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Al final no me moría, parecía, pero no.

Al Creador se le escaparon detalles, se sabe. Nos marean desde niños con que la Naturaleza es exacta, el hombre es la máquina perfecta, todo Obra Divina, pero te voy a decir, hay mucho detalle suelto en la faena de El Señor. No vamos a cebarnos con el buen hombre, faltaría más, sólo quería recalcar que en nuestra naturaleza hay fallos.

Mi cuento aquí va de que un buen día yo, la súper-mamá (bastante venida a menos desde que soy mamá por partida doble) aterricé en el hospital con un dolor de estómago de los que te doblan y no hay quien te enderece.

Traté de superarlo durante unos minutos, me levanté de la mesa, caminé un poco, hice respiraciones profundas, técnicas de concentración según la enseñanza paterna, me puse de rodillas, de cuatro patas, me tomé un Eno, un Almax, Atroverán, cuyo mal sabor hace que olvides el dolor… aquello no cedía con nada. Intenté mejorarme, pero llegó el momento de mirar a los ojos a mi marido y darle la mala noticia: tengo que ir al hospital, esto no es de atacar con bicarbonato.

A partir de esa afirmación, todo fue un revés tras otro que en lugar de vivirlo, me habría gustado observar desde el palco para contarlo mejor.

El primer desbarajuste comenzó con la urgencia en sí misma, me dolía que aullaba literalmente y aún así -obligatorio recordarlo- tenemos un niño pequeño y un bebé a quienes hay que resolver primero aunque te estés desangrando. Es increíble, te das cuenta que tu lugar no es ni de lejos el primero ni el segundo. Si te duele mucho, mucho, te peleas por el tercero.

"Colocamos" a Pablo con los abuelos y nos llevamos a Andrés. Apañamos más o menos y al hospital a toda carrera.

El problema con las urgencias, sobre todo las de doler, es que no dejas de pensar que te mueres y claro, piensas en ti y en pobre tú, y los míos sin estar yo y lo poco que he vivido, lo joven que soy, mis niños chiquitos creciendo sin mamá, o peor… con otra lagarta que no soy yo. Nadie es imprescindible, eso lo sabemos en teoría, pero a la hora de la verdad juras con propiedad que sí lo eres.

También es fatal para "el otro" porque él también va pensando en que te mueres y se queda solo, con dos niños pequeños, viudo joven, y quién va a hacer las tareas del colegio que vienen en las circulares de 8 párrafos y la sopa por las noches… ¿los niños podrán comer macarrones con tomate hasta la adolescencia sin consecuencias adversas?

Ahí había toda suerte de interrogantes correteando por el pensamiento a toda velocidad. Cada uno en lo suyo.

Esa historia de que cuando te estás muriendo arranca “la película de tu vida” a proyectarse frente tus ojos es absolutamente secundario. Lo angustioso es la película del futuro por venir sin ti. A ti por lo menos te duele y te distraes, pero al otro pobre no le duele nada y tiene todos los sentidos puestos en imaginarse la debacle que será si tú partes, eso mientras conduce a toda velocidad e intenta que no se le baje la tensión de un golpe.

Bueno, pero al final yo no me moría, parecía que sí, pero no, para nada. En ese punto no lo sabía pero lo que tenía era un cólico de no sé qué porque unas piedras están pasando por dónde no les toca y duele que es un infierno. Mientras te dicen que las piedras son microscópicas tú vas sintiendo al Peñón de Gibraltar arrasando tus entrañas. Ahí es donde te digo yo que lo de la máquina perfecta hecha por el Creador tiene sus bemoles, a mí que no me jodan.

Llegamos al hospital y entramos directo a "Urgencias" Me bajé como pude, porque cuando les digo que estaba doblada es literal. Me trajeron mi silla de ruedas e hice mi entrada a la odiada Sala de Espera.  Aquí los hospitales funcionan muy bien pero no es E.R. Si tú no llegas con un pedazo de tu cuerpo despegado del resto o sangrando profusamente y dejándolo todo perdido, nadie te salva de la Sala de Espera.

Ricardo siguió porque se tenía que estacionar antes que el vigilante se ensañara con él, porque ir de emergencia y dejar el carro donde puedas, no van de la mano. Fue nada más amagar con salir a ayudarme y ver venir al Vigilante en plan despeje violento, que quitáramos el coche por si viene alguna “urgencia” de verdad. Tú me dirás.

Logró estacionar un poco más lejos y vino corriendo a ver qué pasaba conmigo. Sudaba frío, el pobre sabe que yo me enfermo pocas veces pero cuando lo hago es con seriedad. Mis papás nunca me llevaron al médico con dolor de barriga, íbamos directamente con úlcera perforada. Mi papá no se fiaba y nada más verme un grano, presentía lo peor. Así soy yo desde chica, me dan puras cosas serias, es un detalle de mi personalidad extrema.

Cuando Llego Ricardo a mi sillita de ruedas, nos miramos un momento… miramos alrededor y había algo que no encajaba…¡¡¡Andrés!!! se nos quedó el chiquitín en el carro!!! Con el apuro de si me moría o si no, lo dejó olvidado y él se quedó allí, balbuceando en su sillita de bebé, muy tranquilito. Es un santo! Cuando nos dimos cuenta, cruzamos miradas culpables y creí que íbamos a tener que ingresar a Ricardo con un infarto. Se puso blanco y en tres zancadas llegó al coche a rescatar a la criatura abandonada a su suerte.

Si un día Andrés para en delincuente, llamará a su padre desde la cárcel para que pague la fianza hipotecando la casa y, tras recordarle -aquel día que me olvidaste en el carro- lo conseguirá.

