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¿Regresarías a Caracas?

Hace un tiempal que escribí este post. Creerán que últimamente tiro del archivo, pero esto ha sido casual! Lo prometo! Después de revisarlo siempre me parecía mal momento. 

Hoy lo quiero publicar porque como muchos veo luz al final del túnel aunque sé que lo que ví la última vez que fui no es comparable con lo que se vive ahora. Pongo aquí entonces mi sentir de emigrante desde su lejano hogar... por ahora

 
¿Regresarías a Caracas?

Esta fue la pregunta que más me hicieron y más me repetí durante el último viaje. Llámalo síndrome de Estocolmo pero yo amo mi ciudad, me gustaría volver, que mis hijos fueran al colegio allá y todo ese idilio que evidencia que no tengo idea clara de qué estoy hablando.
Estar en el sitio donde creciste, en tu casa rodeada de toda tu familia, te genera una diversidad de sentimientos que me gustaría poder expresar pero se los juro, es complicadísimo.
No voy a entrar en el análisis de si se puede o no se puede vivir allá, si es de locos, si hay que salir corriendo. Nada de eso. Eso se lo dejo a cada uno, a los que están, a los que se quieren ir, a los que lucharán hasta la muerte… cada uno con su reflexión, es decir con su peo.
Yo llevo doce años fuera. No salí corriendo, cero exilio, nada grave. Fue la vida que me fue moldeando el futuro y aquí estoy. Podría estar allá pero estoy aquí. Así de simple.
Creo que desde dentro se pierde la perspectiva, -como se pierde desde dentro de casi a cualquier cosa, una relación nociva, un trabajo esclavizante- y lamento decir que con frecuencia, desde fuera tampoco se tiene demasiada.  ¿Desde dónde entonces?  Yo soy de los de fuera y tengo una perspectiva, más o menos, que no digo que sea la buena pero es una.
Cuando voy a Caracas, e intento que sea con toda la frecuencia que mi economía me lo permite, siempre hay alguien que me pregunta: -¿te vendrías a vivir aquí?
Como bien nos dijeron en primaria, la entonación de una pregunta es la clave de la misma. Así pues hay quien pregunta con la entonación de: -estás demente si te piensas venir- o con la entonación de: -te deja el autobús si no te vienes ya-.
Esta es una pregunta muy complicada, deberían eliminarla de una vez.
La Real Academia debería centrarse en sacar de circulación frases y preguntas imposibles y dejarse de rollos que si "Solo" lleva o no acento, que si se puede decir "almóndiga" o "toballa" (que por cierto, por si alguno de la RAE lee mi blog le mando un mensaje, si van a permitir "almóndiga", quítenle el acento ¿no? y avísenle a Microsoft porque no se han enterado).
Volviendo a lo nuestro, el asunto es ¿yo volvería? ¿cuántas variables puede tener esa ecuación?
¡Qué insensatez! Cuando me preguntan eso por mi cabeza pasan, a ritmo vertiginoso, respuestas un tanto insolentes del tipo: ¿y tú, no has tenido malos pensamientos con el rubio buenastardes de tu cuñado? o ¿Ya comentaste con tu hermana que su bebe es bastante feo? 
Sería más realista preguntar: ¿te acostarías con Fulano por un millón de dólares?, ahí no hay variables al azar, ya sabes lo que hay, es Si o es No. Alguna dirá: -Ni loca! Y otra más sincera: - Hum...y por quinientos mil también. Eso ya lo dejó claro Demi Moore y aunque no te los ofrezca Robert Redford, un millón de dólares sigue siendo un millón de doláres.
El caso es que yo sinceramente sí volvería. A mí, como a los que conozco en mi situación, nos llama el terruño, que no "la tranquilidad del hogar", esa no es la frase que aplica... a uno le tintinea la comida, la familia, el olor a tierra mojada de cuando caen los aguaceros interminables... podría desplegarme en cientos de razones, desde las más básica como el carrito de la Cocada de Carlos hasta los regaños de mi abuela de 89 años.
Claro que volvería!. Ahora mismo, agarrando mis maletas y saliendo despavórida pues no, claro que no porque no tengo trabajo, ni dinero, tengo deudas (en euros) y no puedo caerle a mi mamá con mis dos muchachitos, mi marido y una sonrisa. Porque ella es mi mamá y me quiere, pero no me quiere mantener, eso seguro.
Volver requeriría esfuerzo y mucha planificación que lo que fue salir porque ahora ya no soy yo sola y eso cuenta...
Alguno igual dirá: ¡Pero loca! ¿¡y la inseguridad!?... es verdad, chapeau por notarlo.  La inseguridad me da susto profundo, me da miedo, salir, andar, que me roben, que me maten, todo me da miedo pero igual encuentro compensación estando allí.
El tema es que "no es mejor" vivir aquí o vivir allá, eso está de fondo mal planteado. La inmigración o la emigración es territorio gris! No es blanco y negro.
Hay gente que te habla con un tono de reproche, pareciera que perdiste el derecho a opinar de lo que sea y por respuesta obtienes: -Claaaaaaro, muy sabroso, como tú vives allá...
Y por otro lado está el grupo romántico-lunático que cree que eres un escogido de Dios, -Porque claro, tú ni sabrás lo que es comer espagueti con ketchup, como vives allá…
Como te explico, no  vivo en Disneylandia ni desayuno caviar. Y además,  claro que opino porque las cosas que son de uno son para opinar! Y aparte voto! Y las elecciones siempre son en los meses fríos y la fila se hace en la calle! No sé si piensan en eso, pero hay que tener los símbolos patrios bordados en el alma para dispararse dos grados sostenidos en una cola de horas.
Pero si mira a los cubanos que viven en Miami, esos que están bien y ganan buen dinero, tienen una casa  con piscina y mientras cocinan cantan:

"Amo esta isla, soy del Caribe,
Jamás podría pisar tierra firme
porque me inhibe..."

