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Los niños prefieren a sus mamás y las niñas a sus papás

¿Han escuchado la teoría esa que dice que los varones prefieren a las mamás y las niñas a sus papás? Eso es definitivamente, como otras tantas teorías que corren por ahí sin autor, una falacia. Si fuera cierta alguien se la habría adjudicado ya.

Mi hijo prefiere de largo a su padre.


Nos han repetido hasta el cansancio que nunca se debe tener un hijo “favorito” pero y qué pasa cuando tienes un padre favorito? No hay teorías conocidas al respecto. Ni con ni sin autor.


Es cierto que no he sido la mamá modelo consentidora y cariñosa en extremo, pero Ricardo tampoco es un osito cariñoso, es más bien sequito como yo, pero a él le viene dando mejor resultado.


Cuando llego a buscar a Pablo a casa de su abuela, después de todo el día de trabajo deseando verlo, salgo del ascensor y lo veo venir corriendo, emocionado. Al verme, se para en seco, se queda mirándome a distancia prudencial, espera unos segundos a ver si hay alguien más en el ascensor y una vez que este se cierra, da media vuelta y regresa a lo que está haciendo.


En esos momentos aparece mi suegra, salvándole el culo al nieto: -Ay, chica! Justo ahoritica estaba Pablo diciendo: "y mamá, dónde está mamá?" Qué raro, no? No sé qué le pasó... Si sabré yo que le pasó. Eso un día, se deja colar, pero… a diario? No se lo cree nadie, ni yo, que necesito creerlo.

La alteración de ese comportamiento cotidiano sucede cuando, efectivamente, detrás de mí sale Ricardo del ascensor y entonces Pablo continúa su carrera emocionada, como en cámara lenta, me aparta de un manotazo (aunque yo no esté en su camino) y se abalanza en los brazos de su papá como si lo estuviera recuperando después de un largo viaje. Que muy bien, oye, si es que es su padre. Pero... y yo, que soy la madre… qué?


Adicionalmente a esta dinámica, el chiquillo viene a mí si necesita algo básico, si lo que pretende es jugar, mostrar algo, hacer alguna gracia nueva, compartir un juguete etc., busca a su padre y si no lo encuentra, espera pacientemente.


Para que esto se entienda les explico que desde muy chiquitín, mi día a día con Pablo va de dar y recibir. Dar yo y recibir él, básicamente.


Lo peor de esta situación es que pone nervioso a todo el mundo. Yo lo acepté, lo asumí o me conformé me imagino, pero los que ven esto desde fuera les da apuro e intentan que no se note, consiguiendo destacar aún más la situación, haciendo los clásicos comentarios para forzar al niño a demostrar algo que no le apetece. Eso no da resultado jamás, se nota la presión de inmediato y los niños a la presión suelen reaccionar mal.


-¿Ya saludaste a mamá? Si hombre, claro que me saludó, sin intensidad emotiva, pero saludarme me saludó. Aquí Ricardo no coge línea con la prudencia -Ya le diste un gran, gran abrazo y un beso muy, muy fuerte a mamá? Y el otro, si quiere salir del paso, dice –Sí (falso) y si está envalentonado suelta un -No! (verdadero) y se queda tan fresco. En ninguno de los casos sale corriendo a darme ese gran gran abrazo.


Cuando llegamos a la casa empiezo a entender porque no soy una perla de su rosario… Pablo, vamos a bañarse… ven, recoge los juguetes que tienes que cenar… A ver, cómetelo todo, si? Si, si, la leche también… eh, toda… Nooo… la tele ya no más…A dormirse ya…


Me caigo mal hasta yo.


A veces, me paso a modo hippie y lo dejo un poco “que haga lo que quiera”. El resultado siempre es nefasto. No duerme bien, amanece que no lo aguanta nadie, la casa se transforma en una pocilga en un par de horas… En fin… que ser hippie no es una solución.


Cuando Pablo era más chiquito, yo observaba a mi amiga Liza que era muy estricta con los horarios de Sofía, con sus comidas, las horas de sueño… y yo iba más por la libre. Fatal también. Ahora me doy cuenta que los niños son relojitos y su funcionamiento depende en exclusiva de que se cumplan esas horas de descanso, de comida, de las rutinas que le impone la mamá perversa. En pocas palabras, tú eres el policía del tiempo y estas ahí para joder. No te pueden, además, querer!


