La convivencia además de no traer ningún tipo de garantía, tiene mala fama. Si a ver vamos, hay casos en que coexistir debería marchar a toda vela, digamos entre padre e hijos, y termina resultando (antes o después) incompatible, generando un “abandono del nido” a la primera oportunidad de fuga. Ni se diga los matrimonios que podrían seguir juntos si tan solo vivieran separados o incluso familias completas que serían más felices si no compartieran el mismo techo. Hay tantos y tantos casos que deberíamos tener como norma que convivencia que no sea estrictamente necesaria, hay que dejarla pasar.
Esta menda, haciendo caso omiso a esta premisa universal que acabo de soltar, convivió 4 días en estricta intimidad con dos queridas amigas del colegio. Esas amigas con las que planeabas el futuro cuando tenía 14 años. Ahora que tenemos treinta y muchos, hace rato que estamos en ese futuro (no demasiado parecido al plan).
La organizadora de tal reencuentro es una mujer con una virtud incontestable: la persistencia. Realmente sólo ella estaba capacitada para convencernos de una aventura como esta que requirió 8 meses de preparación. A la otra afortunada y a mí nos habría salido moho antes de conseguir intercambiar nuestros teléfonos. Lo peor es que las mohosas somos las que vivimos más cerca del punto de encuentro establecido, Barcelona. Una en Paris, yo en Madrid y la que gestó el viaje en Miami.
Si les cuento que me iba a encontrar yo sola con mis dos amigas, entonces no habría nada que pensar! Pero cuando a esta ecuación le agregamos que cada una llevaba adjunta a su familia, ahí si había riesgos que correr.
Protegiendo la estricta intimidad de los participantes, la misma que más tarde me cargo de un plumazo publicando sus fotos y tageándolos en facebook, utilizaré la clasificación que allí surgió de los distintos grupos:
Los Gringos: Ella la organizadora, la persistente y la persona con más mejores amigos sobre la faz de la tierra y con toda razón. Gracias a ella y al buen uso de las nuevas tecnologías –güasap- sigo en contacto con grandes amigas del período escolar, todas dispares y desperdigadas por el globo.
Su marido, un canadiense-americano de librito, informático, deportista y amante del kétchup. Chapuceador frenético de español y con reticencias a comer queso guayanés porque no se refrigera... (Por cierto, ni idea que no se refrigeraba! ¿Qué raro eso no?). Buen esposo a todas luces, comprobado tras aceptar cruzar el océano para meterse en una casa con dos amigas de su mujer, sus maridos y sus niños, todos venezolanos, hablando español mal y rápido! El hijito gringo, dos añitos y auténtico Rey de la Casa, dominando absolutamente el panorama de sus vidas, como debe ser.
Los Franceses: Ella, un coco escolar con embrujadores ojos verdes, (increíble verdad?) economista, inteligente y cero estresada por nada. Él, auténtico nativo del estado Lara, un guaro de pura cepa, de güisky y parrilla forever. Las niñas, dos princesas de cuatro y dos años más o menos, encantadoras, bien portadas y tan diferentes que parece que las crían en casas distintas.
Mi poquísimo contacto con esta familia se evidencia en que durante estos últimos años he difundido a todo el que me quiera oír, que mi amiga se casó con un ingeniero aeroespacialnauticopetrolero que fue rápidamente descubierto por la empresa Schlumberger, que lo explota saltando de pozo petrolero en pozo petrolero y esa es la razón por la que han vivido en Dubai, Abu Dhabi, Malasia, otros sitios de nombre impronunciable y ahora en Paris.
Pues todo eso era producto de mi fantasía desbordada. El tercio no es ingeniero ni nada parecido y persiguió un trabajo en Schlumberger, conocida cuna de genios, porque que las oficinas estaban al lado de su casa y así podía dormir tres cuartos de hora más por la mañana.
Los españoles, o sea nosotros cuatro, que ya tenemos perfil creado en este blog, y que para aportar algo debo decir que llevamos el peso del “host” en la espalda.
Demostrando una fe ciega, la organizadora me confió la búsqueda de la casa. El 50% del fracaso o éxito de la temida convivencia recayó en mí, porque extrapolando el refrán, “amor con hambre no dura” podemos decir que “amistades compartiendo baño se tambalean”.
El encuentro era en España y me sentía responsable hasta de que no le pusieran suficiente jamón a las croquetas. Así que me apliqué en la búsqueda y encontré una casa de 9 sobre 10. Cuartos suficientes, cunas, toallas, piscina, jardín, parrillera y lavaplatos. Era sencillamente perfecta, salvo por la falta de sal.