Y si mientras cantan revolviendo los frijoles, tú les saltas y les dices: -Ajá! Tú volverías!? y el tercio seguro que te dice: Yo? Noooooo niña. Y eb bloqueo!!!...
¿Entonces, se entiende? Pues no, no se entiende, que le vamos a hacer.
Yo según pongo un pie en Caracas, no hago más que disfrutar mientras escucho atentamente sobre lo que viven día tras día, lo hartos que están, etc… Es un contraste complicado, no sé cómo explicarlo. 
Estando allá una tarde, mientras me tomaba una copa de vino chileno exquisito que costó el sueldo de mi mamá y miraba el Avila imponente en la terraza de mi hermana, escuchaba lo insostenible de una cotidianidad que comenzaba por pescar en los mercados lo que hay para abastecerse. Aquí papel, allá aceite, una amiga con un primo que vende huevos.
No sé qué pensar... Lo del papel me subleva, mira que agregar a tus ocupaciones la labor de cortar en dos el rollo de papel de cocina para trasmutarlo en el indispensable papel para el culo es intolerable y mientras pienso eso estoy en un relax casi oriental, tomándome un vino con mi familia, en medio del verdor y dándome la brisa en la cara. Ah?
Si en ese momento me toman por asalto y me dicen como al cubano: -Ajá! Te vendrías?! Aparte de darme un susto de muerte y sacarme de mi ensimismamiento, le diría: Y tú? Te acostarías con Mengano por un millón de dólares?




!!!

Los terceros no importan

Prólogo

Escribí este post hace más dos años, no lo publiqué entonces por temor a  que alguien querido se viera reflejado en el texto. Esperé un tiempo prudencial pero el asunto sigue pasando indetenible hasta hoy. He decidido publicarlo. Que quede claro que cualquier similitud con la realidad es... porque es la realidad misma. 

Los terceros no importan


Antes la gente se casaba para siempre. Tenían problemas pero separarse no era uno de ellos.

Con el tiempo hemos evolucionado y avanzado en pro del bienestar personal y nos permitimos equivocarnos y corregir sobre la marcha para que la vida nos quede más compuestita. Hasta aquí, yo de acuerdo.

El problema con la evolución es que siempre deja flecos, nunca es completa. Por decir, a los humanos se nos cayó el pelo porque no nos hacía falta, pero nos quedó un poquito nada más para que te tengamos que depilarnos. Eso es un claro fleco evolutivo. El más clásico: andamos en dos pies, sí, pero  por culpa de la estructura ósea que precisa la cadera para mantenernos  en dos patas, las mujeres parimos unos renacuajos que hay que cuidar más que a un helecho en lugar de poder mantenerlos en la panza un par de años y que nuestras crías salgan más resolutivas, como los elefantes que nacen y se levantan, caminan y comen solos de una.

En la evolución amorosa, donde hemos avanzado hacia el recomponer parejas, hemos dejado por fuera un fleco llamado “los terceros”.

Yo tengo cerca divorciados de todos los tipos y colores como para forjarme una opinión seria: soy hija de divorciados, casada superviviente, conozco y trato divorciados felices, casados infelices, divorciados enamorados de los dejados, dejados descubriendo el mundo. En fin, de todo y próximo.

No voy a opinar sobre el divorcio, sobre sus bondades o inconveniencias. Eso me lo reservo como venganza por si me separo y aprovecharé mi blog para airear cuanto trapo sucio se me ocurra. 

En este post el tema que me enloquece un pelín es la poca importancia que tiene el QUÉ se siente cuando una separación te toca de cerca y no eres tú el separado.

Soy hija de divorciados y corrí con suerte. Gané padrastros maravillosos y un montón de hermanos que quiero con locura, por lo tanto mis traumas divorciales fueron rebasados por las alegrías. No todas las familias logran mantener ese equilibrio, estoy consciente. Sin ir más allá, yo misma cuando me peleo con Ricardo quiero contarle hasta al conserje lo mal que se ha portado, imagínate lo que podría pasar en un divorcio.

Mis padres se divorciaron cuando yo apenas despuntaba unos palmos del suelo. Nunca vi sufrimiento, nadie habló mal de nadie y así crecí.

Hoy lo veo de otra forma y me doy cuenta que lo que realmente pasa de largo es lo que sienten los de afuera, esos flecos de esta evolución, para llamar al divorcio con un nombre benéfico. No se me ocurrió pensar en que por organizadísima que te salga la separación, dónde aparentemente eso fue lo mejor para todos, siempre hay gente que sin pedirlo se quedó del otro lado del puente.

Todo esto me vino a la cabeza estando en un funeral de esos en que uno está pensando en cualquier cosa a ver si logra no llorar por extensión. Ahí me tocó ver como los ex familiares del difunto estaban tanto o más afectados que los propios deudos. Y hablo de unos ex familiares que por lo menos tenían treinta años con un río de por medio. Comprendí que los sentimientos de “los otros” no le importaron nunca a nadie.

No digo que no tenga que ser así, uno no puede estar haciendo una encuesta para divorciarse, no habría manera de evolucionar entonces. Lo que me pregunto es que cómo es que no nos damos cuenta y dejamos pasar ese ingrediente sentimental que tiene su peso propio!

Cuando hablo de qué sentir con los divorcios cercanos me refiero a los suficientemente cercanos para que duelan, no de los que dices -¡Ay, qué lástima… Como pasaría si se separan Brad Pitt y Angelina Jolie, que sería una gran pérdida.

Cuando se separa gente que tú quieres suele ser para el bien de ellos y para el mal tuyo, porque tú eres de la gente del otro lado y por tanto eres un tercero.

Recalco, me refiero a cuando se separa gente que tú quieres. Si tu mejor amiga deja a un indeseable hay que alegrarse, claro está! En esos casos se gana. Un divorcio puede lograr que un grupo se libere de un lastre importante y con buena suerte incluso gane otro más llevadero.



Está la otra variable que hay en todos los conjuntos amistosos, es el clásico 'desatinado' con las parejas, ese que sabes que aunque se separe tú no vas a ganar nada porque es seguro que volverá con una versión peor. Cuando este personaje cambia de pareja es frecuente caer en la trampa de creer que el grupo ha ganado. El refranero no falla con aquello de que más vale malo conocido que bueno por conocer.



Una amiga mía perdió en un divorcio a una cuñada que describía como posesiva, celosa y antipática en general pero cuando su hermano le presentó a su novia nueva, que además de tener los defectos de la anterior era gótica, mi amiga empezó a echar de menos a la primera y a apreciar sus fortalezas, era verdad que obligaba a su hermano a vestir como un pijo, pero por lo menos el hombre no llevaba delineador, rímel y esmalte de uñas negro.

