos sin parar. Fue increíble. Mi abuela le agregó además: -Chicha, esta noche cuando llegues a casa le pones una vela al Budha…-
Cuando se acabó la interminable rifa de los 300 premios, hicieron una repesca con 14 premios que se habían quedado sin dueño, incluído el medio cochino, por cierto. Alguien de la mesa comentó que el medio cochino por lo menos estaba muerto porque el año pasado parece que lo rifaron completo y vivo.
V-. Fin (o al Fin).
Como los mesoneros eran voluntarios y tan escasos como la comida, terminaron de servir a las 12:00 de la noche más o menos. Gracias a Dios nosotros habíamos llegado tarde con la prima Carmita; cuando llegamos apenas estaban colocando las botellas de Mirinda en la mesa. Cuando terminó la rifa eran las 3:00 am.
Fue un día intenso para mi hermana para mí y que te digo para el pobre Pablo, que de la rifa no le tocó nada, pero a casa se llevó, rasguños, morados, y tirones de pelo.
Caímos los tres como plomos en la cama.
Mi abuela nos despertó antes de las 8:00am porque se sabe que los abuelos no duermen hasta tarde ni que trasnochen y nos fuimos a desayunar con las tías. Tomamos cafecito con leche y pan con mantequilla remojado, lo máximo
Después de la cena de gala, todos nos parecía un lujo… Lale nos dijo que el año que viene, si queremos, ella nos vuelve a invitar.
Y saben que es lo peor? Que volveríamos a ir...