Páginas

Redirigir

Babá dengo bocos, no buedo resbirar


Entre las cosas más rudas de remontar en el ejercicio de la maternidad está el asunto del descanso. Ese que sencillamente se acaba una vez que entras en el tema de ser padre y ya, no hay regreso.


Cala-Apita, una amiga querida, decía que ella no podía ser madre porque dormía mínimo doce horas por día y los fines de semana más aún. Ya es madre y tengo tiempo que no la veo, supongo que aprovechará cualquier momento libre para dormir porque de sobra sabemos que esas doce horas, de golpe son irrepetibles. La pobre habrá dejado atrás sus amistades, áreas de interés y actividades diversas intentando recuperar algo del sueño perdido. Ya me llamará cuando descubra que el sueño sin reloj no se recupera y que hay que seguir adelante cargando esa cruz.

Hablo de esto sin lamento. Sería injusto ponerme quejica porque la verdad, no me va mal, pero hace tiempo que no pongo a los niños de vuelta y media. Ya viene siendo hora porque si no, me quedo en reflexiones etéreas que no aportan comidilla a los reveses de la crianza.

Hay varias razones por las que los he dejado tranquilos un tiempo, la primera es que se portan bastante bien. A mí me parecen unos prospectos de delincuente hasta que veo otros niños y comprendo que los míos son unos ángeles y no me quejo por unos días y me dedico a tomarles fotos, a ponerlas en las redes sociales y a fardar de lo guapísimos que son.

Si además leíste el post anterior a este entenderás porqué tengo mucho menos que decir sobre ellos. El factor Andrea tiene su peso en oro. (calidad y cantidad)


Este par de querubines aparte de portarse bien, resulta que se enferman poquísimo. Tienen las defensas bien atrincheradas por motivos desconocidos. Lo que sí es seguro es que no es por la alimentación que yo les doy. Me pregunto si será el Actimel con su Bífidus Actif y los tan cacareados L-casei inmunitas? Es posible porque el yogurcito cuesta lo mismo que un cartucho de tinta HP.


Pasa que si tienes la suerte de que tus hijos se enferman poco, cuando se da la ocasión supones que los atenderás con toda la dedicación y el amor reprimido que no le puedes dar sino cuando están medio pochos y atontados por la fiebre. Son esos momentos únicos en que se dejan hacer todo tipo de carantoñas y memeses maternales, como estrujarlos un poco o sobarlos hasta que le salgan verdugones en la piel. Eso es lo que supones, pero la realidad es que te acostumbras a que no estén malos nunca y claro, cuando se enferman te agarra despistado.

Hace cosa de dos semanas anunciaban dramáticamente en los noticieros que estábamos atravesando una epidemia de gripe. A mí me pareció un poco exagerado, sobre todo después de la crisis del Ébola. Esto era la clásica noticia de cuando no tienes nada que decir y hay que llenar el espacio con algo contundente, algo que llevar mañana al café del trabajo. –Supiste lo de la epidemia?- Lo sueltas y lo dejas unos segundos en el aire a ver si los demás vieron las noticias. En fin, que pareciera que las complejidades del acontecer diario de este país no son cosa suficiente para llenar una hora de noticiero.

Dijeron también que la vacuna, que religiosamente le ponen a la población de riesgo (de la que no somos parte) sólo nos protegería del 17% de los virus que están de moda esta temporada. Es una vacuna que se basa en la gripe del año pasado, pero como los virus son muy vanguardistas, mutan para modernizarse y cuando llegamos con nuestra vacuna nos quedamos rápidamente anticuados. A mí la verdad, el 17% me parece un porcentaje un poco bajo.

A pesar de no pertenecer a la población de riesgo, yo sí me vacuné. En mi trabajo son yanquis y les gusta mucho el tema de la prevención de riesgos laborales. A los niños por el contrario, no les tocó ponérsela, así que el mísero porcentaje de lo que podemos llamar: “satisfacción vacunil” me produjo un poco de alivio maternal. Imagínate tú que por yo estar vacunada me salve de algo y ellos no. Menudo remordimiento! Ya soy propensa naturalmente a sentirme mala madre como para encima reafirmarme con este tipo de cosas, es como saltar del barco que se hunde antes que los niños. Está feo.

El caso es que cuando soltaron todo este rollo de la epidemia de gripe en la TV a mí se olvidó tomar la clásica precaución de darle con los nudillos a algo de madera y eso no se puede dejar pasar. Pues quien tocó la puerta con sus nudillos fue la famosa gripe epidemiológica con su 83% de posibilidades de triunfar.

Terminábamos un fin de semana bastante bueno a pesar de la ola de frío. Todo bajo techo pero divertido. Pablo jugó su primer partido de fútbol, una cosa que él llama “la Liga”. Y lo dice así, con fuerza, como si se tratara de la Liga del BBVA (sin los millones). El domingo al teatro con canto y bailadera. Cerrábamos un fin de semana con gozo intenso del lado infantil y satisfacción paternal por el deber cumplido.

Era domingo por la noche, llegaba la hora de dormir y ya se vislumbraba ese anhelado momento donde los adultos vemos la televisión, suprema diversión de los padres de niños con pañales.

Los acosté temprano convenciéndoles de que tenían que descansar. La realidad era que deliraba por ver World War Z, que la empecé la otra noche pero como dura diez horas, me vi obligada a que dejarla a medias en pro de mi sueño reparador y me quedé en pleno caos de zombis tragándose a media humanidad. Me hacía ilusión retomar el asunto.