En mi pandilla de amigos había uno casado con una X, una clásica separatista que iba por la vida en plan: “tus amigos, que no los míos”. Me llamaba la atención de esta elementa que cuando nos juntábamos todos en una casa, ella siempre se sentaba en la silla más incómoda. Si todos estábamos por el suelo, en el sofá, sobre los cojines, la mujer arrimaba una silla del comedor y se sentaba allí muy tiesa, como dejando pasar el tiempo exacto para decir -Vámonos-. 

Alguna vez incluso nos hizo dudar sobre si éramos nosotros los excluyentes, lo que suele pasar en los grupos de amigos pero con el tiempo, y la llegada de la segunda esposa, hoy muy querida, quedó claro que la otra hiena quería estar en su silla incómoda e irse tan pronto como fuera posible.


Cuando mi amigo se divorció, todo fueron ganancias, incluso para la primera que se libró de nosotros.

Más problemático se pone cuándo se quiere al que se va y te quedas “del otro lado del puente”.

Te das cuenta de lo poco que importas cuando llega tu amigo y te presenta a un absoluto desconocido y tú nada has tenido que ver en su elección. Sin consultarle a nadie tu camarada amplia el grupo y te tienes que arrimar para que quepa el otro (a menos que se siente en la silla incómoda del comedor) Le abres las puertas medio a la fuerza y con sonrisa falsa, qué remedio. Aplicas la clásica fórmula de “si te hace feliz, yo estoy feliz”.

Al principio no te fías, no le conoces, no le escogiste. Pero poco a poco se gana su puesto. Claro que ver contento a alguien querido te da alegría. Pero un día hay un “click” y las cosas cambian. Ahora no solo es que has aceptado a esa persona que alegra la vida de tu amigo, sino que ahora tú lo quieres, ya no como la “pareja de”, lo quieres por separado.

Y entonces, con el mismo derecho de voto nulo que tuviste para traerle, te comunican que ese pana se va.

Llega tu amigo y te dice en plan confidencia que la relación se acabó. Si tienes mucha suerte el ido hizo algo malísimo e imperdonable, te lo cuentan y tu sentimiento se transmuta de amor al odio con rapidez. Pero la verdad, eso es más frecuente que pase en los platós de Telemundo, en la vida real hay más el típico: - no sé, me estoy cuestionando la vida en pareja, ya no nos queremos igual y un bla bla bla absolutamente insuficiente para cambiar tus sentimientos.

Sencillamente te informaron cuando empezar a querer a alguien y te volvieron a informar cuando dejar de quererlo.

Me parece injustísimo!!! y eso que sé que en la mayoría de los casos los implicados estarán infinitamente felices con nuevas parejas, hijos prestados y de todo, es decir, yo me alegro por ellos. Me fastidia por mí que no quería que cambiara nada y siento que soy un fleco en la evolución del amor.

Y es así siempre. El tercero importa una mierda.

Odio los grupos de Whatsapp

Odio los grupos de Whatsapp… Ay sí!
La reacción que tenemos hacía los grupos de Whatsapp son la versión digital de lo que pasa con la revista HOLA!.
Todo el mundo dice que no la lee pero es la revista más vendida en España aunque cueste el triple que el resto. A nadie le interesan los cotilleos que vienen dentro, y es raro porque cuando entras a una peluquería nunca la encuentras libre y si lo logras te das cuenta que la pobre revista está desarmada del manoseo, con todo y que el tiraje es semanal. No tiene más de tres días y necesita restauración. Además tiene un sello de la peluquería en cada página dada la cantidad de robos. Aun así, “nadie la lee”.
Igual pasa con los grupos de Whatsapp, a nadie le gustan y todos estamos dentro.
No hago más que ver videos (irónicamente en Facebook) que nos ilustran cómo es que dejamos de hacer cosas importantes por estar mirando el móvil. Ves videos dónde una madre desnaturalizada mira el móvil mientras su hijo, desolado, juega con sus Lego a su lado, soooolo... (Música de devastación post apocalíptica)
Lo primero, para entendernos, yo soy una madre desnaturalizada, eso seguro. Veo mi móvil mientras mis hijos juegan con Lego sí, pero Lego StarWars Yoda Chronicles Game en la tableta!  Los auténticos bloques de colores sólo los usan cuando yo los vigilo porque si no, se quedan pegados al digital.
Ahora bien, ni ellos están todo el tiempo con la tableta ni yo con el móvil, porque les pongo límites y no me queda más remedio que meterme dentro. Ahora, qué no me guste? No, eso es muy distinto.
Jamás arrancarás de mis labios que el Whatsapp es aburrido o perjudicial. El fastidioso puede que seas tú y te veas reflejado, de resto no entiendo por qué puede parecerte aburrido. Si además eres tú quien decide el tiempo que le dedicas, porqué lo haces si no te gusta?
Escribo sobre esto porque creo que hay que bajarle la intensidad al lamento que afirma que no vivimos la vida por estar pegados al teléfono. Si es que el teléfono es parte de la vida y además lo es en la medida que lo decidas tú. Con pocas cosas podemos darnos ese lujo. Siempre tienes la opción de no usarlo, la gente descubrirá que tú no respondes y resolverá con antiguos métodos de comunicación para encontrarte. Hay quien cree que eso es imposible, pero yo doy fe: vivo con ese mito en casa.
La última conversación, vía mensaje, que tuve con Ricardo fue hace dos semanas para que trajera leche de camino a casa. (Por llamar conversación a: -Antes de subir, compra leche en el chino – Ok) Y que no hable conmigo, que me tiene más que vista no es lo grave, lo asombroso es cuando ves en su teléfono: última conexión y es de hace las mismas dos semanas.
Pero no estoy escribiendo para dejar a mi marido en la calle porque él pasa del Whatsapp y las redes sociales, no revisa su mail personal, no da el de la oficina y además si va en copia y no en el “to” lo archiva directamente sin leer. Lo que pretendo es decirle a los que creen imposible esa desconexión, que sí se puede. Es una decisión que tomas y no estás, no participas y no te enteras. Y no pasa nada de nada.
Eso sí, te pierdes en plena era de la información y vas por ahí despistado. Las cosas como son.
Si por el contrario, te relajas, cumples algunas normas y te dejas llevar, te integras en una sociedad digital que tiene muchas ventajas.
De la familia por ejemplo te enteras bastante. El grupo familiar, mejor dicho, los grupos familiares, porque hay varios, son la nueva versión de la reunión navideña pero ahora internacional y permanente.
Yo tengo como seis grupos familiares, todos se llaman “Family no sé qué” porque como todo el mundo tiene muchos, nadie pone “Family” solamente, sería un caos. Te juro que ni cuando me casé fui consciente de tener tanta familia.
Tengo un grupo de hermanos, otro de hermanos con papás, uno de primos solos, uno que está desde mi tía de 75 años hasta mi primito de 8 (que por cierto, al padre si lee esto: un poco pronto le diste móvil, no?... te dejo esto para otro post, el que avisa no es traidor).