No hablo de que la casa fuera sosa ni desabrida, digo que literalmente no había ni sal. Tras una larga experiencia en turismo rural, era la primera vez que me encontraba esta escasez. Dime tú que para cuatro días te tengas que agenciar con un kilo de sal! No hay derecho! Si seguro que cada turista le deja una bolsa! Que le costará a la casera dejar un kit básico? Sal, vinagre, aceite y una pimienta molida que eso no se acaba jamás. ¿Cuándo has visto tú que un pote de condimentos se acabe? Nunca!, viven para siempre! Van a la basura porque estás harto de verlos y decides que está viejo, ¿pero acabarse? jamás! Yo tengo un “Adobo la Comadre” que me trajeron como producto autóctono cuando me casé, hace diez años y ahí está, al lado del eneldo que no tengo idea para qué se usa.
Pues esa era la composición: niños, padres, compotas, vino, pañales, mocos y toallitas-lingettes-wippes, que se prestó a reunirse en el mismo lugar y convivir durante cuatro días. Todo por la voluntad de tres amigas con una adolescencia en común y nada más! En el colegio uno hace grandes amigos, pero después cada quien coge un rumbo y define una vida que no habrías apostado un euro a que así sería.
Mis mejores amigos del colegio son un médico sabidísimo con postgrado en Harvard y un intelectual que vive en Berlín cuya única posesión son una bicicleta y un sofá, y está pensando es desprenderse de alguno de los dos. Pero a ellos ya les dedicaré tiempo en otro post, que aquí por fortuna no pintan nada.
Después de mi detallada descripción, todo suena bastante bien hasta que llegamos a la palabra: “Convivencia”.
Tengo que ser clara y decir que esta aventura ha podido ser lo que llaman en buen cristiano: un culazo. Las posibilidades de que saliera bien eran pocas. Y aquí es cuando, para sorpresa de todos, les digo que aquel viaje resultó un exitazo sin precedentes en el mundo de las amistades.
Llegamos de nuestros dispares confines, por aire y tierra y nos reunimos para celebrar una primera cena.
Por culpa de la falta de sal, la primera comida fue de lo más sana... Parrilla de pollo, yuca, y ensalada de tomate, todo sin sal! Es decir, habría dado lo mismo comer pasta que tortilla. Hicimos lo que pudimos, al tomate le pusimos limón, pero fue un engaño que disfrazamos con comentarios clásicos de falta de confianza como que realmente había quedado todo bastante bien aunque un poco desabrido... Hoy con la mente fría y entre amigos puedo decir esa comida no estaba buena, ni estaba mala. No estaba nada, fue un relleno estomacal para dormir mejor.
La casa perdió un punto, pero la confianza ganó terreno y así fue como los tres desconocidos maridos saltaron de un saludo cordial con apretón de manos a una unión y solidaridad absoluta. Solidaridad debidamente rociada con ron, gran producto nacional.
Empezaron poco a poco con esa mezcla de hombría disimulada con cariño que notas cuando un hombre dice: -voy a comprar el hielo, y los otros saltan de donde estén: -no hombre, solo no, deja que te acompañamos!. Y siguieron así todos los días de extrema convivencia, haciendo tareas en triplete mientras se contaban sus vidas y arreglaban el mundo.
Espero que el resultado de este apiñamiento masculino se traduzca también en el traspaso de buenas costumbres entre ellos. A saber, los dos primeros maridos que volvieron del mercado en el siguiente plan:
El gringo: -baby, te traje un shocolate, que I know que te encanta-
El francés: -Mary te traje galletas de estas que te gustan para desayunar-
En vista que Ricardo no decía nada, me atreví a preguntar si me había traído algo y me respondió: -¿Claro! Te traje todo lo que anotaste en la lista-.
Fue un primer día bueno, sin grandes historias, ya que todos estábamos “tanteando” el terreno, condición natural del ser humano que sabe que está bordeando el peligro. Todo eran síes y sonrisas… pero los cuatro días apenas comenzaban a partir de aquella cena sin sal.
Te empiezas a figurar como va la cosa y se veía bien pero, hay que dormir y levantarse con los ojos pegados y compartiendo el baño para ver qué pasa.
Yo como era la anfitriona local agarré el cuarto más grande, porque para acceder a este había que subir unas escaleras arquitectónicamente incorrectas. De esas que se inventan los dueños para aprovechar el cobertizo y que obviamente son decisión directa del maestro costruttore sin pasar por el arquitecto.