Por eso es que la teoría esa de los niños y las niñas no se sustenta. Si yo tuviera una niña, entendería porque ama a su papá sobre todas las cosas, porque hay una teoría que o explica, pero como tengo un varón me toca analizar el tema.


Pero toda regla tiene su excepción y yo la encontré! Ja! Di con ella y ahora vivo más tranquila.


Hace poco regresé de Venezuela, un viaje que hicimos mi niño y yo solitos.



Fui a Caracas con Pablo para que se adentrara en sus orígenes y también a que sus orígenes se adentraran en él, en este caso los orígenes estaban representados en los mosquitos. No hubo forma de que no se lo comieran.


Ha sido de los mejores viajes de mi vida. Y eso que yo me sé la teoría de punta a punta, sé que mi país ahora está jodido, que si las aceras están rotas, que no hay aceite, que se va la luz, la basura por la libre, el comandante pa´lla, pa´ca... Pero te digo, para mí todo estuvo perfecto.


Está visto que yo soy como los cantautores que a más peladera de bola, más gracia. O como la mujer que envidia a su amiga a la que el esposo dejó por una amante y llora y sufre y su vida es súper intensa, trastornada... en cambio la de ella, tan ordenadita, con su casita y con su esposito tan bien portado, todo en orden. Es así. Es incoherente, pero es así... En la vida, eventualmente aparece la amante del bien portado y desaparece la envidia.


Volviendo al asunto del comportamiento del chiquillo con la madre que lo parió, paso a contarles los cambios que se presentaron para mí en Caracas en ese particular.


Mi pequeño se vio en un sitio nuevo dónde era distinto desde el champú hasta la salida del sol, y la única referencia de su entorno regular era yo! Aquí viene la parte buena, por fin me tocó que mi hijo me quisiera a mi más que a nadie!!! Que se fijara en mí!!! Su papá solo tenía que estar a 8000 Km de distancia!


Su asombro con todo lo que veía no terminaba. La primera vez que vio a Mateo, que es un perro precioso pero enorme, dijo en pánico: -Mamáaaaa!!!, con clara entonación de estar viendo al tiranosaurio Rex. Eso sucedió con frecuencia los primeros días y hasta que alguien no lo rescataba, él se quedaba inmóvil repitiendo:- Mamá, mamáaaa!!!- No se ponía exigente con quien lo salvara, demostrando que el susto era auténtico, pero el caso es que siempre gritaba mamá que era lo que le devolvía un cable a tierra.


Como los papás somos así, un poco atontados con las cosas que nuestros hijos nos hacen, yo estaba en las nubes, saboreando que mi pobre hijo creyera que era yo quien tenía los súper poderes para alejarlo del peligro. Yo era la favorita de Pablo, eso no tiene precio y él, para más deleite, se convirtió en el favorito de todos.


Se aprendía los nombres de todo lo que le pasaba por delante, fuera persona, animal o cosa. Desde los parientes como el tío Coqui, Mane, Pili, Lale, Papapa, el abuelo Manolo… hasta bichos como los mosquitos o los cocos, que chocaban contra él en su vuelo torpe y lo perturbaban mucho.



Hablaba todo el tiempo sin parar. Si hacía falta especificar de quien hablaba, lo hacía, hasta con apellidos caso de Calapuma la de caracas y Calapita la de Madrid. El caso es que tenía conquistado a todo el mundo con aquel parloteo infinito, haciendo, como diría mi amigo Fabián, “ingeniería social”.


El más puro estilo madrileño de su verborrea irrefrenable tenía a todos encantados aunque tuvo sus bemoles. Un día en el supermercado gritó a todo gañote –Mamá, me pica el culo!- y casi nos saca la policía. Había una niña repipi de 8 años, que es una edad muy mala para un niño de cualquier país, que empezó a gritar horrorizada que Pablo había dicho culo… él seguía preocupado por su comezón y yo porque no vinieran a sacarnos del sitio, intentando explicarle a la nena en medio de su ataque de estrés de corrección de 8 años, que Pablo era de España y que allí culo no es grosería, y que le picaba en serio, que no era una vulgaridad… bueno aquello era insalvable, la niña directa al psicólogo y yo a mi casa rapidito porque al otro, encima, no dejaba de picarle el culo.