Estas unidades de agrupación se repiten por el lado de papá, de mamá y por los políticos… en el fondo 6 no son tantos. Con alguno, tipo los primos de Ricardo, saqué mi bandera blanca y me salí.
El que no se agrega a estos grupos se pierde de alguno ejemplares de afiliación obligatoria: está el que manda chistes kilométricos con risas al final (ja ja ja, je je je, depende), el que escribe bendiciones con ángeles incrustados más largas todavía que los chistes del anterior, la que manda fotos de sus hijos non-stop, como si los demás no tuviéramos o fueran más feos que los de ella, eso junto con los que dialogan el día entero sin parar (¿no van a la oficina?) están además los que son unos fantasmas, se sabe de su presencia pero no dicen nada jamás. Todos en un grupo y todos nos queremos más o menos, como en la vida real.
Los grupos familiares tienen la ventaja de los cumpleaños por ejemplo, siempre hay alguno que es un crack de las fechas, se acuerda, felicita y detrás vas tú como si ya sabías. El agasajado se siente bien porque TODA su familia se acordó y tú te sientes mejor porque a tu manera también te acordaste.
Estos grupos son sanos. Hay que silenciar los avisos, eso sí, porque te pueden despedir de tu trabajo como el teléfono suene cada vez que te llega un mensaje.
Lo mismo, sin el cariño, pasa con el grupo de madres del colegio. Ahora es requisito mandatory tener grupo de padres. Igual que con lo demás, puedes no estar, pero allá tú. Si yo no estuviera mis chicos no habrían ido a ningún cumpleaños. Todavía se usa la típica tarjetica de “te invito a mi cumple”, pero yo necesito que me machaquen más, que me lo recuerden en el día, que me digan quien compra el regalo comunitario y que alguien los lleve que yo lo busco a la salida. En fin, que lo hago por ellos, para que no los desplacen.
En el grupo de padres hay de todo como en el familiar y evidentemente, tienes un grupo por hijo, (No sé cómo hacen las madres del Opus. En realidad no sé cómo hacen nada.) Esta variedad genera además un traspaso de información de unas clases a otras que te digo, los niños de ahora tienen que darle una vuelta a como guardar secretos.

Hay madres fantasmas también como no, nadie diría que están ahí. Hay otras pica pleito que les encanta montar originales discusiones que no llevan a ninguna parte, como decir que en el cole nos están estafando con las clases de inglés (which is true). 

Están unas que son mis favoritas, Las Recordadoras, esas son unas santas que ponen: “acuérdense mañana de llevar un bote de Pringles para la manualidad del Día del Padre” Esas son como el Outlook, imprescindibles. Hay incluso un estadio superior, las Recordadoras Militantes: “estoy en la tienda comprando la tela de rayitas blancas y rojas que nos pidieron para el disfraz de navidad, ¿alguien quiere que se la compre?” Bueno, bueno, bueno, eso para mí es como si el cura me preguntara –Hija mía, quieres que te bendiga?- yo a estas les haría una estatua.
En estos grupos también hay las clásicas que les importa demasiado todo: “mi hijo ha perdido un caballito marrón” y a ver si las otras treinta y dos mamás podemos mirar en los bolsos de los niños por si aparece el equino que su angelito no puede dormir.
Con respecto a esto debo decir: a.- ¿soy yo la única idiota que no deja a los niños llevarse juguetes al colegio? b.- si se le perdió que lo resuelva él, verás que no vuelve a llevar un juguete importante. c.- si mi hijo lo tiene le voy a armar un lio que te mueres pero créeme, jamás lo voy a dejar en evidencia en el chat. Lo regreso a la profesora y eso queda hasta ahí.
Esas mamás son un coñazo, igual que las que creen que las otras madres estamos por la labor de robar los uniformes o los juguetes de los demás críos. De estas hay varios tipos y lo notas en los mensajes. La más común y normalita es “he perdido la sudadera, dice María Suarez en la etiqueta”, Bueno, pesada es, pero hay que intentarlo, la entiendo perfecto (sobre todo por el precio de la sudadera con el loguito del cole) Por otra parte está la delicada: “Un niño se ha llevado la sudadera de mi hijo, por favor devuélvanla”  A esa le digo claramente, prefiero quemar la sudadera de tu hijo antes que darte la razón. Menos mal que los míos no son recolectores sino perdedores de cosas.  Ya tendría alguna enemiga fijo.
Los niños tienen que cuidar sus cosas y entiendo el disgusto de los padres, no crean que no lo he vivido. Pablo una vez fue al parque con su colección de cromos de futbol, bajó con 120 y subió con 5!!! ¿Saben que quería hacer yo? Ir al parque y repartir tortazos a diestra y siniestra, recuperar los cromos y decirles a esos niños que son unos canallas, que les auguro un puesto futuro en la delincuencia organizada y que Pablo tiene quién lo defienda, que vayan a joder a otro. Pero no, no lo hice. Regañé a Pablo por pendejo y maté mi rabia comiendo chocolate.
Los grupos de Whatsapp dejan a los padres al descubierto. La ventaja es que te va dando pistas de con quién juntarte y más importante aún, con quien no hacerlo.
Me encantaría diseccionar mi grupo como Dios manda, tengo clasificada cada conversación. Pero no es plan, a ver si le van a hacer bullying o moving o lo que sea a Pablo porque su mamá dejó en ropa interior a las mamás del chat, perdón, a los papás, porque en mi grupo también hay un papá. Es un padre como de mentira, nos recuerda qué hacer incluso con nuestros niños que no son de su clase,  en plan: “Virginia no, el tubo de Pringles es para Pablo mañana, para Andrés tienes que llevar un  brick de leche vacío el miércoles”. Yo soy súper fan de ese papá, encima es guapo. Menos mal que su mujer me cae bien, es encantadora y médico. Entiendes claramente como pescó ese partidazo y no se te baja la autoestima demasiado.
En fin, que los grupos de Whatsapp son una nueva manera de comunicarnos y funciona. Tiene sus normas como todo método de comunicación, como que quien habla debe dejar terminar a su interlocutor para continuar, norma universal que se respeta en todos sitios menos en los programas de tertulias de la televisión española.
Whatsapp tiene, y no son muchas:-Silenciar los grupos, -Responder, si ya abriste el mensaje y sabes que se han marcado los ticks azules,-Quitar la fecha de la última conexión si tienes paranoia, eso sí, también dejas de ver la de los demás, porque el tipo que hizo estas normas tiene un gran sentido común y dijo, “no quieres decir?” Bueno, “pero no puedes ver!” Toma ya! También te deja en evidencia cuando te sales de un grupo, eso me encanta!“Fulano ha abandonado el grupo” Muy bien, muy bien. Para que el que lo haga se lo piense antes de irse. Tampoco la libertad total, todo tiene su precio.
Acaso de niño podías dejar de invitar a los tíos a la Primera Comunión porque tu primo era un pesado que atacaba a todas tus amigas? Absolutamente no, te jodías con el baboso in-situ. No había forma de prescindir de ciertas relaciones. Tampoco de ciertos grupos de Whatsapp.
Yo no pierdo el tiempo mirando el móvil, lo uso. Mis hijos no están dejados de la mano de Dios porque su madre está en Whatsapp, están viendo como los adultos se comunican en esta época vertiginosa. Mis hijos saben que su mamá no es todopoderosa porque sabe que hoy le han castigado en el cole, saben que me lo dijo otra madre del chat, y si aun no lo sé están seguros que alguna me lo va a decir.
En fin, que lo que me parece una pérdida de tiempo es estar criticando los grupos y quedarse dentro. Para una cosa que funciona…
Y por cierto, yo cuando voy a la peluquería quiero ver la HOLA!, no quiero leer otras que intentan ser como ella, yo quiero el revistón de toda la vida,  de fotos posadas y pagadas de ricos millonarios con mansiones y vestidos de mal gusto.