Cuando en la mañana bajé empiyamada por aquella trampa de escaleras, no escuchaba nada, no sabía que me encontraría. Empecé ver la imagen de las dos familias con todos sus integrantes vestidos, peinados y aburridos de esperarnos con clara expresión de -Si quieres duermes un pelo más, mis hijos se levantaron a las 6:00am...- Me iba entrando el pánico mientras bajaba y lo peor es que sólo bajaba yo, el resto de los míos seguían roncando.
Antes de tener niños, no dudaría que todos nos despertaríamos sin problema entre las once y la una. Pero los hijos vienen con ese horario especial debajo del brazo, que incluye al tiempo los padres y que uno se ha convencido que es normal. Grandes amistades se han ido al garete porque los hijos se acuestan y se levantan a distintas horas.
Bajé con miedito y lo primero que veo es a mi amiga parisina, tan empiyamada como yo, tan despeinada como yo e incluso más dormida que yo. Tirada en el sofá, vigilando entre sueños a sus hijas, esas si despiertas desde las 6:00 am, activas y revolviéndolo todo. Todavía me costaba creer lo que veía, la maravilla de ver que frente a mi estaba una mamá igual que yo… odiando estar despierta a esas horas.
Para ser más perfecta aún, la pobre con voz de no haber hablado con nadie aún me ofreció que bajara a mis hijos si estaban despiertos, que ella los vigilaba (en modo semi-inconsciente, claro).
Me costaba creer aquella coincidencia maravillosa así que buscando la grieta en la convivencia pregunté por los gringos y estos no habían dado señales de vida.
Estaba demasiado dormida para analizar, pero aquellos no era lo normal. Decidí enfrentarme a la cocina sin sal para encontrar los aperos y hacerme un buen café con leche que me permitiera razonar mejor sobre lo que allí pasaba.
Entré a la cocina aún con un ojo abierto y otro cerrado (no sé porque pero a mí me cuesta muchísimo abrir el segundo ojo, paso un rato sobreviviendo con uno solo) y veo al parisino moviéndose por allí con una agilidad propia de la cocina de su infancia. No dije ninguna palabra, solo lo estaba mirando (mi cerebro iba como el ojo cerrado, lentamente) y se voltea ese hombre con un café con leche de campeonato internacional. Taza grande, espuma densa, color perfecto, canelita espolvoreada. Yo lo vi acercarse como si fuera Brad Pitt (es el efecto que un gran café con leche causa en mi) y va el hombre y me lo pone en las manos y me dice: -te gusta así?
En ese segundo y sin mediar palabra, mi matrimonio se tambaleó. Menos mal que el de él no, porque ella es igual que yo y como leyéndome el pensamiento me dijo: Yo lo vi primero y me casé con él!
Poco a poco fueron apareciendo más empiyamados despeinados y yo logré abrir el ojo después de aquel café perfecto, que sin dudar repetí cada vez que lo ofreció. No le iba a quitar el marido a mi amiga, pero me tenía que aprovechar de él estos días.
Desayunamos con sobremesa eterna y bajamos a la piscina, todo con un relax y una complacencia de unos a otros difícil de creer. Cada vez que alguien se iba a bañar resulta que ningún otro tenía ganas de bañarse, era "su momento" nunca hubo un: -vas tú o voy yo, mejor tú primero-... Nada de eso, el engranaje aceitado y funcionando!!!
Aquello solo mejoraba, nadie parecía estresado ni un ápice! Qué difícil encontrar eso. Qué agradecida me sentí con la vida! Con las amistades eternas, con las amigas persistentes, con los cafés con leche de campeonato.
Para la segunda cena, ya con un kilo de sal en la despensa, se habían acabado las formalidades. El gringo, un hombre de entrada callado nos hizo reír tanto que casi nos cae mal la comida!
Por horrible que pueda sonar, se dedicó a contarnos su experiencia en la India, donde pasó una temporada larga. Parece que si vas a la India, te entra la compasión Zen y todo es distinto pero bello… pues no! este gringo franco y claro te decía que aquello era un desastre insoportable y que a él le pareció un horror.
Lo mejor del cuento? ver a los hindúes cagando en la calle! una cosa que tu cerebro no procesa. Contaba entre risas, español e inglés que vio cagando en la acera a media India, sin ningún ánimo de ocultarse o tan siquiera arrimarse a un ladito. Asombrado contaba que uno incluso se agachó en una intersección de dos calles principales, en una especie de Times Square del tercer mundo, aquel Hindú -Pupping ON the corner of two mains streets!!!...