Un día fuimos a ver a mi papá a su casa y antes de llegar, mi tío Paco se asomó por la ventanilla del coche. Es el hermano de mi papá y digamos que tienen el mismo “tipo”… pues Pablo nos dijo desde su sillita: “parece al abuelo Manolo... pero no es!” De ahí en adelante todas las cosas novedosas que encontraba, les buscaba su correspondencia con aquello de, parece… pero no es.


Conquistó a todos a su alrededor. Menos al pobre Mateo, el perro que estaba muy celoso por dejar de ser el más mimado de esa casa y le robó a Pablo un Rayo McQueen en venganza pura. Si intentabas quitárselo te gruñía así que no había quien le metiera la mano. Allá quedó el carrito, no creo que tenga salvación.


Disfruté de ver a mi pequeño desenvuelto con todo el mundo. Disfruté más de ver cómo contaba conmigo. Estaba con su madre en la justa medida, si alguien le ofrecía mejor plan, no lo pensaba… pero yo sabía que ahí su mamá favorita era yo, así que no me importaba.


Creo que los dos, cada uno a nuestra manera, disfrutamos tanto que entendí a Mafalda cuando decía que las cosas urgentes nos hacen dejar atrás las importantes.





En casa todos somos Panchitos

Emigrar tiene más complicaciones de las que uno imagina pero todos los emigrantes tenemos en común algo: queremos volver. No necesariamente volver para quedarnos. Lo que un emigrante necesita, salvo algún caso suelto, es volver al terruño para sentir y recordar de dónde es uno. Ir a dónde no eres raro.

Para mí, que soy una emigrante de librito bastante convencional, que estoy justo en el nivel anterior a poner un plato colgado de la pared que diga: “Caracas”, regresar a casa ha sido una necesidad permanente, son las ganitas. Sin embargo, después de tener a Pablo y llevarlo a conocer mi tierra, esto cambió, ahora pasó de necesario a vital.

Mi querido hijo es un madrileño hijo de caraqueños y seguramente tendrá que lidiar con eso vivamos donde vivamos.

Siempre recuerdo a una niña española que estudió conmigo y la teníamos seca en el colegio, -gallega pa‘cá, gallega pa‘llá… Gallega di “sapato” y la pobre: “zapato” -Juas, juas, juas, miren como habla… Estaría hasta el gorro seguramente, encima no era gallega nada, era de Asturias.

El azar quiso que me la encontrara en el metro de Madrid, unos 20 años después. Menos mal que ya siendo dos mujeres no le dio por decirme: a ver sudaquita di: “zapato” y el vagón entero –Juaz, juaz, juaz… Me lo habría merecido.

Todo esto de ser de fuera lo estoy viviendo de adulta entonces, francamente no me imagino como se enfrentará Pablo a ser hijo de emigrantes, mucho menos con los niños que por lo general tienen la crueldad a la orden del día porque son muy “inocentes” los cabrones.

Por ahora le vamos diciendo: -Pablo, sabes que tus papás son panchitos? Tú eres el hijo de los panchitos? y nos reímos, para que entienda que no se ofende el que no quiere.

Panchito es una de numerosas maneras de describir a los latinoamericanos aquí, otra muy popular es “ecua” , porque los ecuatorianos son muchos y entramos todos en el paquete, está el clásico “sudaca”, “guachupín”, “machupichu” “sinpa” (de sin-pa-peles, qué graciosos, no?), etc. ¿Ofensivo? Depende de cómo te lo tomes.

Yo me lo tomo con ligereza. Mi amiga Vanesa me llama “Latin Queen”, que para el que no lo sepa es una banda más bien peligrosona que hay por estos lares, de latinos demás está decirlo, que se hacen llamar los Latin Kings, y sus mujeres, esposas y novias son las Latins Queens, igual de peligrosas que ellos o más… que son mujeres.

El caso es que a Pablo, le guste o no, esto le viene. Por ahora no puedo más que intentar que lo lleve bien y que obtenga ventajas, porque al final las culturas aportan, mientras más mejor, eso está claro.

Lo primero y más sensato que creo que hay que hacer es intentar que Pablo se haga una idea de cómo es Venezuela conociéndola, viviéndola y no por lo que yo le pueda contar. Así que si antes viajar era importante para mí, imagínense ahora que lo tengo a él.