Babá dengo bocos, no buedo resbirar


Entre las cosas más rudas de remontar en el ejercicio de la maternidad está el asunto del descanso. Ese que sencillamente se acaba una vez que entras en el tema de ser padre y ya, no hay regreso.


Cala-Apita, una amiga querida, decía que ella no podía ser madre porque dormía mínimo doce horas por día y los fines de semana más aún. Ya es madre y tengo tiempo que no la veo, supongo que aprovechará cualquier momento libre para dormir porque de sobra sabemos que esas doce horas, de golpe son irrepetibles. La pobre habrá dejado atrás sus amistades, áreas de interés y actividades diversas intentando recuperar algo del sueño perdido. Ya me llamará cuando descubra que el sueño sin reloj no se recupera y que hay que seguir adelante cargando esa cruz.

Hablo de esto sin lamento. Sería injusto ponerme quejica porque la verdad, no me va mal, pero hace tiempo que no pongo a los niños de vuelta y media. Ya viene siendo hora porque si no, me quedo en reflexiones etéreas que no aportan comidilla a los reveses de la crianza.

Hay varias razones por las que los he dejado tranquilos un tiempo, la primera es que se portan bastante bien. A mí me parecen unos prospectos de delincuente hasta que veo otros niños y comprendo que los míos son unos ángeles y no me quejo por unos días y me dedico a tomarles fotos, a ponerlas en las redes sociales y a fardar de lo guapísimos que son.

Si además leíste el post anterior a este entenderás porqué tengo mucho menos que decir sobre ellos. El factor Andrea tiene su peso en oro. (calidad y cantidad)


Este par de querubines aparte de portarse bien, resulta que se enferman poquísimo. Tienen las defensas bien atrincheradas por motivos desconocidos. Lo que sí es seguro es que no es por la alimentación que yo les doy. Me pregunto si será el Actimel con su Bífidus Actif y los tan cacareados L-casei inmunitas? Es posible porque el yogurcito cuesta lo mismo que un cartucho de tinta HP.


Pasa que si tienes la suerte de que tus hijos se enferman poco, cuando se da la ocasión supones que los atenderás con toda la dedicación y el amor reprimido que no le puedes dar sino cuando están medio pochos y atontados por la fiebre. Son esos momentos únicos en que se dejan hacer todo tipo de carantoñas y memeses maternales, como estrujarlos un poco o sobarlos hasta que le salgan verdugones en la piel. Eso es lo que supones, pero la realidad es que te acostumbras a que no estén malos nunca y claro, cuando se enferman te agarra despistado.

Hace cosa de dos semanas anunciaban dramáticamente en los noticieros que estábamos atravesando una epidemia de gripe. A mí me pareció un poco exagerado, sobre todo después de la crisis del Ébola. Esto era la clásica noticia de cuando no tienes nada que decir y hay que llenar el espacio con algo contundente, algo que llevar mañana al café del trabajo. –Supiste lo de la epidemia?- Lo sueltas y lo dejas unos segundos en el aire a ver si los demás vieron las noticias. En fin, que pareciera que las complejidades del acontecer diario de este país no son cosa suficiente para llenar una hora de noticiero.

Dijeron también que la vacuna, que religiosamente le ponen a la población de riesgo (de la que no somos parte) sólo nos protegería del 17% de los virus que están de moda esta temporada. Es una vacuna que se basa en la gripe del año pasado, pero como los virus son muy vanguardistas, mutan para modernizarse y cuando llegamos con nuestra vacuna nos quedamos rápidamente anticuados. A mí la verdad, el 17% me parece un porcentaje un poco bajo.

