Prólogo
Los terceros no importan
Antes la gente se casaba para siempre. Tenían problemas pero separarse no
era uno de ellos.
Con el tiempo hemos evolucionado y avanzado en pro del bienestar personal y
nos permitimos equivocarnos y corregir sobre la marcha para que la vida nos
quede más compuestita. Hasta aquí, yo de acuerdo.
El problema con la
evolución es que siempre deja flecos, nunca es completa. Por decir, a los humanos
se nos cayó el pelo porque no nos hacía falta, pero nos quedó un poquito nada
más para que te tengamos que depilarnos. Eso es un claro fleco evolutivo. El
más clásico: andamos en dos pies, sí, pero por culpa de la
estructura ósea que precisa la cadera para mantenernos en dos patas, las
mujeres parimos unos renacuajos que hay que cuidar más que a un helecho en
lugar de poder mantenerlos en la panza un par de años y que nuestras crías
salgan más resolutivas, como los elefantes que nacen y se levantan, caminan y
comen solos de una.
En la evolución amorosa, donde hemos avanzado hacia el recomponer
parejas, hemos dejado por fuera un fleco llamado “los terceros”.
Yo tengo cerca divorciados de todos los tipos y colores como para forjarme
una opinión seria: soy hija de divorciados, casada superviviente, conozco y
trato divorciados felices, casados infelices, divorciados enamorados de los
dejados, dejados descubriendo el mundo. En fin, de todo y próximo.
No voy a opinar sobre el divorcio, sobre sus bondades o inconveniencias.
Eso me lo reservo como venganza por si me separo y aprovecharé mi blog para
airear cuanto trapo sucio se me ocurra.
En este post el tema que me enloquece un pelín es la poca importancia que
tiene el QUÉ se siente cuando una separación te toca de cerca y no eres tú el
separado.
Soy hija de divorciados y corrí con suerte. Gané padrastros maravillosos y
un montón de hermanos que quiero con locura, por lo tanto mis traumas
divorciales fueron rebasados por las alegrías. No todas las familias logran
mantener ese equilibrio, estoy consciente. Sin ir más allá, yo misma cuando me
peleo con Ricardo quiero contarle hasta al conserje lo mal que se ha portado,
imagínate lo que podría pasar en un divorcio.
Mis padres se divorciaron cuando yo apenas despuntaba unos palmos del
suelo. Nunca vi sufrimiento, nadie habló mal de nadie y así crecí.
Hoy lo veo de otra forma y me doy cuenta que lo que realmente pasa de largo
es lo que sienten los de afuera, esos flecos de esta evolución, para llamar al
divorcio con un nombre benéfico. No se me ocurrió pensar en que por
organizadísima que te salga la separación, dónde aparentemente eso fue lo
mejor para todos, siempre hay gente que sin pedirlo se quedó del otro lado del
puente.
Todo esto me vino a la cabeza estando en un funeral de esos en que uno está
pensando en cualquier cosa a ver si logra no llorar por extensión. Ahí me tocó
ver como los ex familiares del difunto estaban tanto o más afectados que los
propios deudos. Y hablo de unos ex familiares que por lo menos tenían treinta
años con un río de por medio. Comprendí que los sentimientos de “los
otros” no le importaron nunca a nadie.
No digo que no tenga que ser así, uno no puede estar haciendo una encuesta
para divorciarse, no habría manera de evolucionar entonces. Lo que me pregunto es
que cómo es que no nos damos cuenta y dejamos pasar ese ingrediente sentimental
que tiene su peso propio!
Cuando hablo de qué sentir con los divorcios cercanos me refiero a los
suficientemente cercanos para que duelan, no de los que dices -¡Ay, qué
lástima… Como pasaría si se separan Brad Pitt y Angelina Jolie, que sería una
gran pérdida.
Cuando se separa gente que tú quieres suele ser para el bien de ellos y para
el mal tuyo, porque tú eres de la gente del otro lado y por tanto eres un
tercero.