Sabemos que lo corriente es que uno pierda un poco la perspectiva cuando extrañas. Una amiga mía venezolana estuvo diciéndole al marido español que le iba a dar a probar el chocolate más rico del mundo. Estuvo haciéndole agua la boca al hombre un buen tiempo hasta que un día se apareció y le dio nada menos que un Toronto! Un Toronto, sí señor, el mejor chocolate del mundo… Si no has pisado Suiza, Bélgica, ni ha llegado a tus manos un Ferrero Rocher, un Lindt,… Conste que yo me como cuanto Torontos llega a mis manos, pero ojo! Ese no es un bombón de competición! Esas cosas las hace la nostalgia, se pierde el norte.

Me gustaría cuidar eso con Pablo, que no sea el clásico hijo de emigrantes que tiene una idea idílica del lugar de donde vienen sus papás, porque ellos así se lo cuentan, sumergidos hasta las orejas en su nostalgia, porque extrañan su sitio y sueñan con tragar Torontos hasta el fin de sus días.

Un ejemplo cercano a casi todos (porque gallegos en Venezuela hay para llenar un bote) es La Coruña. Esta ciudad es bella y lo sé porque fui, la vi y en serio es preciosa, pero si te la describen en la Hermandad Gallega, imaginas los fiordos noruegos, con tintes de paraíso celta. No comentan que llueve 362 días del año, que el mar está a -5 grados y esos detallitos. Así después de 20 años, los hijos de los gallegos emigrados y nostálgicos van a la Coruña y en lugar de apreciar lo bonita que es se dan un disgusto de cuidado.

A Pablo aquello tiene que gustarle o disgustarle por sus propios medios, él verá. Yo ya cargo con mi nostalgia e intento no llegar a tener el plato-suvenir colgado en la pared.

Este viaje que hicimos Pablo y yo fue después de una sequía económica que me dejó unos cuantos años sin ir. Como consecuencia, me agarró con desesperación absoluta.

Desde el momento en que compré el pasaje hasta que me monté en el avión aturdí a todo el que tenía cerca, todo el día hablaba de lo mismo. Mientras esperaba que se horneara el pan donde lo compro, le conté al pobrecito chino que me atiende y cuyo conocimiento del idioma castellano llega a "buenataldeseniola", que me iba de viaje a Caracas, que yo soy de allá, que lo echo muchos de menos porque el clima, el verdor, las playas… por ahí pueden tener una medida del hartazgo de la chica que se sienta al lado mío en el trabajo.

Después de toda esa ansiedad, al fin nos fuimos y llegamos a mi ciudad tan querida, con su alegría y su pegoste caluroso.

En Venezuela a Pablo se le presentó un abanico de posibilidades tan amplio que la idea que debe tener de esos tales "orígenes" debe ser cuando menos un arroz con mango. Tenía frente a él tantas cosas novedosas que iban desde plantación adentro camará, en Turagua, que es campo de verdaíta, verdaíta, hasta un club de playa de lujo que aún subsiste.

El día que llegamos, Pablo estaba un poco abrumado, callado, con lo raro que eso puede ser, observador. Me imagino que estaría tratando de comprender como toda esa gente que antes había visto en la pantalla de la computadora de pronto estaban ahí, en 3D, y lo tocaban, lo apretuñaban, lo besaban, le preguntaban. Una hora pareció bastarle para digerir el asunto, arrancó a hablar sin parar, a dar besos, a contestar, a preguntar… él no es de quedarse atrás.

A las 24 horas de haber dejado Madrid ya el niño estaba adaptado a su nueva realidad. Es que no le extrañó ni que lo cubrieran con el mosquitero, una cosa que no había visto nunca, a mí me daría un pelín de pánico la primera vez porque no sabes si te están protegiendo de una mosca o de un tigre, ¿no?.

Se despertó y directo llamó a su abuela Pili para que lo rescatara de su cuna. Claramente tenía más posibilidades con ella que conmigo, que dormía en mi cama de adolescente como una idem (unas 15 horas). Bajó y le pidió a mi abuela Lale su arepa con “amón”, ¿queso? “no acias”. Esa arepa ya no dejó de comérsela cada mañana durante las dos semanas completicas (las semanas y las arepas). En la alimentación a pesar de lo diferente que le podía resultar, no perdonó nada! Hasta se comió entera una “chacapas” de maíz pilado que le hizo la tía Dianora. Todos estábamos asombrados. Era un niño criollo!