A pesar de no pertenecer a la población de riesgo, yo sí me vacuné. En mi trabajo son yanquis y les gusta mucho el tema de la prevención de riesgos laborales. A los niños por el contrario, no les tocó ponérsela, así que el mísero porcentaje de lo que podemos llamar: “satisfacción vacunil” me produjo un poco de alivio maternal. Imagínate tú que por yo estar vacunada me salve de algo y ellos no. Menudo remordimiento! Ya soy propensa naturalmente a sentirme mala madre como para encima reafirmarme con este tipo de cosas, es como saltar del barco que se hunde antes que los niños. Está feo.

El caso es que cuando soltaron todo este rollo de la epidemia de gripe en la TV a mí se olvidó tomar la clásica precaución de darle con los nudillos a algo de madera y eso no se puede dejar pasar. Pues quien tocó la puerta con sus nudillos fue la famosa gripe epidemiológica con su 83% de posibilidades de triunfar.

Terminábamos un fin de semana bastante bueno a pesar de la ola de frío. Todo bajo techo pero divertido. Pablo jugó su primer partido de fútbol, una cosa que él llama “la Liga”. Y lo dice así, con fuerza, como si se tratara de la Liga del BBVA (sin los millones). El domingo al teatro con canto y bailadera. Cerrábamos un fin de semana con gozo intenso del lado infantil y satisfacción paternal por el deber cumplido.

Era domingo por la noche, llegaba la hora de dormir y ya se vislumbraba ese anhelado momento donde los adultos vemos la televisión, suprema diversión de los padres de niños con pañales.

Los acosté temprano convenciéndoles de que tenían que descansar. La realidad era que deliraba por ver World War Z, que la empecé la otra noche pero como dura diez horas, me vi obligada a que dejarla a medias en pro de mi sueño reparador y me quedé en pleno caos de zombis tragándose a media humanidad. Me hacía ilusión retomar el asunto.



Pero no pudo ser. Cuando apenas terminaba de dejar medianamente disimulado el orden hogareño como para que Andrea (el sol de mi vida) al llegar mañana no creyese que aquí vive la cerdita Peppa Pig, empezó el primer: -Mamáaaaaaaaa…

Y la cosa siguió más o menos a este ritmo:

23:00 pm
Pablo: - Babáaaaa dengo bocos, no puedo resbiraaar

23:40 pm
Andrés: - Mamáaaaa… abuaaaaa…
Yo: - Voy
Andrés: -Abuaaaaaaaaaaaa….
Yo: -¿Cómo se pide?
Andrés: -Ga-chias
Yo: -No!
Andrés: -Aaarbabooooor

00:30 am -
Pablo: -Mamáaaaa… tengo miedo
Yo: -Prendo la luz del pasillo, duérmete ya
Pablo: -Hay algo dentro de los abrigos que se mueve!
Yo: -Duérmete!
Pablo: -Es que se mueve!
Yo: -Como me levante verás que se va a mover!
Pablo: -No puedo dormir… dengo bocos… (llanto)

01:00 am -
Andrés: - Alañaaaaaa!!!
(Mamá se precipita al cuarto, clásica reacción de nacer en el trópico)
Yo: -¿Dónde?!
Andrés: - No ché, ya che fé. Chielo leche, ¿me das? ar-ba-booor
Yo: -No Andrés, no te voy a dar leche, ni agua, ni nada
Andrés: -Me duele la pancha, sóbame


A esta altura caigo en cuenta que no es el momento de ver como Brad Pitt salva a su familia del peligro inminente de ser devorados por los zombies y me acuesto. Pero algo me decía que no iba a ser una noche fácil.

Se disparó entonces una sucesión de llanto, mocos, llanto, sudor, fiebre, medicamentos, tos, llanto, más llanto, vómito (sobre las sábanas, claro), diarrea… Todo alternado en lapsos de entre cuarenta y cinco minutos o media hora, y a veces de cinco minutos para que no me acostumbrara a ciclo alguno.

Y así mi domingo por la noche fue lo que se conoce internacionalmente como una noche de mierda. Cuando pasas una de estas te replanteas tu vida, no entiendes que sucedió, cómo has llegado a esta situación. Tú, que hace nada tenías 23 años y eras una chica tan fresca! Estás “de a toque”. Si tu marido ronca, te divorcias. En realidad, no puede roncar porque no está durmiendo. En una noche de mierda no hay supervivientes, solo víctimas. Está tan jodido como tú pero te da igual, lo odias y te odias a ti misma porque tienes sueño y el sueño es como respirar o como comer. Es una necesidad primaria, que como su nombre lo indica debe estar en primer lugar y ahora ha pasado a un segundo plano y eso te molesta. Sueñas con irte a esa isla desierta que se usa normalmente para preguntar imbecilidades del tipo, -Si te fueras a una isla desierta con quien te irías?- Pues sola y a dormir, sin ninguna duda!

El sol se asoma, tienes que tomar decisiones. Los niños finalmente descansan, ahora podrías dormir, pero tienes que tomar decisiones. Me meto a bañar a ver si el agua se lleva el disgusto y la falta de sueño.

Mamá trasnochada: -¿Qué hacemos? Yo tengo una reunión y tú?
Papá trasnochado: -A medio día tengo que ir a un cliente
Mamá trasnochada: -Entonces?
Papá trasnochado: -Hum?
Mamá trasnochada: -Que qué hacemos?
Papá trasnochado: -Vete tú yo me quedo y suspendo, que le den al cliente.
Mamá trasnochada: -Pues bueno, que le den al cliente.

Así fueron nuestros “buenos días”. Camino a la oficina me da por pensar: -pero, y esto? y si me muero? Te parece que eso sea la última conversación tuve con el amor de mi vida? Porca miseria!

Trabajo como buenamente puedo, digamos que mal. Mi mente va lento y en el trabajo si vas así, es mejor que no vengas de lo idiota que estás. Mi reunión por fortuna se suspende porque encima era con una bipolar que es mi proveedora y se cree mi cliente y así vamos. No estaba yo para eso.


Cuando llegué a casa por la tarde los niños estaban como dos uvas. ¡Nuevos! ¡Perfectos! (¿será el Apiretal que hizo el milagro?) Están jugando, la casa está como si van perdiendo al Jumanji. Hay juguetes por todos los rincones, la televisión está encendida, la Tablet recargándose por cuarta vez en el día, y absolutamente todas las prohibiciones clásicas de “entre semana” levantadas alegremente mientras saltaban encima de su padre, quien por cierto tenía la misma expresión de los zombis de los que huía Brad Pitt en la película. Está visto que si uno tuvo fiebre en la noche anterior se puede saltar las reglas a la torera sin consecuencias.