Recalco, me refiero a cuando se separa gente que tú quieres. Si
tu mejor amiga deja a un indeseable hay que alegrarse, claro está! En esos
casos se gana. Un divorcio puede lograr que un grupo se libere de un lastre
importante y con buena suerte incluso gane otro más llevadero.
Está la otra variable que hay en todos los conjuntos amistosos, es el
clásico 'desatinado' con las parejas, ese que sabes que aunque se separe tú no vas
a ganar nada porque es seguro que volverá con una versión peor. Cuando este
personaje cambia de pareja es frecuente caer en la trampa de creer que el
grupo ha ganado. El refranero no falla con aquello de que más vale
malo conocido que bueno por conocer.
Una amiga mía perdió en un divorcio a una cuñada que describía como
posesiva, celosa y antipática en general pero cuando su hermano le presentó a
su novia nueva, que además de tener los defectos de la anterior era gótica, mi
amiga empezó a echar de menos a la primera y a apreciar sus fortalezas, era
verdad que obligaba a su hermano a vestir como un pijo, pero por lo menos el
hombre no llevaba delineador, rímel y esmalte de uñas negro.
En mi pandilla de amigos había uno casado con una X, una clásica
separatista que iba por la vida en plan: “tus amigos, que no los míos”. Me
llamaba la atención de esta elementa que cuando nos juntábamos todos en una
casa, ella siempre se sentaba en la silla más incómoda. Si todos estábamos por
el suelo, en el sofá, sobre los cojines, la mujer arrimaba una silla del
comedor y se sentaba allí muy tiesa, como dejando pasar el tiempo exacto para
decir -Vámonos-.
Alguna vez incluso nos hizo dudar sobre si éramos nosotros los excluyentes,
lo que suele pasar en los grupos de amigos pero con el tiempo, y la llegada de
la segunda esposa, hoy muy querida, quedó claro que la otra hiena quería estar
en su silla incómoda e irse tan pronto como fuera posible.
Cuando mi amigo se divorció, todo fueron ganancias, incluso para la primera
que se libró de nosotros.
Más problemático se pone cuándo se quiere al que se va y te quedas “del
otro lado del puente”.
Te das cuenta de lo poco que importas cuando llega tu amigo y te presenta a
un absoluto desconocido y tú nada has tenido que ver en su elección. Sin
consultarle a nadie tu camarada amplia el grupo y te tienes que arrimar para
que quepa el otro (a menos que se siente en la silla incómoda del comedor) Le
abres las puertas medio a la fuerza y con sonrisa falsa, qué remedio. Aplicas
la clásica fórmula de “si te hace feliz, yo estoy feliz”.
Al principio no te fías, no le conoces, no le escogiste. Pero poco a poco
se gana su puesto. Claro que ver contento a alguien querido te da alegría. Pero
un día hay un “click” y las cosas cambian. Ahora no solo es que has aceptado a
esa persona que alegra la vida de tu amigo, sino que ahora tú lo quieres, ya no
como la “pareja de”, lo quieres por separado.
Y entonces, con el mismo derecho de voto nulo que tuviste para traerle, te
comunican que ese pana se va.
Llega tu amigo y te dice en plan confidencia que la relación se acabó. Si
tienes mucha suerte el ido hizo algo malísimo e imperdonable, te lo cuentan y
tu sentimiento se transmuta de amor al odio con rapidez. Pero la verdad, eso es
más frecuente que pase en los platós de Telemundo, en la vida real hay más el
típico: - no sé, me estoy cuestionando la vida en pareja, ya no nos
queremos igual y un bla bla bla absolutamente insuficiente para cambiar tus
sentimientos.
Sencillamente te informaron cuando empezar a querer a alguien y te
volvieron a informar cuando dejar de quererlo.
Me parece injustísimo!!! y eso que sé que en la mayoría de los casos los
implicados estarán infinitamente felices con nuevas parejas, hijos prestados y
de todo, es decir, yo me alegro por ellos. Me fastidia por mí que no quería que
cambiara nada y siento que soy un fleco en la evolución del amor.
Y es así siempre. El
tercero importa una mierda.