Pablo es un niño tranquilo, independiente, no es demasiado inventor, en fin, es un buen niño en general.
Eso no excluye que a veces quiera regalarlo! Eso es por la misma razón que me imagino que Caín era buen niño, no? Pero tendría sus días, como todos, y al final:
-¿¡¿¡Caín que has hecho!?!?-
-Lo maté, sin culpa-
ajá, eso pasa...
El caso es ese día tuve una jornada larga y estaba muy cansada como de costumbre, deseando que se acabara el día para sentarme un rato en el sofá.
Habitualmente, al llegar a casa, estiro el último impulso de energía para darles de cenar y bañar a los peques al mismo tiempo, lo que me permite además no perder a ninguno de vista.
Pero hoy llegué sin el impulso, lo malgasté en no sé qué y sencillamente no podía más.
He debido hacer lo de siempre: perseguir a Pablo para que se bañe mientras meto a Andrés en el agua, monto las arepitas, hago el tetero, los visto a los dos, les pongo la cremita especial de la piel de cada uno, un pijama que le guste a Pablo y a Andrés uno que le sirva, él que es como un camionerito que crece por días y nada le entra.
He debido, la verdad, pero no lo hice.
Dejé la cena para el final y me metí a bañar a Andrés mientras dejé que Pablo jugara un rato. Una vez terminado el primero entonces ya me pondría con Pablo, todo poco a poco porque está una fatigada de tanto agite todos los días con la bañada, la cena, la ropa, todo para terminar rápido y poder pasar más rato disfrutando de estar cansada.
Esta vez me di un chance y me dije –tranquila, poco a poco, al final vas a hacer lo mismo, sólo que más lento…
Ya aquí se detecta que algo olía a error, ¿verdad? Como una musiquita de terror al fondo.
Mientras bañaba a Andrés, afuera pasó lo siguiente:
A Pablo le dio hambre, en casa la cosa es cena primero y después baño pero ese día yo invertí el orden de las cosas y en mi lento proceder no había llegado su turno de llenarse la barriga.
Como es un niño resolutivo (como Caín que mató al hermano y resolvió su problema) pues él buscó su banquito, abrió la nevera y sacó un litro leche.
Agarró un vaso del lavaplatos (sucio, obviamente) y se sirvió. En el vaso echó veinte mililitros de leche, el resto del litro en el suelo.
No se amilanó.
Agarró el coleto, la mopa más bien porque en España para que sepan no hay coleto, ese de toda la vida, del haragán y trapo que todas las mujeres de servicio le abren un hueco, pues aquí no existe. Aquí solo hay mopa.
Bueno, pues con su mopa bien empapada "pasó coleto" por la cocina y por aprovechar la ocasión, se extendió en el área enchumbando todo el pasillo y parte de la sala.
Juzgó entonces que la cosa no estaba quedando bien así que agarró el lavaplatos, pero no el que está disuelto que uno usa a diario, no, buscó el que está guardado que es híper concentrado. Ese que se anuncia en la tele como el más rendidor, “con una gota lavas cuatrocientos veinte platos”
Vació medio pote de lavaplatos sobre toda la zona que decidió tratar como área de acción.
Coleteó para allá y para acá hasta que mi casa parecía las discotecas de la fiesta de espuma, o cuando se jode la lavadora en las pelis y sale tanta espuma que el protagonista prácticamente se ahoga en ella mientras grita que no pasa nada.
Salí entonces muy relajada del baño de Andrés, coherente en mi plan de “hoy despacito” y de vaina no me mato con el espumero.
-Pablo! Que pasó aquí!!!
-Se me botó la leche mamá, pero ya lo estoy arreglando.
Así mismo, con propiedad y actitud de "déjalo en mis manos"
Debo haber pasado la mopa veinte veces con agua clara intentando desempegostar el piso. (Todavía, una semana después, cuando caminas suena güiki güiki…)
En una de las últimas coleteadas apareció Pablo y le grité al borde de la histeria:
- Pablooooo! no pises que está mojado!
- Ay mamá, si… veldá que limpié.