En el fondo, en el sedimento de amor maternal que me restaba, me alegré que estuvieran bien. De verdad que son niños sanos y fuertes. Eso lo pensé aún con la luz del día y olvidé que cuando cae la noche, igual que en una película de terror, todo puede cambiar en cuestión de segundos. A las once, arropada hasta el cuello y con la nítida sensación de que no poder más…
-Babáaaaa tengo bocos, no puedo resbiraaar…

Poltergeist!!!

Calidad y Cantidad


Desde el principio de los tiempos nos hemos preguntado qué es mejor, calidad o cantidad.

Hay algunos que lo tienen claro. Pregúntale a mis hijos qué prefieren, cien gramos de chocolate belga con 70% cacao tratado artesanalmente o un kilo de chocolate Milky Way, cien por ciento grasa poli-insaturadas, cero cacao y lo tienen claro: Cantidad. Los cien gramos pa’ ti.

Yo creo que nuestro instinto primario siempre nos lleva a cantidad más que a calidad, a calidad nos lleva la edad. Queremos todo de a mucho. Así son un éxito esas tiendas de “Todo a  1$” está tan barato que gastas 120$ y te llevas 120 mierdas que no valen ni para rellenar una piñata.

El caso es que con la madurez, unos antes que otros, empezamos a apreciar la calidad. Somos capaces de sacrificar esa cantidad que instintivamente nos atrae, y entendemos que poco bueno es mejor.

Cuando tenemos niños, la vida se nos revuelve y perdemos la madurez adquirida. Empezamos a creer que ellos no pueden vivir sin nosotros, que debemos dedicarles todas las horas del día y cederles nuestra vida, todo nuestro tiempo. Les damos cantidad, porque es nuestro instinto, soy mejor madre porque no lo llevé nunca a la guardería, lo cuidé yo hasta que las autoridades me obligaron a llevarlo al colegio so pena de cárcel, que si no, le enseño yo también a sumar y a restar y lo que haga falta (menos derivadas, que para eso tendría que buscar ayuda).

Tengamos la edad que tengamos volvemos a lo básico con los niños. Ahora que habíamos entendido que salir con la amigas y dejar a tu marido en casa y que él salga con sus amigos y haga lo que sean que hacen los hombres solos (yo pensaba que hablaban solo de tetas y resulta que se ponen a comparar quien mete más lavadoras en casa) te quita cantidad y te aporta calidad de marido.

Ahora que tienes niños, te olvidas de eso y vas a por todas con la cantidad. Encima, cantidad de tiempo, que es lo que más escasea.

Bueno, pues en este momento de mi vida, yo me he replanteado ese plan. Y ha sido inevitable pensar en mi abuela Mamama. Sabes cuándo reflexionas algo tú solo y te acuerdas que tu abuela te lo dijo en su momento pero tú, claro está, no escuchaste. Me da mucha pena que ya no esté para poder decírselo. Lo que me consuela es que yo sé que ella lo sabía.

Mamama no era de dar muchos consejos, y debería haber dado más te digo, porque tuvo una vida envidiable, pero supongo que de las cosas que ella aprendió con los años es que la gente no hace caso, así que pasaba un poco de decirte qué hacer. Te soltaba alguno, pero poca cosa (volvemos a calidad vs. cantidad).

Entre los pocos consejos que daba recuerdo uno con toda claridad porque me parecía un horror. Al decir de Mamama, el ama de llaves se llamaba así no por las llaves de la casa si no por las llaves de la felicidad.
Mamama dedicó una buena parte de su vida a viajar por el mundo con el abuelo Papapa, recorrió el globo, vivió bien y bonito, ¡Qué señora elegante mi abuela, entrañable a la par que fina pero qué lejos está de estos tiempos modernos tan diferentes y vertiginosos, no?

Bueno, pues mi abuela no se enredaba la vida pensando qué haría de cenar, no iba al súper todas las semanas, no llevaba a los niños al colegio, no les dedicaba todo su tiempo libre. La vida cotidiana de aquella mujer era un jardín con mantel de cuadros en el piso y pamela en la cabeza para protegerse del sol. En ese panorama imaginaba a mi papá de niño, con un trajecito de encaje, inmóvil y atendido por cocinera, jardinero, chófer, cargadora y como no: ama de llaves.

A mi entender de antes, mi abuela se estaba “perdiendo” rituales esenciales que otros hacían por ella. Sobre todo lo relativo a los niños, porque bueno, perderse de planchar es superable pero y las criaturas? Creí que era pura suerte que mis tíos y mi papá fueran tres personas con la cabeza bien amoblada y que ella viviera hasta los 102 con una sonrisa permanente.

Me veía segura en esta reflexión. Estaba plantada en que la llave esa que ella decía, la tenía yo en mi mano y nadie más, que cuando tuviera mi casa no necesitaría de toda esa ayuda porque llevaría todo adelante con eficiencia y tesón. Aquí va una música propia de epopeya doméstica.

Y bueno, si a ver vamos, la ayuda no es imprescindible. Realmente puedes tu sola, y tanto que puedes!. Tu puedes encargarte de todo: trabajar, que los niños estén atendidos, que se coma rico en casa, hacer dieta y plancharte el pelo día por medio. También puedes parir sola a la orilla de un río. Por poder, se puede, pero no es plan. Hoy en día con la epidural inventada, te digo que las que paren a pelo son unas desquiciadas pertenecientes a una secta satánica. Y eso que yo me sé todo el cuento sobre los métodos “naturales”pero aún así el tema me sigue pareciendo tan loco como practicar running. (Pero en este post no me voy a cebar con los runners.)

La enloquecida idea de poder con todo no se me quitó nada más tener un niño.Es más, ni siquiera teniendo dos, que es cuando llega el verdadero caos. Con el segundo hice más sacrificios aún y me apunté en una cosa perversa llamada “jornada reducida” que lo conté con detalle ya hace tiempo en otro post.(la-jornada-reducida)

Si mi vida fuera una empresa habría quebrado, pero como no puedes quebrarte a ti misma, sigues adelante y crees que aguantas sin ninguna asistencia, a rastras, sin escuchar consejos, sin nada, lo estás haciendo bien, sigue, eres una madraza, una esposa en toda ley, una trabajadora como Dios manda…
Pero ves a tu empresa que cae en picada y lo sabes aunque no quieras oírlo y tienes que buscar remedio.