Una vez rescatado el niño y más bajas las pulsaciones del padre, me pusieron medicinas y me "estabilizaron" hasta que llegó mi George Clooney de turno y soltó: -Te tienes que quedar ingresada cariño-.

No me lo esperaba pero me pareció prudente, porque además de estar partida de dolor se me disparó un brote alérgico que el muchacho que estaba al lado mío en la Sala de Espera se levantó muy discretamente y se rodó dos sillas más allá.  Normal, yo estaba mutando en algo hinchado y rojo.

Pero no es de mí que les quiero hablar si no del desbarajuste que se generó alrededor.

Esa noche nuestro entorno se puso en "Modo Emergencia". Unos amigos se llevaron a Pablo a su casa en plan "pijama party" para que no resintiera la novedad y mis suegros se quedaron con el bebé, dispuestos a levantarse de noche las veces que hiciera falta. Ricardo se fue a casa a preparar teteros, juguetes, bolsos para todos, incluido el de él que se quedaría conmigo en el sofacito del acompañante. Yo además prefería que se quedara esa noche por si le fallaba el corazón después del susto con el niño.

El día siguiente transcurrió con bastante tranquilidad pero claro, era domingo. Con la llegada de la semana laboral se avizoraban vientos de tormenta con su respectivo peo.

Esa noche decidimos que para que los niños no alteraran su rutina se fueran a casa con su padre. Yo me quedaría allí, a cargo de la enfermera de turno que te toma la tensión cada dos horas haciendo tan imposible tu descanso como el de ella.

Ricardo lo llevó todo bien, baños, cenas, recogida de juguetes, etc. Cuando me llamó sonaba cansado, pero nada más. Todo bien.

La mañana siempre es más ruda porque normalmente la repartición de trabajo mañanera consiste en que Ricardo se baña, se afeita, se viste, se arregla, se ajusta la corbata, revisa su maletín, abre el correo por algún detalle y mientras yo me arreglo (me baño la noche anterior o saldríamos a las 10), despierto a los dos peques, doy teteros, visto, limpio culos, saco gases, peleo por que "sí" hay que ir al colegio, peino nudos imposibles, reviso los morrales, el diario con la clásica nota: “traer 1 brick de leche vacío y limpio”, busco el uniforme que nunca dejo preparado la noche previa... Cuando están listos me voy al trabajo y Ricardo los lleva.

Esta vez todo eso fue lo pasó pero sin mí. Salvo los nudos, que Ricardo como no se peina, ni le cruza por la cabeza que sea un tema que haya que abordar, lo demás marchó y Pablo se fue al colegio con la cabeza enmarañada como un nido. Pero esto era una menudencia. Resumen al final de la jornada: cansancio, un poco de mala leche y sólo ha pasado un día. A mi seguían sin darme de alta y Ricardo comenzaba a tener síntomas de impaciencia.

Cada vez que el médico entraba a la habitación Ricardo lo acosaba, le hablaba golpeado, le preguntaba que cómo iba yo pero en tono de indudable reclamo. El pobre hombre intentaba no venir. Pasaba de vez en cuando y muy de pasadita, de vaina se asomaba al umbral de la puerta: -Todo bien? Bueno, pues adiós!- Eso sin dejarme decir ni mu.  Un día que se asomó y me vio sola. Entró y te digo con franqueza, era otra persona, dulce, conversador, relajado...
 
Allí estuve cinco días, sin comer, sin dolor y sin saber el origen del dolor original, motivo que me haría volver al hospital tres veces más en los meses siguientes. El último día, el quinto, Ricardo ya tenía barba, ojeras y mucha pero que mucha mala leche. Venía cada día y trabajaba desde el hospital, obviamente dándole cacería al médico, no hablaba con nadie más que con los del trabajo, que lo llamaban por teléfono y no mucho, porque en su tono, farfullaba, se intuía que no era cuestión de socializar con él.

Fue ese día cuando mi Clooney entró en su ronda matutina me dijo que me iba a empezar a dar comida y que sí se quedaba todo en el estómago me podría ir al día siguiente. Para qué fue que dijo "día siguiente"... craso error delante de un padre al borde del marasmo.

Ricardo:    -Al día siguiente de qué? -Pero bueno, vamos a ver, si come y no vomita ya nos podemos ir, ¿no?
George:     -Bueeeno… lo mejor sería esperar a que...
Ricardo:    (sin dejarlo terminar) -Ajá! Ya lo dijo, esperar a que no vomite, está bien. Entonces, si come y se queda todo dentro, nos vamos, ¿no? Perfecto, pues fírmenos el alta, esperamos a que ella coma y si no lo devuelve, ya! Nos vamos!

Ricky lo atacó frontalmente. El hombre salió de ahí temblando, preguntándose si el juramento hipocrático no le permitiría mandar a la mierda a un marido desbordado de tareas hogareñas. Habrá pensado, mejor la dejo así y si se complica que vuelva y con suerte hasta la atiende otro.

Yo estaba bien, pero no había tomado ni agua en 5 días, no me daba mucha confianza esto de “empezar a comer”. Pero ni harta de vino le llevaba la contraria a Ricardo, su mirada decía claramente: -si te quedas me divorcio y te dejo los niños!- y el divorcio se supera, pero la maternidad en soledad, no estoy dispuesta.

En fin, les digo que para una madre enfermarse es pecado, morirse es peor claro, no hay que buscar salidas radicales. Pero de enfermarte, al hospital sólo si es muy grave si no, un Alka-Seltzer y a retomar tu vida, porque el mundo gira sin ti pero contigo está visto que lo hace mucho mejor.