Pero no pudo ser. Cuando apenas terminaba de dejar medianamente disimulado el orden hogareño como para que Andrea (el sol de mi vida) al llegar mañana no creyese que aquí vive la cerdita Peppa Pig, empezó el primer: -Mamáaaaaaaaa…

Y la cosa siguió más o menos a este ritmo:

23:00 pm
Pablo: - Babáaaaa dengo bocos, no puedo resbiraaar

23:40 pm
Andrés: - Mamáaaaa… abuaaaaa…
Yo: - Voy
Andrés: -Abuaaaaaaaaaaaa….
Yo: -¿Cómo se pide?
Andrés: -Ga-chias
Yo: -No!
Andrés: -Aaarbabooooor

00:30 am -
Pablo: -Mamáaaaa… tengo miedo
Yo: -Prendo la luz del pasillo, duérmete ya
Pablo: -Hay algo dentro de los abrigos que se mueve!
Yo: -Duérmete!
Pablo: -Es que se mueve!
Yo: -Como me levante verás que se va a mover!
Pablo: -No puedo dormir… dengo bocos… (llanto)

01:00 am -
Andrés: - Alañaaaaaa!!!
(Mamá se precipita al cuarto, clásica reacción de nacer en el trópico)
Yo: -¿Dónde?!
Andrés: - No ché, ya che fé. Chielo leche, ¿me das? ar-ba-booor
Yo: -No Andrés, no te voy a dar leche, ni agua, ni nada
Andrés: -Me duele la pancha, sóbame


A esta altura caigo en cuenta que no es el momento de ver como Brad Pitt salva a su familia del peligro inminente de ser devorados por los zombies y me acuesto. Pero algo me decía que no iba a ser una noche fácil.

Se disparó entonces una sucesión de llanto, mocos, llanto, sudor, fiebre, medicamentos, tos, llanto, más llanto, vómito (sobre las sábanas, claro), diarrea… Todo alternado en lapsos de entre cuarenta y cinco minutos o media hora, y a veces de cinco minutos para que no me acostumbrara a ciclo alguno.

Y así mi domingo por la noche fue lo que se conoce internacionalmente como una noche de mierda. Cuando pasas una de estas te replanteas tu vida, no entiendes que sucedió, cómo has llegado a esta situación. Tú, que hace nada tenías 23 años y eras una chica tan fresca! Estás “de a toque”. Si tu marido ronca, te divorcias. En realidad, no puede roncar porque no está durmiendo. En una noche de mierda no hay supervivientes, solo víctimas. Está tan jodido como tú pero te da igual, lo odias y te odias a ti misma porque tienes sueño y el sueño es como respirar o como comer. Es una necesidad primaria, que como su nombre lo indica debe estar en primer lugar y ahora ha pasado a un segundo plano y eso te molesta. Sueñas con irte a esa isla desierta que se usa normalmente para preguntar imbecilidades del tipo, -Si te fueras a una isla desierta con quien te irías?- Pues sola y a dormir, sin ninguna duda!

El sol se asoma, tienes que tomar decisiones. Los niños finalmente descansan, ahora podrías dormir, pero tienes que tomar decisiones. Me meto a bañar a ver si el agua se lleva el disgusto y la falta de sueño.

Mamá trasnochada: -¿Qué hacemos? Yo tengo una reunión y tú?
Papá trasnochado: -A medio día tengo que ir a un cliente
Mamá trasnochada: -Entonces?
Papá trasnochado: -Hum?
Mamá trasnochada: -Que qué hacemos?
Papá trasnochado: -Vete tú yo me quedo y suspendo, que le den al cliente.
Mamá trasnochada: -Pues bueno, que le den al cliente.

Así fueron nuestros “buenos días”. Camino a la oficina me da por pensar: -pero, y esto? y si me muero? Te parece que eso sea la última conversación tuve con el amor de mi vida? Porca miseria!

Trabajo como buenamente puedo, digamos que mal. Mi mente va lento y en el trabajo si vas así, es mejor que no vengas de lo idiota que estás. Mi reunión por fortuna se suspende porque encima era con una bipolar que es mi proveedora y se cree mi cliente y así vamos. No estaba yo para eso.


Cuando llegué a casa por la tarde los niños estaban como dos uvas. ¡Nuevos! ¡Perfectos! (¿será el Apiretal que hizo el milagro?) Están jugando, la casa está como si van perdiendo al Jumanji. Hay juguetes por todos los rincones, la televisión está encendida, la Tablet recargándose por cuarta vez en el día, y absolutamente todas las prohibiciones clásicas de “entre semana” levantadas alegremente mientras saltaban encima de su padre, quien por cierto tenía la misma expresión de los zombis de los que huía Brad Pitt en la película. Está visto que si uno tuvo fiebre en la noche anterior se puede saltar las reglas a la torera sin consecuencias.


En el fondo, en el sedimento de amor maternal que me restaba, me alegré que estuvieran bien. De verdad que son niños sanos y fuertes. Eso lo pensé aún con la luz del día y olvidé que cuando cae la noche, igual que en una película de terror, todo puede cambiar en cuestión de segundos. A las once, arropada hasta el cuello y con la nítida sensación de que no poder más…
-Babáaaaa tengo bocos, no puedo resbiraaar…

Poltergeist!!!