Es hora de invertir, que es lo que hay que hacer para sacar tu empresa a flote. No te hace falta publicidad, necesitas orden así que, montada en la modernidad a tope, contratas a un COO –Chief Operations Officer.

Mi COO se llama Andrea y reflotó mi empresa. Sin pretenderlo me hizo ver como estaba zampándome un kilo de Milky Way en lugar de cien gramos de chocolate belga.

Le entregué la llave esa que decía Mamama en su sapiencia infinita y entendí que todos tenemos mantel y pamela pero hay que saber usarlo.

Andrea no es chica de la limpieza, ni ama de llaves, ni cuidadora. Su trabajo es: ayudarme a secas. Limpiar entra entre las ayudas, como ir a buscar a los niños, darles la cena, ponerles el piyama. Pero realmente su labor es mucho más importante, al menos en mi casa. Yo antes tenía quien viniera a limpiar y muy bien, me descargaba trabajo, claro,  pero ahora es diferente.  Hasta hace nada no me entraba en la cabeza este gasto, ahora afirmo con propiedad que es imprescindible, tanto que si tengo que hipotecar mi alma lo haré gustosa para pagar un año más de ayuda.

Antes de esto la cosa iba tal que así:

-       Levantarme yo, levantar los niños, intentar convencerlos de vestirse solos, “Ese pantalón está sucio!” “espérate que busco otro” “a ver si hay algo en la secadora” “bueno te lo pones así sucio…”“Si, si te lo pones” desayunar. Discutir porque No entienden el reloj y el concepto del tiempo y “nos van a cerrar la puerta del cole!” Correr… correr!
-       Ir a trabajar (sin relevancia en esta historia) desde las 9 hasta las 6:30, sin puntualidad alguna, sobre todo de salida.
-       Ir a buscar a los niños a casa de mis suegros: -“nos tenemos que ir”, “ponte los zapatos” “guarda los juguetes” “agarra la mochila”, “besito a la abuela” ”Amén, digan améeeen! que les dio la bendición!”.
-       Llegar a la casa, preparar la cena, con prisa… todo con prisas. ¿Qué cocino? Algo rápido… No, mejor sano, no, algo ideal, mejor sólo rápido.
-       Darles de cenar, dejarlos hacer porque están aprendiendo a comer sin ayuda. Resultado, un desastre que no te debería importar. (Si no hubiera que limpiarlo, no me importaría.)
-       Llevarles directo a la ducha, con un túnel de aislamiento porque si tocan algo con las manos extienden la cochinada hasta el infinito y más allá.
-       Tener paciencia, respirar, están aprendiendo a desvestirse
-       Bañarlos… “levántate, no me llenes de champú!”“Espérate!, “ponte para acá”, “cuidado te resbalas”“no me moooojeeees el peloooo coñooooo!!!!” Ay, ya está, da lo mismo.
-       Pañal, piyamas, besos…

Aquí por sorprendente que parezca, aún los quieres, sabes que no es su culpa, odias tu vida, no a ellos.  Ellos te sonríen y menos mal.

-       “A guardar a guardar cada cosa en su lugar”… “si veeeenga, trae los robots”, ¿Cuándo sacaron todo esto?“a ver Pablo trae todo lo que encuentres por la casa” llévate un saco para que quepa todo…” “Andrés mete todo en los cajones”(son como el bolso de Mary Poppins).
-       Bueno a acostarse, si claaaro que les leo un cuento, si si, ahora los acompaño, espérenme un momento, ya vengo que  voy a llorar un momento al baño.
-       Se durmieron, son las 10, pobres, les va a costar levantarse después, la mañana no estará fácil. Me voy a acostar, está tan lejos la cama.

Sí bueh, que me lo creí…

-       Recoger la cocina, dejar puesta la lavadora, sacar la ropa de mañana.
-       Comer algo, nada light, porque ya sin entrar en que no-light es lo más rico, también hay que acordarse qué es lo más fácil y ahí si me dan a mí en la madre.
-       Mejor decidir, como o duermo?

Ahora voy a soltar mi nuevo día a día, con mi COO y sus llaves:

-        Lo que es levantarles y discutir por el tiempo, eso no ha cambiado. Pero ahora en el pie de la cama hay uniformes preparados y limpios.
-        Ir  trabajar, para bien o para mal tampoco ha cambiado
Al salir
-        Ir directo a mi casa. Di rec to
-        Encontrar a mis niños cenando una comida súper sana y nutritiva que con tiempo planifiqué y si me olvidé de hacerlo, mi COO lo ha pensado por mí y hasta mejor que yo.
-        Aprovechar un poco de ver el correo, llamar a mi mamá o hacer otra cosa productiva y mía mientras chapotean en la bañera.
-        Una vez bañados ellos y libre yo,  ponerme a jugar con mis críos, con alegría, con buen humor, sin discutir…

Antes dedicaba a mis hijos muchas horas, todas las que el día me permitía, con jornada reducida salía a las 5:00 y ahí estaba para ellos, dedicada, dándoles mi tiempo en cantidad. Ahora llego más tarde, tengo que trabajar más pero desde que llego hasta que se acuestan tienen toda la calidad de la que soy capaz.

Ahora jugamos a la plastilina, hacemos arcilla, hasta jugamos fútbol en la sala…
Todas las noches hacemos un juego de mesa en familia. Qué oportunidad, no? y yo la tengo!
Seguro que alguna súper ama-de-casa/madraza/ejecutiva/esposa en simultáneo me dirá “puedes hacer todo sola” y no dudo que ella pueda. Yo no, por ahora mi tiempo ha bajado de cantidad y ha aumentado en calidad y estoy contenta. Tra la la, tra la la. Cada una que para a la orilla del río o donde mejor le parezca.


Gracias Mamama por tu sabio consejo, que pena que tardé tanto en verlo. Lo escribo aquí que ahora la gente se comunica de esta manera y a lo mejor hay algún lector que le damos un empujón.