En Madrid es madrileño, pero supongo que por ser hijo de quien es, vino con el programa niño-venezolano pre-cargado para una rápida instalación una vez que se abriera la puerta del avión y respirara el vaho húmedo del aeropuerto de Maiquetía (para los que venimos de Madrid resecos perdidos, nos cuesta un poco filtrar el oxígeno del 98% de humedad ambiental).

Pablo descubrió en su viaje que la mayoría de los animales se mueven, no son fijos como en sus libros, a excepción del “chicamo” de barro que tiene Pili en el jardín. Descubrió por ejemplo que los perros no van únicamente con cadena por la acera con un desconocido, mientras él lo ve desde la seguridad de su ventana. Aquí los perros como Mateo, Lucía, Boatín son parte de toda esta familia recién adquirida y no hay distancias, lo soban, lo lamen, lo empujan y lo llenan de pelos (eso último no le hace mucha gracia, se revuelve de verdad).

Descubrió que hay bichos lindos como estos perritos de tía Mane, y bichos feos como los mosquitos, que a pesar del mosquitero y los repelentes se merendaron a mi pobre blanquito europeo. También estaban los coquitos, que son una especie de escarabajo marrón, grande y muy feo que van dándose golpes contra todo, (alguna sabiondez de la madre naturaleza que no ha explicado ni National Geographic) tropezaban con él y el pobre entraba en pánico. Normal porque se supone que los bichos en general te esquivan no que se van de frente contra ti.

El tráfico caraqueño, que puede llegar a ser lo más difícil de estos viajes (8 km en hora punta es un viaje interminable) él lo llevó de lo mejor, se mandaba a hablar sin parar ni poner comas, recapitulando sobre las infinitas cosas que se le presentaban, ideas sueltas, gente nueva, comparaciones, decía todo el tiempo, “se parece pero no es...” y créanme, yo me suelo aturdir cuando se pone a hablar así sin filtro, pero con tanta novedad lo que decía no tenía desperdicio.

Ni se lo pensaba cuando íbamos a salir, todos con mala cara pensando que pasaríamos un buen rato metidos en el carro y el tan contento diciendo -Vamos! A samucala! Es decir, -Vamos a buscar a Pili a su trabajo…. Todo lo disfrutó, no puede decirse que prefería un lugar que otro, todo lo quería ver.

Cuando fuimos a Turagua, mi papá le dijo que si quería ver unas gallinas. Mi pobre hijo dijo que sí contentísimo, me imagino que esperando que lo llevaran a un corralito como el que vio en el paseo a la Granja que hizo con su cole y de pronto se vio en una galpón industrial rodeado de más de 10.000 gallinas haciendo ese escándalo que las hace famosas. Se agarró a mi papá con toda su fuerza, no lo habrías arrancado de ahí ni haciendo palanca con un tubo, tenía cara de susto con fascinación.

Ir a Venezuela esta vez no fue un paseo, no fue ni siquiera una necesidad de emigrante, esta vez fue una experiencia.

Pablo disfrutó todo lo que se le atravesó, en su absoluta diversidad. En Turagua se bañó en patio con manguera, que es como un deporte nacional, chapoteando ahí con el abuelo y nadando en el piso. De ahí saltó sin problema y gozó en la mega piscina del club Camuri, cagándose (literalmente y de alegría) en ella.

Le gustó la experiencia. No me lo ha dicho, pero en sus berrinches, que son frecuentes, me dice: -Adiós... Me voy en el avión a Caracas!!! Concluyo entonces que a él le gustaría regresar.

Ver a mi hijito viviendo en mi sitio, disfrutándolo y sacándole provecho es de las cosas más bonitas que me han tocado vivir. No digo que le encantará siempre, seguramente cuando sea un adolescente rebelde prefiera veinte veces quedarse en su Madrid natal, con sus mejores amigos que será muchos más “güay” que todo aquel bullicio de ciudad, ese tráfico, ese calor en pleno invierno. Seguro que cambiará las gallinas por una coca cola en el Mc Donalds y seguro que llorará cuando lo llevemos a rastras a ver a la familia.

Seguramente eso será así y entonces cuando quiera ahorcarlo por tener que pagar un pasaje de avión que cuesta el sueldo de un mes a alguien que prefiere quedarse con sus colegas, voy a sobrevivir a la tentación de dejarlo recordándole aferrado con las uñas a su abuelo, entre 10.000 gallinas, con cara de susto y risa nerviosa.