Aquello era escatológicamente desagradable a la par que gracioso y más todavía cuando el guaro no paraba de analizar porque a él le sonaba tan ordinario decir “cagando” y al gringo “pooping” le quedaba hasta elegante.
La buena experiencia iba in creccendo. Los fallos (siempre hay) era mínimos, como que no lográbamos sentar a los cinco niños y tomarle una foto decente, o que no había forma que Ricardo entendiera que las fotos de nosotras debían ser de cerca, sin barriga ni muslos. En todas salimos hasta los tobillos, yo en particular, parece que voy a tener un tercer bebé.
Tentando la suerte de aquella convivencia perfecta fuimos a remover un poco el suelo por Barcelona y allí nos encontramos más amigos del colegio. Ahí ya dices tú, a ver si tanta felicidad se va a acabar cuando nos juntemos más y yo que sé, no seamos capaces de decidir dónde comer porque uno le gusta aquel y otro no tiene dinero y prefiere no comer o a saber cuántas miles de cosas terribles podían pasar.
Vimos primero a una amiga que después de ser la más hippie de mi colegio se convirtió en la más hippie de las súper-mamás. Sin perder ese toque desenfadado que ya traía de pequeña, se apareció con una bebé de calendario y un esposo de revista. Un irlandés rubio y guapo, jiposo como ella y reportero de eventos culturales! Dime tu! un ojal pá un botón!
Como anécdota extra tengo que contar que el novio de aquella hippie cuando estábamos en el colegio, se encontró unos años más tarde a la mamá de esta y airado le expresó su sorpresa ante el brusco cambio de mi amiga quien aseguraba que ella no se iba a casar nunca. No sé qué contestó la ex-suegra al buen muchacho, sin restarle méritos a él, que era entre otras cosas guapísimo también, pero claro... tal afirmación sería verdad en su momento, ella NO se quería casar, pero tampoco había conocido al irlandés.
Aquí aprovecho y meto un tip: cuando tu novio/a te diga: "yo no me quiero casar nunca" asume de una vez el tema y agrégale el "contigo", que a la larga, la verdad siempre aflora.
También se apuntaron dos más que llevan juntos desde que nos dieron el diploma. Lo gracioso es que no se dirigieron la palabra ni una vez en el colegio...
Él era clásico gordo súper popular, ese que viene ya con los colegios (a nivel internacional). Vivía con sus pantalones caídos y su raya del culo asomándole, pero como era el gordo simpático parecía que tenía el beneplácito de ir mostrando las nalgas sin reproches. Pues ese mismo gordo, estaba ahí con una pinta de pie a cabeza, tan moderna que soy incapaz de clasificar, no sé si “geek”, si “it”, no tengo ni idea, pero de un moderno y un buen gusto, de revista. Camisa de corte muy raro que seguro es lo más de lo más (yo soy una lerda para esto) bermudas, barba con líneas perfectas, alto y esbelto. Corpulento claro pero nada que ver con el gordo muestra-hucha!!!
Pasamos una velada divina, en un sitio muy bueno donde además admitieron a diez adultos, seis niños y no dieron montañas de croquetas.
Todo estaba saliendo tan bien, que antes de dormir, pensaba… cuando es que va a surgir el problema? Yo no soy negativa, ni pesimista, pero aquello…
Tenía la sensación de que por mera estadística algo tenía salir mal… y vi la oportunidad en el plan del siguiente día: ir a la playa.
No teníamos ningún tipo de infraestructura playera: toallas, sombrillas, etc. Yo como anfitriona del país no conocía esa costa y además en Barcelona era día de fiesta, aumentando la posibilidad de asistencia masiva popular.
Llegamos y no había ni Dios en la arena. Inmediatamente sospeché, seguro el agua esta helada, hay medusas, está contaminada, tiene bandera roja.
Nada de eso! Bandera azul, temperatura perfecta, el agua clarita, el sol suave y las medusas en categoría exterminio. El tercio del café con leche nos llevó tinto de verano y el gringo bien mandado nos puso hielo infinitas veces. No teníamos cava pero una bolsa de congelados del supermercado cumplió tan bien su función que me estoy planteando su uso a futuro.
Tres toallas para seis adultos y cinco niños y una se quedó una sin usar.
Yo defino el viaje como perfecto, diez sobre diez incluso sin la sal. Repetiría una y mil veces!